Para François Zumbielh,
a veces desarmado
ante los depredadores del toro de lidia
Los bovinos ibéricos, que en escaso número y bajo condiciones precarias, trajeron al Nuevo Mundo los Viajeros de Indias, primero a La Española y desde allí a tierra firme, completaron en un siglo a penas, la más extensa, variada y profunda conquista ecológica que especie alguna haya logrado con muy poca o ninguna intervención humana.
Desde las praderas ilímites del norte, predios exclusivos del bisonte, por costas húmedas, hostiles llanuras aluviales, arriscados montes, interminables serranías, mesetas y altiplanos de muy diversas condiciones, profundas selvas tropicales, agrestes planicies de montes secos, áridos chaparrales, pampas fértiles hasta el extremo de la tundra patagónica, fueron propicios para la prodigiosa capacidad de adaptación de esta estirpe bovina, conquistadora de todo un continente y precursora de su civilización.
Esta misma estirpe de bovinos dio origen, dos siglos más tarde, a las castas fundacionales del toro de lidia moderno y así la supervivencia del viejo rito milenario y su culminante expresión artística que forma parte del acervo cultural de nuestros pueblos a ambos lados del Atlántico, ha permitido mantener viva, con una población numerosa y muy variada, que ha podido desaparecer, tal como el Uro, hace ya varios siglos.
En América, por simple selección natural, se reprodujo el bovino ancestral y se restituyó al macho de la especie silvestre de bovinos: el toro bravo, todo su valor simbólico como representante único, entre feroces predadores, como expresión de las fuerzas de la naturaleza, el vigor genésico y la fertilidad generosa. Ese “cunero” silvestre nutrió por siglos diversas celebraciones taurinas a la usanza de quienes llevaron también lengua, religión, usos, costumbres, grandezas, y por qué no, miserias, para enfrentar una tarea sin precedentes.
Producto de un fértil sincretismo, a los festejos heredados alrededor del toro bravo a la usanza peninsular, pronto se sumaron otras manifestaciones con el propósito de convertir en motivo de lucimiento y espectáculo las destrezas ganaderas del campo, tales como el coleo en Venezuela, la “charreada mexicana” y su derivación sajona: el rodeo norteamericano.
Se ha destacado poco que la selección por aptitud del bovino de lidia se anticipó a la labor de pioneros ingleses de la zootecnia moderna que dieron origen a las primeras estirpes de ganado especializado en la producción de carne de alto rendimiento, bastantes años antes que se divulgaran los principios enunciados por Mendel y menos aun, que esa selección de caracteres, se basó intuitivamente en la apreciación subjetiva del comportamiento que distingue al toro bravo, en el ejercicio de su instinto primario, para supervivencia de la especie.
A diferencia de las razas de bovinos especializadas en la producción de carne o leche, genéticamente muy emparentadas, que exigen hábitat, alimentación y cuidados tecnológicamente manejados, el toro de lidia, para mostrar a plenitud su instinto, ha de vivir en el ambiente natural de un bovino, herbívoro, rumiante, necesariamente gregario, con limitaciones en su desplazamiento espacial por el amamantamiento de las crías, con alta capacidad auditiva, limitaciones de la vista por arriba de la línea del horizonte, visión lateral por la conformación del cráneo y el pastoreo en abanico que poda con la lengua y no arranca la hierba.
En función de esa vida, el macho preponderante, al cuidado de la grey, para usar a cabalidad su estructura anatómica con un predominante desarrollo muscular del tercio anterior y su único instrumento defensivo formado por las astas frontales se apresta a la acometida y el derrote final si llega el caso. Acomete, como condición particular, a un solo objetivo, esa acometida persiste y lucha hasta la muerte. El hombre milenario no encontró mejor símbolo para sus aspiraciones de transmutación.
Esa condición única del comportamiento del toro bravo ha encontrado una profunda ratificación científica en los estudios de la evaluación endocrinológica, dirigidos por el Prof. Illeras en la Universidad Complutense.
La dehesa mediterránea fue desde siempre el hábitat preferente para preservar a plenitud el comportamiento de rebaños de bovinos en plena libertad, sin, o con muy poca intervención humana. En América, el “cunero” silvestre alimentó por siglos las fiestas de toros en sus diversas modalidades, pero la cría especializada y la selección por aptitud tuvounpioneroegregioenlafiguradeDAntonio Llaguno, a comienzos del siglo pasado, en las tierras altas de Zacatecas, quien a partir de “cuneras” seleccionadas y un limitado número de reses andaluzas con el hierro del MarquésdeSaltillo,hizoescuelaqueperdura enlaextensa y pujante ganadería mexicana de hoy.
Ensayos semejantes con éxito variado se repitieron en diversos países: Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, hasta que después de los años treinta y especialmente después de los 70, se realizaron importaciones numerosas de hembras y machos de ganaderías españolas y portuguesas de prestigio.
La experiencia acumulada llevó un mensaje claro para asegurar la permanencia y el éxito de la cría bajo condiciones variables de altura, temperatura, pastos predominantes, condiciones sanitarias y exigencias de manejo y alimentación: RESPETO AL TORO BRAVO.
Un viejo mayoral de origen cordobés, curtido por el sol del trópico ( Juan Martínez López ) resumía así en muy pocas palabras las exigencias ineludibles, cualquiera fueran las circunstancias, para garantizar la pervivencia del instinto primario del toro en función del ambiente natural donde se desarrolle, con poca y prudente intervención humana, para garantizar una alimentación adecuada y los necesarios cuidados sanitarios. Por ese camino sin alternativas, en un mundo donde avanza la frontera agrícola y las exigencias de la competencia productiva, el toro bravo defiende el ambiente natural y contribuye a su conservación.
Desaparecido el criollo que invadió las Américas en el siglo XVI, por imperativos económicos, sólo quedan reductos aislados de poblaciones muy escasas de ganado de origen ibérico en Argentina, Colombia, Venezuela y Centro América. Al mismo tiempo, las razas de bovinos altamente especializadas en la producción de leche y carne aumentan sus rendimientos pero reducen su variabilidad genética y por tanto su capacidad de adaptación a variaciones en el ambiente y condiciones de manejo y alimentación.
En la América tropical está el futuro inmediato de la expansión de la frontera agro-ganadera y las nuevas exigencias del mercado, por ejemplo, la de la carne magra, sin la grasa de las razas nórdicas, tal como lo indica la demanda selecta de la carne de bisonte, abren horizontes cada vez más amplios al valor genético de las viejas estirpes ibericas, cuya población más extendida y numerosa la forma el ganado de lidia.
La trascendente importancia de esta raza múltiple y diversa en el futuro próximo, se ha puesto en evidencia en los estudios del genoma bovino, que han permitido comprobar que en el toro de lidia moderno se encuentran huellas remotas desde los orígenes de la domesticación y que es tal su diversidad genética que se aproxima a sus orígenes del oriente medio y que un Angus escocés y una lechera holandesa son tres veces más parecidos genéticamente que dos encastes de la raza de lidia.
Esta diversidad científicamente comprobada, es una riqueza que la humanidad no puede despreciar. Sólo hace falta que los animalistas contemplativos entiendan cómo la supervivencia del viejo rito milenario, que forma parte de la identidad de nuestros pueblos, ha permitido que llegue a nuestros días esta prodigiosa reserva genética en la figura imponente del toro bravo, defensor del ambiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario