Por Carlos Díaz Barriga.
Este sábado se dio a conocer en la Plaza de Toros Arroyo, de la Ciudad de México el libro “Mi verdad en los toros… memorias de un apoderado”, de don Rafael Báez, quien durante 45 años cuidó la carrera del matador Eloy Cavazos, presente en la ceremonia.
El autor entró con sus 93 como entran las glorias del toreo… por la puerta de cuadrillas y en medio de una ovación, apenas su silla de ruedas tocó la arena del ruedo. Unos quince minutos antes había arribado Eloy Cavazos… caminando… como torero. Elegante, de oscuro, impecable a sus 70 veranos, como quien acude a un acto de honor. Lo querido no se le quita; y menos lo cortés.
Dice de ‘don Rafa’: “Mira, cuando te pones en las manos de un apoderado… tiene que ser tu amigo”. Para el caso, hasta compadres acabaron… ‘de grado’. Cada cual padrino de un hijo del otro. Desde que era casi un niño de 14… 15 años se hizo cargo del pequeño Eloy para ejercitarlo, para disciplinarlo, para encausarlo a los terrenos de arte, para desarrollarle técnica… y también respeto al oficio, hasta consagrarlo como una de las más grandes figuras del toreo, en y fuera de México. Durante 45 años… caso único en un mundo donde las vanidades dan las peores cornadas.
Rafael Emilio Báez Patiño nació el 24 de octubre de 1926 en Venezuela, en Guarena, a unos 40 kilómetros de Caracas. También a los 14 o 15 años quiso ser torero, luego de ver torear a Luis Procuna. Y lo fue. Llegó a alternar con Pepe Luis Vázquez, con Luis Briones o Luis Castro ‘El Soldado’.
En la presentación del ejemplar, el periodista Juan Antonio de Labra, explica en gran medida el porqué pudo Báez ser el apoderado que fue: “porque tiene esencia de torero… entiende su psicología”. Y hace notar que en América no hay otro testimonio de un apoderado. Solo otro (sic) en España, publicado en 1982 por Florentino Díaz, quien llevaba los destinos profesionales de El Viti.
Apenas, decíamos, Báez pisó la arena… Eloy Cavazos apresuró a encaminarse. Frente al estrado había macetas… cortó traviesamente una ramita con bugambilia, para entregársela al homenajeado: “¡Maestro, mire lo que le traje!” Luego cada quien tomó su lugar. ‘Don Rafa’ arriba, flanqueado por De Labra y José Luis Herros. Y el maestro Eloy en la primera fila. En la plática previa nos cuenta que tenía 11 años de no viajar a la Ciudad de México; ahora lo hizo acompañado de toda su familia. De ese tamaño la gratitud y el cariño del diestro de Guadalupe, Nuevo León, y de todos los suyos. Como era de esperarse, Memo Leal, conduciendo la ceremonia, no lo libró de ‘un quite’ al micrófono… y así, luego de darle un beso a Báez en la mejilla, con la alegría de sus molinetes narró aprendizajes y vivencias, desde que fue adoptado: “Yo estaba acostumbrado a bañarme todos los sábados, con ‘don Rafa’ era a bañarme todos los días”. Lo hizo levantarse diariamente a las 4 de la mañana, para ir a hacer ejercicio y luego, lo mismo, a las 4 de la tarde. Con los años, vivieron juntos 20 cornadas, 15 fracturas, más de mil 900 corridas, sustos en aviones, en carreteras… una vida. En sus palabras Eloy remata con uno de esos ‘de pecho’: “Muchas gracias, lo quiero mucho y si volviera a nacer… lo volvería a dejar que me apoderara usted”. ‘Olé’, grita un espontáneo en el tendido.
Habla el nonagenario autor. Ronco… fuerte. Su rostro es el del… deber cumplido. Tres años se tardó en dictar el libro, en armarlo… en ligar las tandas de anécdotas, por derechazos y por naturales; siempre con la ayuda de su esposa, Martha Góngora, y De Labra. Durante su emocionada intervención, Rafael Báez fue cuajando su faena… narró, agradeció, lloró, bendijo, para finalmente ‘tirarse a matar’ con su secreto de vida: “Los apoderados tienen fama de ‘ratas’… y es imperdonable que robes a un hombre que se está jugando la vida. Eso nunca lo pude aceptar, jamás”. ‘¡To-re-ro… to-re-ro!’, resuena en la barreras, en los tendidos, en generales. Lo rodean. Fotos. Firmas. Lentamente se enfila a cuadrillas… por donde salen los que salen como él. A hombros.
Publicado en Milenio.
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