Para los taurófilos, el toreo es un arte y una ciencia. Arte porque es un don, un talento con el que nace el torero y que le permite gracias al conocimiento de la ciencia del comportamiento del toro y a una gran dosis de valor personal, crear en un tiempo finito una de las expresiones artísticas dinámicas y móviles, más profundas, más emocionantes y hermosas que pueda generar el potencial artístico del hombre. Allí se puede apreciar al toro con sus atributos inherentes a la casta, bravura y nobleza, y, en el torero, la entrega absoluta – hasta de la vida, en algunos casos- por la creación de unos instantes de sublime belleza y éxtasis. Pero el toreo no es simplemente así: facilito. Es peligroso y en el ruedo hay reglas y el toro tiene terrenos que le son propios. Cuando el torero pisa los terrenos del toro, multiplica el riesgo de su vida. El buen torero sabe que no es conveniente hacerlo cotidiana e irresponsablemente en cada lidia. Depende del toro y del momento. Hay límites. El gran torero, sólo a veces, de vez en cuando irrespetará con cautela la ciencia del toreo para demostrar su poder ante el toro, su mando y su temple. El buen torero sabe que el abuso trae la cornada y la cornada puede traer la muerte.
La política se parece mucho al toreo. Es una ciencia y un arte. Y las páginas de la historia están llenas de gobernantes víctimas de grandes cornadas políticas porque abusaron de la ciencia o pensaron que les sobraba arte. Nuestra V República, que lamentablemente parece más bien una IV bis, es producto del agotamiento del público que asistía a las plazas electorales de la democracia que Hugo Chávez llama “puntofijista”. Democracia que se quedó sin toreros y sin toros que generaran emociones. Que llenaran expectativas y plazas. Donde se pudiera encontrar algo de esperanza por “algo bueno”. Pero no fue así y de petardo en petardo el público se aburrió.
A la tauromaquia de los años 60 le surgió El Cordobés con su tremendismo torero. A la Venezuela puntofijista le salió Chávez con … su “estilo” personal. Ambos se creyeron revolucionarios en sus respectivos quehaceres. Ambos generaron pasiones encontradas. Ambos pisan terrenos peligrosos no tradicionales. Chávez dice que “me va la vida en ello”… el Cordobés le decía a sus hermanas …”o llevarás luto por mi”. Son compromisos pasionales y eso genera público. El Cordobés fue el gran reactivador de la taquilla con el turismo de masas ignorante de la ciencia y poco ducho en el arte, pero productor de “turidólares” para él y para España. Los ortodoxos de la tauromaquia hoy prefieren el saber, la ciencia y el reposado arte de un Enrique Ponce. Chávez, con poca ciencia y un arte difícil de entender, tiene por taquilla la poca formación y entendimiento de la inmensa y vergonzosa marginalidad que aún tenemos. Esa marginalidad sin ciencia ni arte y que sólo tiene una vaga esperanza de “algo bueno”. Ojalá Chávez se lo llegara a satisfacer. Pero yo no lo veo así.
Al igual que en el ruedo no se puede ignorar al toro, en politica no se puede ignorar las realidades de la comunidad internacional aunque se tengan algunos reclamos que hacer, pero con prudencia. No se puede irrespetar y descalificar a la sociedad civil, porque “esa” en particular no gusta, ya que trae un proyecto de Ley de Educación que por su origen independiente no es revolucionario sin ni siquiera haberlo leído. No se puede remover en masa a decenas de personas del mundo de la cultura –aunque sea sano y conveniente refrescar ciertas gerencias- sin una palabra de gratitud o agradecimiento a los que si prestaron un servicio honesto por tantos años. No se puede ignorar el movimiento cívico-militar del 23 de Enero que acabó con un régimen espurio y dictatorial para glorificar el vandalismo constitucional del 4 de Febrero. Tampoco basta con exaltar las cifras de la macroeconomía cuando el venezolano común se revienta frente a la microeconomía del abasto. Al igual que la lidia tiene un tiempo finito tras el cual tocan el primer aviso, la esperanza también se agota.
Recuerde Presidente; el Cordobés lo dijo: ¡mas cornadas da el hambre!
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