CUANDO en 1970 un grupo de periodistas entusiasmados por Carlitos González fundamos el diario Meridiano, el mundo taurino denunciaba uno de sus innumerables conflictos:
- Desde México los cables informaban del descontento que capitaneaba el histórico Raúl Acha, “Rovira”, que la mayoría del mercado suramericano acaparaba la producción de ganado bravo de México.
Rovira , apoderado de Alfredo Leal, un destacado diestro que realizó su última campaña española en compañía de César Girón y otros matadores de toros cuando integraban el grupo de los guerrilleros.
Chopera manejaba la plaza México y tenía gran influencia en otras empresas mexicanas, a las que no tenía acceso Rovira.
Como si el aceite no tuviera suficiente hervor, se había roto la relación entre Chopera y Manolo Martínez que había dejado por la mitad la temporada española, alegando incumplimiento en la palabra del empresario vasco. Se confirmaba una actitud que no era nueva de los taurinos españoles hacia los toreros americanos.
Manolo Martínez toreó su primer año en España 48 corridas de toros. Fue un año de triunfos destacados como reseñan sus actuaciones en Andalucía y en el norte español. El resultado artístico fue premiado con 68 orejas y 5 rabos. Manolo Martínez regresó a España en 1970, para confirmar la alternativa en Madrid. Le cortó la oreja en Las Ventas al toro de la confirmación de nombre Santanero de Baltazar Ibán. Esa tarde en corrida de la feria de San Isidro se presentó con El Viti, su padrino, y Palomo Linares.
Su segunda corrida en Madrid fue con toros de Antonio Pérez y, como para su tercer compromiso le cambiaron los toros, Manolo no lo aceptó.
Desde ese instante el boicot contra Manolo Martínez tomó cuerpo.
En Palma de Mallorca, por ejemplo, en el callejón de la plaza y estando Martínez vestido de torero, la Policía Nacional le exigió, so pena de ir detenido, los papeles de identidad.
Manolo y su apoderado Álvaro Garza denunciaron en los medios de México que las empresas en España sin anunciarlo cambiaban los toros de las corridas anunciadas, igual que le cambiaba los alternantes. Si tenía un compromiso para actuar con Camino o con Ordóñez, lo ponía con un torero segundón y con toros de otra ganadería. Algo parecido de lo que ha ocurrido en los últimos años con algunos toreros mexicanos que han ido a España. Manolo, después de torear en Málaga, donde cortó dos orejas, y en Ondara, cuatro orejas y un rabo, decidió cortar la temporada española.
Dejó pendientes varias corridas y regresó a México.
La prensa adversa a Manolo Martínez en México, Colombia y Venezuela, coincidió en que éste había fracasado; mientras, el “martinismo” se erigía como bastión adverso al malinchismo en México. En fin, la cosa se puso de color de hormiga y todo anunciaba una ruptura de relaciones entre españoles y mexicanos.
Con lo antes ocurrido no fue fácil la conquista de Venezuela por Manolo Martínez.
La baraja taurina nacional contaba con sus mejores espadas: los hermanos César, Curro y Efraín Girón, además de toreros como Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro”, dueño del afecto de la multitud. Condición sine qua non del ídolo de masas.
Los mejores toreros de España habían hecho suyo el bastión suramericano para cuando Manolo hizo sus primeras visitas a Venezuela. Fueron los días que revivieron los míticos Luis Miguel y Antonio Bienvenida, tras afortunado festival en Las Ventas en tiempos en los que mandaban en la Fiesta Antonio Ordóñez, Paco Camino, Manuel Benítez “El Cordobés”, Santiago Martín “El Viti”, Diego Puerta y Palomo Linares todos toreros que vivían metidos entre las trincheras de combate, jugándose la vida y su propia existencia profesional en los escenarios que se encontraban divididos por la contienda de la política taurina.
Ardua lucha entre las grandes casas de las empresas, que por aquellos días se imponían y dominaban la escena desde la virreinal plaza de Acho en Lima, Perú, hasta la frontera mexicana con los Estados Unidos, que no era, en ese momento, tan “de cristal”, como la calificaría más adelante Carlos Fuentes. Eran los días que América tenía mucha importancia económica para Europa, porque los toreros “hacían la América” en la temporada invernal.
Nada fácil, por supuesto, para los coletas americanos.
Allí el reconocido mérito de los llamados toreros de la excelencia: Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa Armillita, Carlos Arruza y César Girón. Póker de ases, con quienes la América de Bronce ganó las partidas sobre el tapete de las arenas del toro, desde los días de Gallito y Belmonte, hasta épocas de Manolete, Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez.
Ante esa realidad inobjetable, trepidante, se presentó un desgarbado joven norteño en el Nuevo Circo de Caracas.
Fue una tarde luminosa del noviembre caraqueño, exactamente el 13 de noviembre de 1966. Cartel inolvidable para quien escribe, pues se trataba del debut de Manolo en Sudamérica y la presentación de Sebastián Palomo Linares en América. Les acompañó en el festejo el merideño César Faraco, El cóndor de los Andes, y los toros llevaron la divisa de San Miguel de Mimiahuapam.
Manolo fue el único que cortó oreja. Una oreja la tarde de su presentación; y aunque las espadas se convirtieron en bastos para Palomo Linares, el aniñado diestro de Jaén conquistó el fervor de la afición capitalina. Cuitlahuac, marcado con el número 105, fue el astado que le diera la bienvenida en Venezuela a Manolo, un torero que con el tiempo crecería en torería y madurez profesional.
¿Quién era aquel joven de raquítico aspecto al que comenzaban a anunciar en los carteles como El Mexicano de Oro?
Venezuela esperaba desde hacía tiempo que llegara un torero de México, con los arrestos y la personalidad, dentro y fuera de los ruedos de aquellos toreros de la Época de Oro, que se hicieron del corazón de la afición criolla; porque fueron los toreros mexicanos los que forjaron lo mejor de la afición venezolana. Armillita, Garza y El Soldado tuvieron entre los venezolanos fervientes admiradores. Arruza fue descubierto por Andrés Gago, antes de su incursión lusitana, en el ruedo de Caracas, y Luis Procuna ha sido el torero más querido por la afición de la capital venezolana, desde que construyera sobre la bravura de Caraqueño de La Trasquila una faena monumental, que fuera premiada con la única pata en la historia del Nuevo Circo. Procuna se convirtió en el mejor compañero y más atractivo rival para Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”.
Antes de Manolo, grandes toreros de México encontraron en los escenarios venezolanos la extensión de la pasión taurina que había sembrado su rivalidad con los toreros de España. Andrés Blando, Antonio Velázquez, los hermanos Luis y Félix Briones, Garza y El Soldado. ¡Silverio Pérez! El valiente Rafael Rodríguez y El Ciclón Arruza, lo mismo que los inolvidables El Ranchero Aguilar y Juanito Silveti. Joselito Huerta, adusta expresión indígena y Alfonso Ramírez El Calesero, trazo profundo de la emoción estética. La joven legión posterior a la Época de Oro como fueron el exquisito príncipe Alfredo Leal, el magistral Chucho Córdoba y el chihuahuense Raúl Contreras Finito, llenaban pero no copaban la escena y mucho menos satisfacían las expectativas.
Manolo Martínez llegó para llenarlas todas, y rebasar su contenido. Ha sido este gran torero de México, la referencia histórica para los venezolanos en los días de su crecimiento como artista y como figura del toreo. Convencidos estamos, los venezolanos, que de no haber sido porque en nuestro reñidero se topó con los finos gallos españoles este chinguero azteca, no habría cruzado las aguas del Caribe hasta toparse con la Armada Española en las aguas del Golfo y del Mediterráneo. Nuestros públicos y plazas reclaman para sí, parte de la formación de Manolo Martínez en su más de veinte años pisando arenas venezolanas. Aquel Manolo de los primeros días era un torero de juvenil aspecto y de desgarbada figura, demostrando enciclopédica amplitud y largura en su tauromaquia. Todo lo contrario al Manolo maestro. Hombre de gruesa madurez, que culminaría sus días en los ruedos con una expresión técnica corta y escueta, aunque precisa y profunda. Traía, eso sí, en sus alforjas el don del mando y del temple, con inteligencia y absoluta comprensión del toro de lidia.
Cuando Manolo Martínez hizo el paseíllo la tarde del 13 de noviembre del año 1966 en el Nuevo Circo de Caracas, sobre la casi centenaria arena estaban aún frescas las huellas holladas por las zapatillas de César Girón, quien meses antes se había cortado la coleta con la idea de ponerle punto y final a una carrera brillante encerrándose en solitario con seis toros de Valparaíso. Fue epopéyico el adiós, y atrás crecían en el recuerdo sus tardes históricas de Guadalajara, México, Bogotá, Caracas y Lima en América, Madrid, Sevilla, Pamplona y Bilbao en España, Arles, Dax y Nimes en Francia, como cuentas de los grandes misterios que separan los gozosos capítulos del rosario de triunfos, en cientos de plazas menores de este titán de los ruedos que con su adiós dejó desamparada la afición venezolana. Manolo, sin saberlo y mucho menos proponérselo, ocuparía en América el lugar de la respuesta al reto que hasta esa fecha, en forma hasta insolente, había sido Girón ante la cara de los grandes de España. Hablábamos de los grandes rivales que tuvo Manolo al pisar tierra venezolana, pero no debemos dejar fuera los que fueron surgiendo en el transcurso del tiempo como lo fueron su propio paisano Eloy Cavazos, que le vino a retar hasta estas remotas tierras sureñas, y los jóvenes maestros Francisco Rivera Paquirri, José María Manzanares y Pedro Gutiérrez Moya El Niño de la Capea, cuarteto con el que cubrió el lapso final de su vida torera entre los venezolanos.
Sin embargo, fueron los hitos de Manolo los que marcaron huella en su camino venezolano.
Momento para recordar lo que acotaba el gran escritor madrileño, don Antonio Díaz Cañabate, cuando alguien le preguntó el porqué no tomaba notas durante una corrida de toros. A lo que le respondió don Antonio “lo que no se graba en la memoria, bueno o malo, no vale la pena reseñar”.
Debemos confesar que pretendimos recurrir al detallado inventario que tiene de la historiografía taurina venezolana el excelente recopilador Nelson Arreaza, base valiosísima para el orden histórico de nuestra fiesta, pero me pareció traicionar el principio de Cañabate, que debe ser el principio fundamental del buen aficionado. Así, pues, que cuando hablamos de Manolo Martínez en Venezuela, el primer recuerdo que me salta a la memoria es verle vestido de pizarra y plata en la Monumental de Valencia, con el muslo derecho abierto por una cornada de la cual manaba un torrente de sangre. Sangre que salpicó el testuz del toro de Reyes Huerta que recién le había herido. Realizó Martínez una de las grandes faenas de su vida, como él mismo lo confesaría más tarde en la Ciudad de los Palacios, una tarde en el Restaurante Belenhausen en grata tertulia junto a don José Alameda.
Y no podía ser menos, pues Manolo alternó en aquella Corrida de la Prensa con dos leones: Curro Girón y Manuel Benítez “El Cordobés”. Fue una tarde histórica, los toros de don Reyes salieron bravos y nobles, estupendamente presentados, escogidos para tan importante cartel por el siempre recordado Abraham Ortega. El Círculo de Periodistas que presidía Abelardo Raidi, el creador del mundialmente famoso evento, tuvo que dividir el trofeo entre los tres toreros, pero con sangre y sobre la arena de Valencia quedó tatuada la misión torera en la tierra de este torero de Monterrey, que no fue otra que la de ser figura del toreo.
Figurón, diríamos los que fuimos testigos de sus tardes en San Cristóbal, cuando en la Feria de San Sebastián, tras cortar siete orejas se hizo acreedor a todos los trofeos que estaban en disputa.
Tres tardes fue Manolo a esa temporada de 1969, con rivales de la categoría de Curro Girón, Paco Camino y Palomo Linares y toros de Peñuelas, El Rocío y Pastejé. Aquel año 69, en la referida Feria de San Sebastián, nació Manolo como ídolo para las masas taurinas venezolanas.
No fue un torero “simpático”, y mucho menos un artista de “buena prensa”, a pesar del empeño y gran labor de sus apoderados Pepe Luis Méndez, Álvaro Garza y Pepe Chafick. Manolo lo estropeaba todo con su carácter huraño, nada afectuoso y siempre aislado. Con brusquedad respondía a las entrevistas y pocos fueron los que pudieron llegarle cerca en la amistad. Maracay y Caracas le fueron plazas duras, pero al final se le entregaron sin reservas.
En Caracas le indultó un toro a los ganaderos Miaja y Chafick, de La Gloria y de nombre Diamante, el primer toro de la línea de San Martín indultado en Venezuela. Pero su plaza fue Valencia. La plaza grande, la de las históricas corridas de la Prensa, donde rivalizó con los grandes de España. Allí creció Manolo con muchas faenas grandiosas, una de ellas ante un toro de nombre Matajacas que por su trapío le hacían asco los banderilleros y apoderados a la hora del sorteo. Ese Matajacas de Javier Garfias sirvió como un libro abierto para exponer toda su grandeza lidiadora, abrirle los ojos a los incrédulos e invitarlos a que metieran sus dedos dentro de la herida abierta en el corazón del toreo. Fue una obra de exquisito arte, ya moldeado el barro, que era dura roca en el principio en el que las manos de este Buonaroti de la más hermosa de las fiestas.
Hubo otras heridas aparte de la histórica cornada de Valencia. Manolo fue herido en Maracay, aquella tarde que vistió como vistiera Alberto Balderas, de canario y plata, también en Caracas, donde el escafoides pulverizado a causa de un pisotón de un Santo Domingo le hizo perder el sitio con la espada, hasta encontrarlo más tarde al cortarle los gavilanes a la toledana.
Se fue sin decir hasta luego.
Vinieron noticias aciagas de su triste vuelta a los ruedos, de sus éxitos ganaderos y de su muerte en Los Ángeles.
Se comentaron sus proezas y su recuerdo, como las sombras en el ocaso, crece a medida que se pone el sol.
Manolo fue la grandeza que creció con el poniente del sol del toreo. México y España habían roto sus relaciones políticas desde la caída de la República hasta la muerte del Generalísimo Francisco Franco.
En el aspecto taurino, la guerra tenía infinidad de frentes y en todas partes se libraban interesantes batallas.
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