En este sitio murió el toreo, me dijo mi padre en tono profético mientras me mostraba el cuadro que pintó de la arena en la que un miura de 495 kilos y de nombre Islero, corneó fatalmente a Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, Manolete, en 1947 en la plaza de toros de Linares –Jaén, Andalucía–. Ese viernes de agosto el torero había apenas superado la barrera de los 30 años.
El cuadro es una versión libre del accidente, pues en esa fecha el pintor estaba en Caracas, donde nació en 1914 y donde vivió hasta su muerte, en diciembre de 2007. En ese momento comencé a tomar conciencia de lo que ese cordobés representó en la vida de Pablo Benavides, a quien debo, entre muchas otras cosas, el azaroso asunto de haber venido a este mundo y sobrevivir gracias a sus cuidados. Ha de haber sido en 1982 o 1983 cuando finalmente pudo visitar la plaza de toros de Linares y pararse en el sitio en que según él Islero corneó a Manolete. Desde entonces supe que eso que llamamos comúnmente la fiesta brava tenía para él un valor extraordinario.
En uno de sus cuadros tardíos hace un homenaje a Picasso, a quien ubica como espectador en una de las tribunas de una plaza de toros De mis recuerdos de niño registro sus frecuentes conversaciones con un caballero emblemático para mi, Musiú López –acaso emparentado contigo–, uno de sus amigos de siempre, con quien compartía aquella pasión desmedida, en las que ambos recordaban detalles de las corridas de toros que habían visto tiempo atrás en el Nuevo Circo de Caracas y en la plaza de toros de Maracay. Casi siempre se incorporaban de sus asientos para emular las figuras que con la muleta, el capote, las banderillas o la espada habían protagonizado los toreros de la tarde. Resiento el que nunca me haya llevado a esas plazas porque para él, como ya he dicho, con la muerte de Manolete había terminado el toreo.
Esa obra impone temeroso respeto. Junto con esa obra, que aparece detrás de mi padre, registro un par de cuadros al óleo, de pequeño formato, ambos dedicados a Manolete. En uno, el torero dedica uno de sus toros a los espectadores y en el otro lo vemos luego de la cornada que terminó con su vida en la plazatoros de Linares, pintado justamente en 1947.
Va también un dibujo de Régulo Pérez. En el libro sobre su vida que publicó el editor Ernesto Armitano, Juan Calzadilla hace un trabajo analítico sobre la obra taurina de papá. De ese libro tomé las fotos que acompañan este texto.
Recibe un fuerte abrazo.
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