jueves, 29 de octubre de 2020

CÉSAR FARACO aquellas tardes y aquel adios Por Víctor José López EL VITO

 


César Faraco fue un torero muy castigado por los toros. Sus cornadas de 1956 en Sevilla y la de Caracas en 1958 fueron terribles. Sus triunfos más resonantes tuvieron por escenarios las plazas de Las Ventas, Monumental de México y Nuevo Circo; pero el éxito y el sentimiento llegaron en la plaza de Orizaba, México, cuando el maestro de la banda le ordenó a sus músicos interpretar el Himno de México –“Mexicanos al grito de guerra”– mientras en venezolano toreaba con la muleta. A Faraco México le acogió como un torero mexicano.

La tarde del jueves 8 de diciembre recibimos una llamada del doctor Jackson Ochoa Nieto, portador de algo que esperábamos, la muerte del maestro César Faraco. Una noticia que por esperada, no dejó de sorprendernos ingratamente. Había alzado el vuelo a la eternidad.

El maestro vivía en San Cristóbal donde ejercía el cargo de Director de la Escuela Taurina en la Monumental de Pueblo Nuevo. Sus amigos Manolo Ordóñez y Pablo Duque le encontraron en su lecho, cuando fueron a buscarle a su casa al notar su ausencia de la diaria tertulia que compartían. Dolorosa pérdida para la fiesta de los toros, para la grata amistad compartida con quien nos enriqueció con exquisito trato. Se fue un personaje del toreo nacional.

Los taurinos venezolanos recordaremos siempre la tarde del 4 de abril de 1954, cuando como novillero hizo su presentación en Madrid con novillos del ganadero Francisco Jiménez, cortándole una oreja a cada uno de sus astados. Fulgurante triunfo. Don Manuel Mejías lo anunció para que tomara la alternativa en la feria de San Isidro de 1955. Recibió la borla de matador de toros de manos de su hijo el caraqueño Antonio Bienvenida, en presencia del sevillano Manolo Vásquez con toros de Carlos Núñez. La historia lo reseña como el primer torero americano en tomar la alternativa en Las Ventas y el primer venezolano en abrir la Puerta Grande de la Monumental Plaza de Toros, como novillero.

Aquel día del debut madrileño, hasta más allá de la Puerta Grande y de la Calle de Alcalá, llevaron a hombros al torero sudamericano con el que don Manuel Mejías Rapela, “Bienvenida” se había atrevido a apostarlo todo. Era el mismo Faraco, aquel sólo y desamparado en una cafetería, estafado por el truhán que le apoderaba, y que le había robado hasta la última peseta de los ahorros.

En aquel desagradable momento destaca la bondad de Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”, figura de la fiesta en España, quien logró que los miembros de la familia Bienvenida se encargaran del torero esquilmado. “Diamante Negro” ya gozaba de mucho y muy bien ganado cartel, y era persona influyente en los círculos taurinos.

Faraco inició su andar en la fiesta de los toros lidiando reses criollas por esas plazas escondidas en la serranía de la cordillera, hasta que en 1951 logró verle la cara a ganado de casta. Novillada de Guayabita en Caracas actuando con Pedro Pérez, Hilario López, Eduardo Melgar, Gabriel Rodríguez y Eustoquio Sánchez. Su éxito le colocó en otro cartel, también con Guayabita, en el que figuraron Hilario López, Paquito Arias, Pedro Pérez, Leo González y Carlos Díaz “El Chino”.

La presentación como matador de toros en Venezuela fue en el Nuevo Circo de Caracas con una corrida de Palomeque, mexicana, con Julio Aparicio y Manolo Vázquez en 1956. Repitió con toros de Guayabita el 9 de diciembre junto a Antonio Bienvenida, Luis Sánchez “Diamante Negro” y Manolo Vázquez, cuando conquistó su primera oreja en su tierra nacional, luego del doctorado madrileño. Vinieron muchos éxitos, pero de inolvidable aquella gran tarde del “Cóndor de los Andes” el 13 de diciembre de 1964 cuando lidió toros de “Pastejé” con Pedro Martínez “Pedrés” y Manuel Benítez “El Cordobés”. Faraco se alzó con un gran triunfo al cortar tres orejas.

Se cortó la coleta en 1978 lidiando en solitario en el Nuevo Circo de Caracas una corrida con cinco toros de Piedras Negras y un toro de Manuel de Haro. Tarde de mucha torería, pues la prensa con cariño y admiración promovió aquel festejo de gran expectativa, en el que un gran torero se despidió ante el gran público capitalino.

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