viernes, 30 de octubre de 2020

GANADERÍA en Venezuela Por Alberto Ramírez Avendaño / del Libro ATREVIDO

 


El aficionado Jesús Narváez ante un toro criollo en la plaza de Caracas / Foto Jansen Herrera 


A Vicente Carrillo 
y Ricardo Barreto, 
nietos de célebres criadores
 del toro criollo, 
fundamento del toreo nacional.


Como todas las grandes historias, el capítulo más importante muestra apenas indicios de sus antecedentes y por eso estimula la curiosidad de los lectores. Tal es el caso de la referencia publicada por nuestro colega y amigo Pedro Piñate en el diario El Universal el pasado 13 de junio (2008) en un artículo titulado “Ganadero Venezolano”, según la cual, “nuestra ganadería se remonta a la formación de un hato por Cristóbal Rodríguez hacia el año 1530, tal como lo refiere David Mendoza en su obra “El Llanero” publicada en 1846.

A la orilla de la carretera, alcancé a ver de niño un sencillo testimonio de la fundación del Hato Uverito“que se estableció” con dieciocho vacas paridas, diez yeguas jerezanas y dos potros. Este testimonio histórico dejó además una afirmación que se quedó en suspenso; Don Cristóbal, su gente y su ganado llegaron al lugar “procedentes de El Tocuyo”. Esta afirmación impone una disquisición inevitable.

Se dispone de documentación dispersa sobre la importación desde la península de caballos, vacunos, cabras y cerdos. Se menciona desde el segundo viaje de Colón en 1493 y el caballo, como instrumento de conquista, ocupó un lugar preferente cuando, por razones de espacio en la cubierta de las naos de la época, sólo podían viajar con dificultad becerras y machos de corta edad, más fácilmente manejables. Las veinte yuntas de vacas que vinieron a La Española en compañía de 300 personas a sueldo en el tercer viaje, pudieran haber sido más una aspiración o un compromiso que una cantidad real, porque en junio de ese mismo año, según refieren las crónicas, la expedición se detuvo en Canarias “donde quiso tomar ganado vacuno, como lo habían ordenado los Reyes y no lo pudo hacer”.

Todos los testimonios de la época indican que la simiente vacuna, así como las de equinos y otras especies domésticas procedentes de la Península, llegaron, con muy pocas excepciones, a La Española, donde indígenas pacíficos, tierras y climas bonacibles fueron propicios para dar asiento a la matriz de la conquista de todo un Continente. Ya para la época de Francisco Bobadilla, quien mediante provisión de la Corona derrocara de todos sus privilegios a los hermanos y descendientes del Almirante, se le autorizó también a tomar posesión “de todos sus bienes que tuviesen en esa Isla como fortalezas, casas, navíos, armas, pertrechos, mantenimiento, caballos, ganado y otros”. De esta temprana fecha procede la inusitada prosperidad ganadera que describieron en detalle viajeros y tratantes, quienes se sintieron afectados por la imposición de un monopolio que pretendió prohibir, por fortuna sin mucho éxito, la reexportación de ganado a las tierras vecinas y tanto fue así, que la vecina Isla Juana (Cuba) sólo pudo recibir ganado después de 1520.

El comercio de ganado dentro de la Isla fue una actividad próspera y las medidas para impedir la salida de ganado vacuno impuestas por Diego Colón debieron tener muchos quebrantos, que forman parte del hilo de esta historia. Los pasos de la codicia de los buscadores de oro escaso en las tierras de aguerridos arahuacos y caribes, no tardaron mucho en toparse con el que llamaron el “Golfo de las Perlas” y su desolado corazón: Cubagua. “A falta de oro buenas fueron perlas”. Y la explosión de una inmensa riqueza, tan abundante como efímera, dejó una lección que no hemos aprendido todavía. Para colmo, Gonzalo Fernández de Oviedo, como fatal premonición, encontró en la punta oeste del islote una fuente o manadero de un licor como aceite, junto al mar, que corre como betún por encima del agua, y los naturales llamaban algo así como “excremento del diablo” y le atribuían, paradójicamente, efectos medicinales.

Pisando la huella, tras la codicia aventurera, el cálculo frío de tratantes y proveedores de suministros convertía la vecina Isla de La Margarita en la despensa del islote árido ebrio de riquezas. La explotación a gran escala requirió una mayor cantidad de esclavos buceadores y fuera o no, por los clamores del Dominico Bartolomé de Las Casas en las Leyes de Burgos, que mandaban a alimentar con carne los indígenas esclavizados, privados de la posibilidad de cazar por sí mismos, aparecen las primeras provisiones de derechos humanos.

Por las verdes aguas del Caribe han podido llegar a Margarita, (mucho antes que una primera Cédula Real autorizara a Rodrigo de Bastidas para llevar a Tierra Firme doscientas vacas, cerdos y caballos con destino a Santa Marta en julio de 1225) a los predios insulares del cacique Charaima, la simiente con la que Pedro Alegría, proveniente de Cubagua, ya mantenía un hato de vacas en el valle de San Juan, como también lo hicieron Pedro Gallo y Pedro Moreno, vecinos de Pueblo Viejo y promotores de una humilde Ermita que más tarde se consagraría como sede de la Virgen del Valle. Según las mismas referencias históricas la prioridad ganadera la disputa otro Pedro, esta vez de Villardiga, quien desembarcó ganado, este sí, con la autorización debida por su condición de Primer Teniente de la Isla. Allí se repite la historia de prosperidad ganadera que años después, para 1569, permitió a Diego Fernández de Zerpa, acaudalado mercader y financista de empresas mineras, llevar a Tierra Firme, a un punto impreciso de la costa, 800 vacas con destino a las llanuras fluviales de Tierra Firme.

En la pródiga Cubagua los festejos más sonados se venían celebrando a la usanza peninsular, tal como se hizo con motivo del nacimiento de Felipe II en 1527. Se corrieron toros, producto de la Isla vecina, se jugaron cañas y se realizaron ejercicios militares de la época. Este esparcimiento eventual acompañaba la costumbre cotidiana de los juegos de naipes, ajedrez y la bola, objeto de frecuentes censuras eclesiásticas.

Hasta aquí la larga digresión que tampoco explica la procedencia de los vacunos que llegaron a “Üverito” y nos vemos forzados a ir de regreso a La Española. Después de 40 años de lucha con indios bravos y ambiente hostil, los viajeros de Indias que en otras latitudes del Nuevo

Mundo proclamaron el hallazgo de inmensas riquezas, en las costas de Nueva Andalucía, los famosos ostrales fueron conocidos por Alonso de Ojeda y el navegante Vespuccio antes que terminaran bautizando a nuestra tierra y todo el Continente.

Mientras, un mercader con experiencia en trueque primitivo con los indígenas de las costas de Paraguaná y prestigio de benefactor, venía operando con éxito desde la Isla de Los Gigantes. Juan de Ampíes obtuvo de la Real Audiencia de Santo Domingo, a tiempo que se concedía a los banqueros Weltzer, en 1528, el usufructo de una extensa región de Tierra Firme. De allí la histórica polémica de la fundación de Coro, cuando aparentemente ya existían escasos rebaños de ganado en una costa inhóspita.

Como buenos banqueros que vinieron a cobrar las deudas del Emperador, hubo mucho de explotación, sacrificio, torturas y muertes, poca colonización y menos oro. Cuando en 1531 el Papa Clemente VII creó la Diócesis, con sede en Coro y designó al hijo del ya mencionado Rodrigo de Bastidas, el desorden, la avaricia y las pugnas entre facciones hicieron de la importación la única fuente de provisiones y el hambre se impuso por doquier.

El mito de El Dorado y la patraña de Las Amazonas entretuvieron por años la preocupación de los conquistadores y en todo este período sólo contaron como semovientes los caballos precisos para expediciones, como aquella de Federman, quien llegó al Alto Guarive en 1539 y más tarde en territorio Muisca, se llevó la decepción de toparse con la autoridad de Don Gonzalo Jiménez de Quesada, lo cual marcó el declive de la infausta experiencia de los Beltzares, como los llamaron por aquí.

La creación del Virreinato del Perú (1543) dejó fuera de su jurisdicción las costas del mar de los Caribes que se mantuvieron bajo la autoridad de la Real Audiencia de Santo Domingo. Allí aparece un personaje que hizo historia y la escribió de primera mano, con la claridad del letrado que no pretendió ser, el detalle acucioso de un geógrafo sin instrumentos y de un naturalista nato sin formación académica. Embarcó en La Española en una navecilla alquilada, que formó parte de la oficialmente autorizada expedición de Juan de Carvajal, en condición de mercader: el florentino Galeotto Cey. La descripción detallada de su empresa puede pasar en nuestros días a la literatura de ficción y ella entretendrá este relatorio durante un gustoso trecho.

Juan de Carvajal, personaje complejo y acérrimo enemigo de los Welser, llegó a las vecindades de un Coro disperso y desolado el Día de Reyes de 1545 con “80 hombres, 12 mujeres, 60 yeguas, 150 caballos, 80 vacas, 200 ovejas, 50 cabras, algunos asnos y puercos, un par de vacas de carga, 6 bestias” (mulares) y ese mismo año, en medio de las inevitables disputas de autoridad, se propuso la empresa, novedosa para el momento, de la colonización tierra adentro.

Partieron en el mes de abril en dirección oeste hasta el río Maticora y luego en el rumbo suroeste pasaron por la vecindad de Mauroa, donde nuestro relator hace mención de la pez que “de día hierve con el calor y en la noche se endurece”. Después de pasar las montañas de los Jirajaras llegaron a las llanuras de Carora, ricas praderas con una hierba que llamaban “sanare”. Marcha adelante, quince días más tarde, a las planicies de Quíbor y luego, hacia poniente, al valle del río Tocuyo, donde fundó la población de Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción del Tocuyo, el día de Todos los Santos de 1545. La tierra fértil, el clima benigno y saludable y los pastos abundantes fueron propicios para el rápido crecimiento del rebaño de fundación. Esa primera avanzada fue el punto de partida de numerosas empresas en busca de las codiciadas riquezas que sólo se reconocieron siglos más tarde. La soberbia acrecentada de Juan de Carvajal incumplió todas las promesas hechas a sus compañeros de aventura. Galeotto Cey describe con detalle sus desesperadas gestiones para eludir la prohibición de salida del ganado cada vez más abundante, cuyo comercio prometía grandes ganancias en otras tierras.

Sólo después de la ejecución de Carvajal, bajo el gobierno de Alonso Pérez de Tolosa, se abrirán los caminos para las avanzadas en territorios vecinos, tanto en la sierra como en las tierras bajas hasta el Apure. El mismo relator describe la avanzada de Juan de Villegas para explorar la Laguna de los Tacarigua en 1547, posiblemente con algún ganado, desde donde se dirigió a la costa, a Borburata, que fuera al poco tiempo un nuevo centro ganadero con la aportación de ganado isleño por mar y según referencias imprecisas, por tierra desde Cumaná y del mismo origen. La Valencia interiorana a poco se convirtió en refugio de la azotada población costera y sus hatos de ganado. Ya Vicente Díaz Pereira había traído desde Margarita un lote de ganado para fundar un hato en los valles aledaños y por su parte Alonso Díaz se había establecido en Patanemo y luego en Vigirima y Guacara.

Al amparo de una Real Orden, Juan de Villegas autorizó la expedición comandada por el Maestre del Campo, Diego Vallejo, la ansiada salida de Cey y sus ganados en pos de grandes beneficios por las pregonadas riquezas del Reino de Nueva Granada y la escasa competencia de ganados costeños “porque era harto difícil procurárselos por la subida desde el Río Magdalena a los altiplanos de Tunja y Bogotá”.

La partida de El Tocuyo tuvo lugar a finales de 1550 y la comitiva estuvo compuesta por “veintidós hombres, doscientos indios e indias de servicio, ochenta yeguas y caballos, sesenta vacas y un mil quinientas ovejas”. Nada en los valles, montañas, quebradas, llanos interminables, selvas, caudalosos ríos, animales salvajes desconocidos, penurias y enfermedades, escapa a la acuciosa descripción del comerciante florentino. Después de 7 meses de penosa andadura con numerosas pérdidas de vidas, especialmente indígenas de las tierras cálidas y muchos semovientes, llegó por fin a Tunja, donde encontró, para desbaratar sus sueños de riquezas, muchos traficantes competidores.

Terminó así la primera empresa, detalladamente documentada, de exportación de ganado desde territorio de la Provincia de Venezuela. No obstante, nuestro personaje regresó a El Tocuyo en octubre de 1551 y con menos de un mes de descanso, armó una nueva expedición para llevar “doscientas yeguas, cien caballos, doscientas vacas y dos mil ovejas” para llegar de nuevo al altiplano, por la misma ruta, en mayo de 1552 y lograr las jugosas ganancias merecidas, volver a su tierra y dejar el legado de sus crónicas.

De la misma procedencia tocuyana, así como todos los miembros de la expedición pobladora capitaneada por Diego de Losada, han tenido que ser los ganados de donde se sacaron los toros para correr a la usanza de la época, junto al juego de cañas y otros ejercicios militares, con motivo de la celebración del día de San Sebastián de 1567 en la Nueva Jerez de la época (actual Nirgua) que se hanuestro país.

La ruina de Cubagua hacia 1539 se tradujo de inmediato en la catástrofe económica de Margarita y la dispersión de la riqueza ganadera por todas las vías posibles, con la aparición de numerosos compradores. A la sazón, Francisco Fajardo, hijo de Isabel “india pura guaiquerí, nieta del cacique Charaima”, daba sus primeros pasos como conquistador, valido de sus prominentes parentescos indígenas, en el litoral central, terminó después de largo tráfago como fundador de la Villa de Catia, de vida efímera por las luchas tribales y de la Villa de San Francisco, donde hizo reparto de tierras y sostuvo un hato de ganado con origen en su isla natal.

La subsecuente fundación oficial de la ciudad de Caracas, aunque nunca apareciera el acta respectiva, advirtió también la presencia anterior de las huellas de pezuñas vacunas. Ya para la época el ganado poblaba en abundancia los fértiles valles centrales. Es razonable inferir que los grabados que ilustran el “Libro de Montería” de Argote de Molina, tiene como escenario ese paisaje. Por otra parte, no se conoce el lugar de la costa donde en 1569, desembarcó Diego Fernández de Zerpa las 800 vacas que adquirió en Margarita con destino a los llanos. Todos esos aportes de ganado ibérico, andaluz en su mayoría, dieron origen al ganado criollo del Nuevo Mundo.

La gigantesca conquista territorial que con paciencia (en sentido primario del vocablo) panza y pezuña, logró la vaca en nuestro suelo y en todo un continente, es sólo comparable a su influencia civilizadora. Se justifica así la curiosidad que ha despertado un capítulo tan importante de su historia para esta disparatada colección


Alberto Ramírez Avendaño

Agosto 2008

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