Entre los hallazgos que han sido muchos y además gratos, que hemos descubierto en la Peña Ventaurinos a la que nos invitaron gracias a Juan Pablo García apoyado en la anuencia, consentimiento y aprobación de Manuel Torres y Eloy Anzola, está Julio Stuyck. Un aficionado con sólida cultura taurina, que con su madrileña generosidad nos ha descubierto a veces con recuerdos y otras con hechos contundentes la historia de su padre, don Livinio Stuyck.
D. Livinio se encargó en 1946 de la conducción de la Empresa Nueva Plaza de Toros de Madrid. Llenó el vacío administrativo que dejó, por motivos de su jubilación, José Alonso Orduña. Antes don Livinio solicitó un importante crédito bancario ya que decidió entrar al negocio de los espectáculos sin el melindre de tener que ser taurino. Stuyck guardaba en el portafolio de su inteligencia un variado compendio de ideas que revolucionarían la Plaza de Las Ventas y el universo taurino.
Don Livinio fue un abogado de muy buena formación. Llegó a tener contacto con el negocio de la administración de la Monumental de Las Ventas representando en el consejo de la sociedad Nueva Plaza de Toros a un grupo de accionistas catalanes. A Stuick, de ascendencia flamenca, es decir con sangre belga, supe de quien se trataba cuando llegué por vez primera a Madrid en 1972. Fue disfrutado de un inmenso y hermoso tapiz en el lobby del Hotel Wellington, que me presentó Rafael García viudo de Juanita Cruz: un tapiz de los de la familia Stuyck, histórico grupo de tejedores flamencos que se encargó, por orden del Rey de España, Felipe V, de la fabricación y restauración de tejidos, tapices y alfombras de la Casa Real. Hablamos de 1600 y pico, nos referimos a una continuidad centenaria que dice mucho, y lo dice bien, de los descendientes de la familia de tejedores Vandergoten-Stuyck.
Don Livinio no era taurino.
Sin embargo fue el que con lecciones de creatividad y modernidad empresarial le dió a aquel Madrid taurino que entonces creía se las sabía todas. Le dio a la Monumental Plaza de Toros de Las Ventas y en especial a la Feria de San Isidro el vigor y poder que desde 1947 goza, gracias a que Stuyck que se atrevió poner de lado la tradición secular de la manera de estructurar la temporada taurina de Madrid.
Don Livinio lo hizo reuniendo las corridas que en mayo estaban dispersas. Las agrupó alrededor de la fecha de San Isidro, convirtiéndo Madrid en la capital mundial de los toros. Lo otro que hizo inmediatamente fue restaurar el abono de Madrid, suspendido desde la Guerra Civil. Fueron 5 corridas de toros las del abono de 1947, arrancando el 15 de mayo de 1947 con el cartel de Rafael Ortega “Gallito” -que escuchó los tres avisos en el primer toro que lidió, de nombre “Capachero”, y como toda la corrida de la ganadería de Rogelio Miguel del Corral. Completaron el cartel Manuel Álvarez “El Andaluz” y Antonio Bienvenida que fue herido de gravedad.
Don Livinio y su imaginación con amplitud universal puso el acento en el torero extranjero, es decir en los toreros no nacidos en España y llevaría a los carteles de San Isidro importantes nombres de toreros mexicanos, colombianos, portugueses como Paco Mendes y Manolo dos Santos. Muy especial fueron las confirmaciones de las alternativas de los venezolanos César Faraco, Joselito Torres los hermanos Girón César, Rafael, Curro y Efraín … Hablando de su imaginación a Stuyck se le ocurrían cosas muy importantes, que a los “sabios” de Madrid no les pasaba por la cabeza como el construir en terrenos de la Casa de Campo la muy famosa Venta del Batán como una réplica a la histórica Venta de Antequera de Sevilla. Un escaparate de las reses que se lidiarían en la Feria de San Isidro. Institucionalizó el Domingo de Ramos. como fecha de la primera corrida de toros de la temporada y la celebración de corridas los domingos de julio, agosto y septiembre. En 1962 creó la Feria de Otoño. Apuntalando la vocación de los madrileños y su devoción a la Virgen de la Paloma.
Todas estas cosas las escuchaba en los elogios hacia don Livinio, cuando me reunía con mis amigos Manolo Lozano, Manolo Escudero, Pepe Dominguín, Manolo Cano, Antonio Chenel y Manolo Cisneros fue la alineación de aquella peña que nos reuníamos una vez al año en el Paseo Rosales para una paella preparada por El Choni. Ellos fueron promotores permanentes de admiración hacia el padre de mi amigo Julio Stuyck, que ahora desde Madrid, con sus apuntes al grupo Ventaurino, muy acertados en ocasiones y oportunos siempre, nos permite a la distancia comprender y entender el significado de tantas cosas que nos unen a aquellos pagos, ciudades y rincones tan entrañables.
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