Raúl González, ganadero de Piedras Negras y Jorge Aguilar El Ranchero, un binomio que vistió de orgullo a Tlaxcala
Me imagino que, si Jorge Aguilar El Ranchero hubiera tenido para escoger una muerte, habría sido la que le tocó: morir en una plaza de toros. Murió este gran torero en el tentadero de la ganadería de Coaxamaluca, en su Tlaxcala. Remataba una tanda de naturales cuando ejecutaba un sentido pase de pecho. Murió sobre la misma tierra que le vio nacer, y lo hizo en una de las plazas de tienta que le lanzó al estrellato taurino.
Conocí a El Ranchero una fría mañana en la finca de la familia de La Concha, donde pastaban las vacas de Zacatepec en tierras vecinas a Puebla. Fue en un tentadero que me invitó Mariano Muñoz. Son sabanas extensas, que duermen su serena hermosura a las faldas del inquieto majestuoso nevado, Sabanas en la que pastan las vacas de los Muñoz y donde pastaron las reses de Tepeyahualco antes de ser fundadoras de la ganadería brava mexicana.
Suelo tlaxcalteca muy ligado a la fundación de México moderno, punto intermedio entre el puerto de Veracruz y la gran Tenochtitlan.
El señorío de Jorge Aguilar, su singular torerismo, sencillez genuina y afición desmedida, y por sobre todas las cosas el amor y el respeto a su profesión de torero, han sido algunas de las cosas que más me han impactado en mi vida de aficionado. No olvidaré cómo El Ranchero, sobre su caballo, picó aquella mañana, antes que se posesionara el travieso y molesto viento de la sabana para distraer las bravas y nobles vacas de Zacatepec. No podría, porque con su sombrero charro, tuve el gusto de torear al natural una de aquellas negras cubetas y amurubadas que con bondadosa bravura nos hicieron creer a Tobías Uribe, Raúl Izquierdo y a mi que el toreo podía a ratos ser cosa fácil.
En el comedor de la casa de los hermanos Daniel y Mariano Muñoz hay una cabeza, arrogante y hermosa de un toro. Está disecada y está sola y no es de Zacapetec. Es de un toro de Aleas, al que Jorge Aguilar desorejó en la plaza de toros de Las Ventas en Madrid. Luces de candil le dieron vida alas sombras aquella noche cuando juntos, reunidos en la hermandad del torero escuchamos de boca de Mariano Muñoz que le había escrito a El Ranchero, torero ídolo de Tlaxcala. Calló el tañido del cencerro que llama al cruzado de pulque, como callaron las risas de los amigos, al ver como rodaba una lágrima por los surcos del curtido rostro del veterano torero.
El Ranchero nació en el viejo cascarón de la hacienda de Piedras Negras. Ruta colonial que se atreve murmurar la historia con el frío viento de la noche. Viento que cimbra los encinillos, como luego cimbraría la cintura Jorge Aguilar al torear y conducir la muleta con sentimiento. Su presentación en México fue como sería su vida de torero, recio ídolo de novillero, sombra en la suavidad silveriana, filigranas de las que inmortalizaron a Pistachero, Raspinegro … Su padrino fue el lusitano Manolo dos Santos, el 28 de enero de 1951.
Como fue para la amistas, así era para los toros: seco, sin adornos, pero con ligazón, seriedad y verdad.
Entre sus muchas tardes de gloria, aquella cuando inmortalizó a Montenegro de San Mateo toreando con Juanito Silveti. Fue el Ranchero, torero de México para España. En 1953 superó las 40 tardes, incluyendo la Feria de Sevilla y tres tardes en Las Ventas de Madrid. Se despidió de los ruedos en la Plaza México, con Joselito Huerta y Chucho Solórzano cortando un rabo a un toro de Mimiahuapan de nombre Forzado el 11 de febrero de 1968. Diecisiete años de torero, sembrando sentimiento en toda aquella tierra ganadera de Tlaxcala, para el que ha sido la gran figura que ha tendido la gente de Tepeyahualco, Coaxamaluican, Piedras Negras, La Laguna, La Trasquila, Ajuluapan, Zotoluca, Zacatepec y todos los hierros curtidos sobre los serenos parajes que pisaron de ida y de bebida con sus encomiendas llenas de historia la gente que hizo del México antiguo el México de ahora, y que siguen defendiendo la ganadería de Tlaxcala.
El Ranchero murió como quisiera morir un gran torero, como habría querido morir Juan Belmonte y, por eso, no me apesadumbró su muerte, la muerte del amigo por la que sentí el dolor del amigo Mariano Muñoz su cuñado. Siento el dolor que su temprano adiós deben haber causado en el seno de su maravillosa familia, lo siento porque la fiesta perdió a alguien que la amaba de a de veras.
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