Aquella tertulia de años con el doctor Joel Marín, decantaba forzosamente en el recuerdo que mi querido amigo tenía con Alberto Balderas. Joel, un día que recuerdo con afecto, me mostró una crónica escrita por “Don Tancredo”, señalándome que “aquí, en estas líneas, el perfil moral de Balderas en estos años de lucha y de triunfo”. Se refería Joel, a la temporada de 1937. Balderas toreó siete tardes, temporada apogeo de su carrera, con Armillita, Garza, Solórzano… Aquella temporada tuvo un punto de inflexión la tarde del 12 de febrero del 38, cuando un toro de Torreón de Cañas le pegó una gran cornada. Balderas, tras terribles días de aquellas dolorosas curas de antaño, sin antibióticos y de cuando “el hombre macho no llora”, reapareció en El Toreo, luego de la cornada de murciano, mano a mano con Fermín Espinosa “Armillita”. Todo un maestro el de Saltillo, consagrado para la historia por sus triunfos al lado de lado de Belmonte, Bienvenida, Ortega, Lalanda, La Serna, siempre superando a los monstruos españoles.
Alberto Balderas reapareció en El Toreo de La Condesa mano a mano con “Armillita”, el 22 de enero de 1939. Fueron toros de Piedras Negras, a los que les cortó en aquella tarde seis orejas y tres rabos. Joel Marín, “garcista” furibundo, me decía que sólo la tarde de Lorenzo, el 3 de febrero del 38 en El Toreo con los toros de San Mateo, superaría todo lo que vio en los ruedos en su larga vida de aficionado. La tarde de la corrida en la que Balderas fue confirmado como “El torero de México”, título de se había ganado en la temporada de su consagración, 1932-1933, e como figura del toreo, aquella campaña de 9 tardes, y ganando la “Oreja de Oro”.
Joel vivió muy cerca la vida torera de su amigo muy apreciado Alberto Balderas. De esa amistad tan cercana, llena de torería y del mejor sentido de la afición me comentaba en uno de mis viajes a México mi muy apreciado Lalo Azcue, que me relataba sus andanzas, de Marín, por tentaderos en México junto a Domingo Ortega y Lorenzo Garza.
Alberto Balderas no tenía una peña de aficionados, tenía una legión integrada por los mejores aficionados de México, que formaron el Club Balderas. Sus miembros fueron militares de alta jerarquía, políticos influyentes, literatos, banqueros, abogados, médicos, artistas, ferrocarrileros, comerciantes, músicos, industriales y periodistas.
Relató “Don Tancredo” (*)…” Aunque ufano de su valía en el mundo taurino, tuvo en sus labios la más cordial sonrisa para quienes se acercaban a él y su trato fue más sencillo, el más amigable, todo simpatía…”
De aquellos días a esta fecha los panegiristas en el toreo han calificado a muchos grandes toreros como “toreros de México”. En la evocación de Joel Marín hay un parámetro de exigencia para poder ser considerado Torero de México.
¿Lo considera usted, amable lector?
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