lunes, 11 de enero de 2021

LOS MAESTRANTES ROMPEN EL SILENCIO Por Álvaro Acevedo / Foto: Carlos Núñez

 


En estos tiempos de exhibicionismo y eso que llaman postureo, con novilleros sin caballos escoltados por jefes de prensa antes del primer varetazo y tíos como trinquetes haciendo el canelo en Tik Tok (desde policías nacionales a figuras del toreo) la Real Maestranza de Caballería de Sevilla es un buen ejemplo de formalidad y discreción, valores de otra época en la que el chuflerío era la excepción, y no la regla. Sin embargo, su reticencia a declaraciones públicas y la inexistencia siquiera de una oficina de comunicación que informara de sus cometidos, siempre se lo puso fácil a demagogos del rojerío abanderando la lucha de clases con el saco lleno de billetes; o a inquilinos impertinentes prestos a dar la tarde, pues en todo bloque de pisos que se precie ha de haber un señor Cuesta de la vida.

Ello, al hilo de la permanente cantinela esgrimida por Ramón Valencia –el explotador de su inmueble más preciado– quejumbroso hasta límites patéticos por la escasa rentabilidad del negocio, o eso dice. Y así, ya sea filtrando a la prensa amiga datos interesados y hasta pleitos contra la propiedad, o aireando a viva voz las cuentas del Gran Capitán, nos ha hecho creer (o al menos, lo ha pretendido) que dar toros en Sevilla era una aventura poco menos que ruinosa, y si en su día las culpas recayeron en las cuatro figuras del toreo en disposición de reclamar una buena soldada a cambio de torear en la Maestranza; en los últimos años, los lamentos se extienden a la propiedad del coso, a la que se le afea el alto porcentaje que recibe en concepto de ingresos brutos de taquilla, lo cual redundaría en la inviabilidad del espectáculo taurino. Resulta curioso –de ser cierto tal extremo– que Ramón Valencia rechazara la contraoferta de la Maestranza en la última renovación del contrato, cuando ésta le ofreció la reducción de ese porcentaje a cambio de acortar la duración del acuerdo.

Resulta que la realidad, o sea, las cuentas anuales auditadas y depositadas en el Registro Mercantil, dan explicación a estas aparentes incongruencias. La última referencia que tenemos es de 2018, cuando la empresa taurina de Ramón Valencia tuvo unos beneficios de casi 800.000 euros detraídos los impuestos (eso, sin tener en cuenta algunas salvedades identificadas por el auditor, que podrían elevar dichos beneficios muy significativamente), además con un montante en tesorería nada menos que de 3,5 millones de euros. A todo esto habría que añadir el sueldo de don Ramón como gestor de la empresa así como algunos beneficios colaterales, en especial las suculentas comisiones en concepto de apoderamiento de Roca Rey, privilegio impensable si hubiera heredado la gestión de la plaza de Villacarrillo en vez de la de la Maestranza. El por qué no se va ni con agua caliente 88 años después de que el primer Pagés arribara al Baratillo es obvio, mas por tanto no se entiende (ni cuela) esta congoja permanente del actual gestor, y de la que en su día se hizo eco hasta el PACMA, pues no eran los animalistas, sino el mismísimo empresario de la plaza de toros de Sevilla, el que aseguraba que esto de los toros te llevaba a la bancarrota.

Frente a toda esta estrategia de medias verdades La Maestranza ha permanecido en silencio durante años, de manera que observo como muy relevante la entrevista a la que se sometió hace unos días en 7 Televisión y por espacio de más de media hora Luis Manuel Halcón Guardiola, caballero maestrante con cargo de diputado de plaza y además gran aficionado, cualidad no siempre común entre los miembros de la citada corporación. Con la prudencia que requiere su posición y la institución a la que representaba, respondió sin embargo con claridad meridiana y disipó algunas dudas que pudieran estar en el aire.

1º. La Real Maestranza de Caballería actúa como fundación, de manera que no tiene ni afán de lucro, ni reparto de dividendos, ni sueldos entre sus miembros, sea cual sea la misión que desempeñen en la institución.

2º. El 83’5% de sus ingresos se destina a su obra social y cultural, y dentro de esta última, el apoyo a la Tauromaquia ya sea directo o indirecto es amplísimo: Escuela de Tauromaquia (100%), Aula Taurina (100%), publicidad de las novilladas de promoción (50%), premios de la Feria de Sevilla y de las novilladas de promoción (100%), creación y mantenimiento del archivo, la biblioteca y el museo taurinos, apoyos a la FTL, TTU y AAET, creación y consolidación de la colección de arte contemporáneo taurino, una profusa labor editorial, conferencias, seminarios y un largo etcétera de actividades e iniciativas. Esto supone que, cada vez que un aficionado compra una entrada para ver toros en Sevilla, parte de ese dinero se va a reinvertir en la difusión y promoción de la Tauromaquia, cuando no, en otro tipo de actividades culturales y por supuesto y antes que todo eso, en paliar las carencias de los más necesitados, en estos momentos más acuciantes que nunca.

3º. La institución destina anualmente 283.000 euros al mantenimiento de su plaza de toros, cantidad a la que habría que añadir el montante de las reformas acometidas en diferentes momentos, tales como la de la enfermería, la grada o el callejón. Esto supone una diferencia sustancial con otras ciudades, en las que el gestor del coso ha de sufragar todos estos costes.

4º. Aquí no hay un canon fijo, como sí sucede en el resto de plazas. Y toda vez que los ingresos emanan del porcentaje bruto de lo que se vende en taquilla, en 2020 el dinero que la empresa de Ramón Valencia aportó a la Maestranza fue de cero euros, pese a lo cual la institución no faltó a su compromiso con la obra social, cultural y taurina, utilizando para ello los fondos de la propia institución y recurriendo incluso al endeudamiento. En total, el coste para la Real Corporación en 2020 fue de 2 millones de euros.

En la interesantísima entrevista de los compañeros Víctor García Rayo y José Manuel Peña no se le preguntó, sin embargo, por el pleito que Ramón Valencia le ha puesto a la Real Maestranza de Caballería y por el cual le reclama nada menos que 6 millones de euros, al no estar de acuerdo con las condiciones de un contrato casi centenario renovado por él mismo tan solo hace 8 años y que, por lo visto, ahora no le gusta. Su vencimiento será en 2025, si Dios no lo remedia antes



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