viernes, 30 de abril de 2021

HA MUERTO TEODORO MATILLA Por Carlos Ruiz Villasuso / Mundotoro.com

 EL JUGADOR DE AJEDREZ

  

Sentado en una silla discreta, el jugador de ajedrez observa el mapa de peones y reinas mientras adivina la jugada del rival. Podría decirse que el jugador de ajedrez, silencioso y casi inmóvil, ocupa ya la mente del otro y, con la amabilidad envolvente de su inteligencia que hipnotiza, le anima a mover la pieza al lugar donde le tiene preparado el jaque mate . El último movimiento lo da tan despacio, casi con pereza, de tal forma que que el rival pierde sin el sabor amargo de la derrota. Tarda tiempo en darse cuanta de que ha pedido. Teodoro Matilla fue así. Un jugador de ajedrez silencioso y discreto que jugaba con blancas a pesar de que la leyenda siempre lo ubicó en la sombra de las negras.

Lo conocí hace muchos años. Debajo de una parra, creo recordar, en el interior de la plaza de Jerez de la Frontera, en donde reinaba en un trono de silla de madera, gafas de sol tumbadas en lo alto de la cabeza y chaqueta sobre los hombros, botellín de cerveza a mano. El rey reinaba con tragos lentos e inteligencia de corredor de fondo, mientras permitía creer a los otros que ellos eran los reyes. Teodoro Matilla fue el rey que siempre reinó con un rey oficial en la manga. Inventó el perfil bajo cuando los CEO y los CMO no existían. Teodoro fue Houdini. Estaba pero no estaba porque tenía la fórmula de los polvos mágicos de la invisibilidad. Nadie como él disfruto tanto de no estar estando.

No es pensable la casa Balaña sin Teodoro. No es pensable Diodoro Canorea sin Teodoro. Tan es así que creo que mucha historia del toreo, en Barcelonay en Sevilla, lleva el «que pasa majo» de Teodoro. Traducido esto como que nada habría sido igual. Nada en la historia contemporánea de La Monumental y nada en la de La Maestranza. Cataluña y Sevilla, antípodas pero tantas veces tan suyas y a única forma, manejadas por uno del campo de Salamanca. Qué arte.

Nunca hizo gala de una inteligencia de veedor campero que trasladó a los despachos y al apoderamiento. Allí donde no había, resulta que si había. Y, como hombre que sabía ver el futuro, trasladó a su hijo Toño esa misma forma de estar sin estar. Creo que Toño es su prolongación más natural y que Jorge ha heredado incluso esa sonrisa que le nacía al jugador de ajedrez cuando, hipnotizado el rival, movía torre y alfil en la dirección de su propia derrota. Suave derrota. Nunca un jaque mate lo era del todo. Pues el jugador de ajedrez sabe que las partidas son muchas, inacabables mientras el toreo dure en este tablero que es la perra vida.



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