Cuando llegué al aeropuerto de Monterrey me esperaba Rafael Báez. De inmediato nos fuimos a la plaza de toros y nos reunimos en los corrales porque era la hora del sorteo. Más tarde fuimos al hotel donde Eloy Cavazos se vestía, donde nos encontramos con Macharnudo, periodista del Exlesior de la Cadena García Valsecas, uno de los puntales del famoso emporio periodístico mexicano.
Macharnudo, siempre muy cercano en la vida y en la profesión fue un amigo muy apreciado, amable amigo y compañero muy colaborador. Aquellos días las circunstancias me favorecieron y logré conversar sin trabas con Eloy Cavazos, era la primera vez que le veía en mi vida. Gozaba Eloy del esplendor de los días de su descubrimiento de lo que sería una vida apasionante como importante personaj en la fiesta de los toros universal ... Le sentí a Eloy muy natural, como si hubiésemos tenido trato continuado desde hacía tiempo. Una vida la de Eloy que ha sido un ejemplo de constancia, superación y responsabilidad. Nació Ely en cuna humilde, en la Villa de Guadalupe. Todolo contario a Manolo Martínez. La Villa es apenas un caserío, un barrio, está las afuerras de la gran ciudad de Monterrey. En la Villa su padre, don Héctor Cavazos, era el conserje de la placita de toros. La plaza era la casa de don Héctor y su familia. Tal era la penuria que vivían que ni techo tenían para guarecerse del duro clima neoleonés. Me contaba Eloy que nació en una casita de adobe, algo parecido a los los ranchitos más necesitados de los cerros de Caracas en Venezuela. Sus paredes eran de bahareque, hechas de pasto seco y de barro, que luego sostenían con pedazos de caña.
- Ni nací envuelto en pañales de seda -decía Eloy con mucho orgullo-, ni conocí de escuincle los consentimientos y gustos que le dan los padres a sus hijos. Llegué al mundo en una choza el día de San Luis Rey, 25 de agosto del año de 1950.
- Pasamos mucho trabajo en la familia. Una familia numerosa. Soy el quinto de los Cavazos-Ramírez ¡Y somos nueve hermanos!
Ramiro es el mayor, luego Héctor, que murió, Saúl, José Angel, después de mí David (Vito, banderillero) Toñita y “El Chiripazo”, que es el menor, Juan Antonio.
- En la plaza nos aliviábamos porque no teníamos que pagar renta y papá estaba desempleado, “en el paro” como dicen en España.
- Allá, en la placita de la Villa de Guadalupe me nació la afición por la más bella de las fiestas en el alma de Eloy Cavazos. Más que afición, pasión por una profesión que le daría todo en la vida. En especial el reconocimiento del mundo.
- Papá antes de ser guardaplaza de la Villa de Guadalupe fue pintor de cruces en el Cementerio Municipal de Monterrey.
- Aquella casucha de paredes de barro y techo de lata, que era nuestra casa, estaba al lado de la caballeriza y de los corrales de la plaza de toros. Durante el verano era calurosa y se llenaba de plaga y de ratas.
- Noches había, narra Eloy, en que mi pobre madre se pasaba horas y horas espantándonos los moscos con una rama de mezquite y embarrándonos de petróleo – cuando había- para que los bichos no nos picaran.
- Dormíamos sobre petos de caballos y mantas para mulillas.
- Pero el ambiente de la placita hizo que naciera mi afición. Con los toreritos que iban a entrenar a la plaza de la Villa de Guadalupe aprendí a jugar al toro, a torear de salón, a hacer ejercicios.
- - Un novillero de nombre “El Pony” me regaló para Navidad un capotito, un capote de torear que serviría para que ganara mis primeros pesos como torero.
Eloy toreaba de salón antes de los festejos de la Villa, en la puerta de la plaza, y los aficionados le regalaban dinero cuando terminaba. Era tanta la pobreza de la familia Cavazos Garza, que esos centavos significaban mucho para el sustento diario de los once miembros del clan…
Pero, llegó la tragedia en casa de los Cavazos. El hermano mayor de Eloy, Héctor, murió en un lamentable accidente, cuando cazaba palomas y se le escapó un disparo de la escopeta. Héctor laboraba en una casa de comercio llamada Te de Malabar, y sus patrones, conscientes de que Héctor era el sustento de la familia, le ofrecieron el trabajo a Eloy. Era amigo de los hijos de los propietarios del Te de Malabar, y como no había ido a la escuela ni sabía oficio alguno para poder desempeñar un cargo, se convirtió en “maestro taurino” de los muchachos, porque ya para esa época Eloy distraía a los parroquianos con sus faenas de salón.
Así que los 145 pesos que Héctor ganaba a la semana continuaron llegando a la conserjería de la plaza de toros de la Villa de Guadalupe.
Un día los hijos de los patrones de Eloy fueron invitados a un tentadero en casa del ganadero Eleazar Gómez, donde los maestros de la faena campera eran Raúl García y Jaime Bravo.
- En la ganadería de Eleazar Gómez conocí a Fernando Elizondo, cuenta Eloy.
Elizondo se entusiasmó con Eloy. Diminuto, gracioso, valiente y enterado. Quiso cerciorarse Fernando de las condiciones de Eloy y le invitó a la ganadería de Cuco Peña en Laredo, para que matara un semental. Elizondo se convenció que Eloy podría ser alguien y le preparó tentaderos y algunas novilladas. Fernando Elizondo tenía un socio, el venezolano Rafael Báez con el que llevaba algunos matadores de toros como Jaime Bravo.
La presentación de Eloy Cavazos fue en una sustitución en la cuadrilla de niños toreros, anunciada como Los Monstruos. Falló un muchachito y Eloy se metió en el cartel. Fue su primera experiencia y no le fue mal. Al domingo siguiente le anunciaron mano a mano con el Santacruz, dos becerros y dos vacas. El éxito le abrió las plazas de la región y llegó a torear más de sesenta festejos. Calas, así llaman en México a las becerradas con vacas que, antes de ir al matadero o ser sacrificadas por los ganaderos de lidia, son aprovechadas por los aspirantes a novilleros para su formación…
- Papá fue mi primer apoderado. Como becerrista fui a muchas plazas y gané unos pesitos con lo del “monterazo”; pero llegó el momento en que escasearon los “astados” y había que llevar lana a casa… Así que cambié la muleta por la caja de bolero y “a dar bola”, – que es como llaman en México el oficio de lustrar calzado.
- Hasta que conocí a don Fernando en casa de don Eleazar Gómez. En México, casa de Elizondo conocí a Rafa. Había una reunión, una fiesta, casa de Fernando y como no debía trasnocharme, para estar siempre preparado y hacer bien mis ejercicios, Elizondo decidió que me fuera a casa de Rafa en la calle de Pilares.
- Rafael y su esposa Betty vivían en un apartamento muy amplio. Al principio no me gustó la idea. Eso de que un venezolano y una gringa fueran mis cuidadores, no me parecía que iba bien con la idea que tenía de ser torero.
- Con el tiempo comprendería cuan equivocado estaba. Betty ha sido una de las mejores personas que he conocido en la vida y de Rafa, ¿qué te puedo decir? Mi amigo, mi compadre, algo más que un apoderado. Nunca hemos firmado un documento. Jamás hemos hecho cuentas, y ya ves…
Por fin, a pesar de su diminuta apariencia que le impedía meter la cabeza en las plazas de toros, Elizondo y Báez convencieron a don Nacho García Aceves, empresario de la plaza de toros El Progreso de Guadalajara, para que Eloy Cavazos hiciera su debut como novillero. Nacho García no quería contratar a Eloy porque lo veía demasiado chico.
¡Es muy escuincle el chavo!
Eloy salió a hombros en Guadalajara y cuando salía por la puerta grande, y vio entre los curiosos asombrados a don Nacho; y le gritó:
- Don Nacho… ¿Verdad que ahora no soy escuincle?
Cuenta Eloy que esa novillada no la vio Báez. La primera vez que Rafael Báez vio torear a Eloy Cavazos fue “Camino de Guanajuato que pasas por tanto pueblo, no pases por Salamanca que allí me hiere el recuerdo. Vete rodeando veredas, no pases porque me muero”, una novillada que tenía mucho ambiente entre los aficionados de León porque anunciaban un encierro de lujo, de la ganadería del Lic. Alberto Bailleres.
- Después de la novillada Rafael “me dijo de plano que no le había gustado nada. Lo que me provocó honda pena.”
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Pero Rafael Báez sabía que estaba frente a un torero importante, a pesar de que en León no le había gustado. Eloy entrenaba muy fuerte todos los días, mientras que Báez le conseguía novilladas. Fueron 47 novilladas antes de presentarse en la Monumental de México. Una de las metas que se habían trazado en esta primera parte de la carrera de Cavazos… Aquella temporada, el as de los novilleros era Manolo Martínez, otro novillero de Monterrey. Se hablaba mucho de Ernesto Sanromán “El Queretano” y de El Sepulturero…
- No teníamos dinero para comprar un traje decente para presentarnos en la Plaza México. Betty, la mujer de Rafa, fue al Monte de Piedad, en El Zócalo, y empeñó todas sus prendas. Lo hizo sin que nos enteráramos. Cuando Rafael lo supo, cogió un berrinche que ni te imaginas. La pagó conmigo. No me hablaba, y cuando me dirigía la palabra era para recriminarme algo.
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Eloy Cavazos, con gran expectativa, se presentó en la Monumental, el 12 de junio de 1966. Toros de la ganadería michoacana de Santa Marta. El novillo del debut se llamó “Trovador”. Completaron el cartel aquella memorable tarde en la carrera de Eloy Cavazos, Leonardo Manza y Gonzalo Iturbe… Cortó dos orejas, salió a hombros y su cartel, que estaba muy alto, llegó a las nubes. Cavazos se cotizó mucho y muy pronto. Era un gran atractivo para las empresas, pero no volvió a la México, sino para confirmar la alternativa de matador de toros, que alcanzó en Monterrey en 1967, con Antonio Velásquez y Manolo Martínez y toros de San Miguel de Mimiahuapán. La confirmación fue en 1968 con Alfredo Leal y Jaime Rangel y toros de Chucho Cabrera. Eloy cortó tres orejas y se ganó “El Azteca de Oro”, como triunfador de la temporada.
Aquella temporada la México presentó 14 festejos; y fueron contratados al Derecho de Apartado y en corridas sueltas, los matadores Manuel Capetillo, Alfredo Leal, Joselito Huerta, Raúl García, Mauro Liceaga, Jaime Rangel, Chucho Solórzano, Alfonso Ramírez “Calesero Chico”, el maracayero Adolfo Rojas, uno de los buenos toreros venezolanos, que actuó en dos tardes y llegó precedido de gran fama tras su destacada campaña como novillero en la plaza Monumental de Las Ventas de Madrid, de la que salió varias veces a hombros. También estaban en el derecho de Apartado Raúl Contreras “Finito”, Ricardo Castro, Antonio Lomelín, El Ranchero Aguilar, Antonio del Olivar, Fernando de los Reyes “El Callao”, los venezolanos Curro Girón y César Faraco, Gabino Aguilar, Rafael Muñoz “Chito”, Manolo Espinosa “Armillita”, Leonardo Manzano y Joel Téllez “El Silverio”…
Ya para esa época Rafael Báez se había hecho cargo de Eloy. Aunque Báez estaba en activo, toreaba poco. En realidad, a pesar de su vocación, nunca despuntó como matador de toros.
Rafael Báez es caraqueño, de la parroquia San José y se formó como torero en las escuelas taurinas que por los años cincuenta existían en la capital venezolana. Sus actuaciones en Caracas, Los Teques, Maracay, Valencia y los pueblos andinos como Ejido, Lobatera, Zea y Táriba, fueron esperanzadoras. Rafael Báez se marchó, primero a Colombia, y más tarde a México en el año de 1953, donde se radicó. En Maracay tuvo una gran tarde en compañía de Pepe Cáceres, coincidencia que le abrió una gran amistad con el gran torero colombiano, al que luego representó en México.
En Báez se unió la inteligencia natural del taurino, con la sagacidad del caraqueño hasta convertirse en el ejemplo clásico del apoderado exitoso en México. Llevó Báez a muchos toreros en su larguísima y ejemplar carrera, pero fue Eloy Cavazos su punto cimático.
Rafael Báez es un hombre de grandes cualidades y su joya es su intuición y carácter. Báez formó con Eloy la pareja más estable y sólida de las que ha conocido el toreo en América, entre un apoderado y un matador de toros. En Europa, él, Rafael Báez, y Eloy Cavazos, fueron ejemplo a seguir durante las brillantes temporadas del regiomontano por plazas de España, Francia y Portugal… Elizondo se ocupaba de otros menesteres taurinos y Báez se dedicaba en exclusiva al aniñado diestro de la Villa de Guadalupe.
Después de la corrida de Monterrey en octubre de 1968, viajé en automóvil hasta Torreón, Cohahuila, en compañía del célebre banderillero David Siqueiros “Tabaquito”, miembro de la cuadrilla de Eloy. Hicimos el tramo desde Monterrey hasta Torreón, en horas de la mañana. Por la tarde Cavazos actuó, mano a mano con Curro Rivera. Se lidiaron toros de Madrazo, de Pastejé, tres de ellos muy buenos y tres fatales. Fíjense ustedes como es la suerte en los sorteos. Curro Rivera tuvo un lote malísimo, para disgusto de su padre, el maestro potosino Fermín Rivera, que para la época apoderaba a Currito. Eloy Cavazos cortó seis orejas y un rabo, salió a hombros y ganó el trofeo en disputa. El maestro Fermín, Curro Rivera y su cuadrilla, salieron disgustadísimos de la plaza lagunera tras la enjabonada de Eloy.
Por la noche continuamos carretera, esta vez en compañía de Nacho Carmona y de El Yucateco, picador y banderillero de la cuadrilla de Cavazos, además de “Tabaquito”.
Un viaje larguísimo que tuvo el aliciente de conocer el entorno en la vida de estos hombres, en especial de “Tabaquito”. David era primo del genial y muy famoso pintor David Alfaro Siqueiros, el hombre que intentó asesinar a León Trotsky en Coyoacán. Siqueiros fue alumno privilegiado de la Escuela de Artes Santa Anita, cuna de expresiones en las Bellas Artes que llevaron al mundo las voces protestatarias de tintes stalinistas de las raíces populares del México revolucionario reflejado en los murales de David Alfaro Siqueiros que siempre mostró una ideología radical en la en la fase armada de la Revolución tergiversada en sus dos capítulos finales.
Se refirió “Tabaquito” durante la larga conseración que nutrií la soledad de aquellos caminos del norte mexicano, cuando no habia autopistas y las carreteras sabían a insurgencia. Habó el culto banderillero de la difícil relación entre Siqueiros y Diego Rivera, otro monstruo de los murales, rebelde en el propio Kremlin, de quien me aseguraba había sido mucho mejor pintor de caballete que de paredes. Habló David Siqueiros, el torero, de cárceles, exilios, hombres y mujeres en la vida del maestro muralista, y despertó en mí la curiosidad por darle la mano, conocer la vida de esos tres mosqueteros que aún hoy me asombran en cada una de las líneas que descubro en el guión de sus vidas. Claro que me refiero a Siqueiros, Orozco y Diego Rivera, cuyo “Picador de Toros” es la revelación en óleo de su afición por la fiesta…
Regresé a Caracas a finales de octubre de 1968. Debía entrevistarme con Carlitos González, se hacían planes para que saliera la primera edición de Meridiano.
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