El relato de la historia comienza igual que como se abrían de capa los cuentos de los hermanos Grimm, “Había una vez …” un aficionado que se llamaba Jesús Nieves, que recibió el encargo del Colegio de Economistas para la organización de un Festival del Recuerdo. Nieves se reunió con Manolo Escudero quien estaba en Caracas como turista. Venía El torero de Embajadores de Nicaragua, donde tenía familiares, pero donde no había toros. Enterado de las fechas de la Feria de San Sebastián de San Cristóbal se vino a Venezuela. En Caracas los organizadores del festival habían hecho contacto con Pepe Luis Vásquez mexicano, torero con historia trágica en el Nuevo Circo, y con Fermín Rivera, torero mexicano importante, cuñado del bilbaíno Martín Agüero y padre de la gran figura del toreo azteca, Currito Rivera.
Además, habían hecho contacto con Alí Gómez, “El león de Camoruco, torero valenciano, gran estoqueador, y con el ídolo de siempre Luis Sánchez Olivares, “Diamante Negro”.
Faltaba un torero, Jesús Nieves se había comprometido con Manolo Escudero.
En los finales de 1967, en el Nuevo Circo además de los alumnos de las distintas escuelas taurinas, se reunían aficionados y matadores de toros. De esta reunión surgían paliques. Una mañana, con César Girón en la plaza, Jesús Nieve le pregunta a Girón cuál ha sido el torero que más le ha impresionado en su carrera como figura del toreo en España y en el resto de mundo. Girón, en corto y por derecho igual que entraba a matar le dice: - No sé si será el mejor, pero el que más me ha gustado ver torear ha sido Antoñete.
Nieves viajó a Madrid y con la recomendación de Manolo Escudero se reunió en las oficinas de la plaza de toros de Vista Alegre, en Carabanchel, Madrid, con Manolo Cano. Quien, a lo mejor, sabría por donde andaba Antoñete. Al manifestarle Nieves a Manolo Cano que su presencia en Madrid era porque tenía intenciones de contratar a Chenel, éste, milagrosamente se apareció en la plaza de Vista Alegre, muy demacrado, oloroso a tabaco, muy delgado y vestido con camisa y pantalones negros e identificado por su blanco mechón que nacía en su amplia frente.
-Antonio, esta gente viene de Venezuela y quieren contratarte
- Cuanto ofrecen
-Me han dicho que unos dos mil dólares, y que te pagan el hotel, los gastos y el boleto del avión a Caracas.
-Eso está hecho.
Fueron dos festivales. ¡Manolo Escudero y Antonio Chenel “Antoñete! Se hicieron los dueños de Caracas. Había ocurrido el milagro de La Resurrección de Antoñete, capítulos de una gloriosa reencarnación de una figura del toreo que trataremos en sucesivas entregas por este medio.
La presencia de Antonio Chenel provocó cambios importantes en la vida de algunos taurinos venezolanos, no hay duda; Venezuela fue trascendental en la vida de Antoñete. Luego de los festivales, se quedó en Caracas, donde era el Rey, y como a un Rey le trataba el venezolano. Sus economías no habían mejorado, pero lo afectivo era muy importante para él. Su residencia inicial fue el Hotel Miami, hospedaje recurso de parejas de media noche. Chenel sabe moverse como pez en las aguas del lumpen. La charca fue dominada con su simpatía y sencillez. Temprano, cruzaba la Avenida Urdaneta y era frecuente verle en Los Cuchilleros, la tasca de los hermanos Pedro y Juanito Campuzano, preferida por los aficionados caraqueños. Muy temprano llegaba vestido de negro, con camisa manga larga, remangada a medio brazo del brazo izquierdo, un cigarrillo mal agarrado con tres dedos, el índice, el de la señal y el pulgar en su mano derecha. Allí, a pasos de su habitación en el Miami, amanecía en Los Cuchilleros con un café servido en vaso de cristal, varias bolsas de azúcar vertidas en el vaso, que revolvía sin parar contra reloj. Mataba la mañana sentado frente a la entrada, frente a la barra conversando con Pedrito Campuzano que ya apuraba el primero de los Anís on The Rocks que prepararían la ingesta de muchos vasos de buen escocés. Antoñete pasaba la mañana con sus amigos de La Candelaria.
Me cuenta que un día Curro Girón le invitó para ir a la ganadería de Tarapío, cerca de Valencia donde los organizadores de la Feria de Las Perlas en Margarita han organizado una recepción para informar los carteles en una temporada inauguración de la plaza de toros en Playa Guacuco.
Aquella tarde echaron vacas, Antoñete dirigió el tentadero en el que participaron Curro Girón y Luis de Aragua. Se sirvió una paella y entre copas, una que otra broma fue creciendo un ambiente muy grato y de sana confianza en un enjambre de recuerdos, los mejores de las más destacadas épocas de Chenel, Curro Girón le propuso a Antoñete torear la Feria de las Perlas.
Antoñete se resistió, dejando abierta una rendija.
- La oferta me atraía, pero como me había acostumbrado a los trancazos que da la vida sentía miedo de perder lo que vivía en Venezuela y lo que sentía en medio de los venezolanos. Había encontrado amigos, y hasta una familia, la familia Branger – Llorens,
- Curro Girón me llamó aparte y mirándome a los ojos, con palabras fuertes y muy serias me dijo: “Mira cabrón, no seas idiota. Será lo mismo que un festival, pero vestido de luces. Va una corrida de Los Aránguez y otra de Tarapío, esa que está ahí en la sabana. Además, hay otra de Bella Vista, que se saca los ojos”.
- Cavilé sin darle vueltas a la cosa, porque mi situación económica era de terror. Porque terror es lo que vivía con el simple hecho de pensar en el regreso a España donde no tenía futuro de nada. Y sí mucho frío.
- Es mentira eso que rueda por allí que me ofrecieron mucho dinero y que mientras conversaba con Curro la oferta crecía. Al grupo Plaza Mar, de Luis Pietri, Víctor Saume y Manuel Malpica lo que le interesaba e importaba era dar dos o tres corridas de toros, inaugurar la plaza y crear ambiente. Nada de botar dinero y mucho menos perder.
La reaparición de Antonio Chenel “Antoñete” fue el 18 de diciembre de 1977, con toros de Bella Vista y por compañeros de cartel Curro Leal, mexicano, y Celestino Correa, venezolano en la tercera corrida de la Feria de Las Perlas de Margarita en la plaza de toros de Playa de Guacuco, estado Nueva Esparta en Venezuela. Cortó tres orejas tres también Curro Leal y ese día, aunque no lo anunció. Antoñete regreso a la actividad profesional como matador de toros. Ese día, ¡Comenzó todo!
“Las dos mejores faenas de la feria, escribí en la reseña, estuvieron a cargo del maestro Antoñete. Dos caras tuvieron la moneda de triunfo de Chenel, una ante el toro fácil, obediente, boyante de azucarada nobleza; la otra, frente al listo santacoloma, el toro certero en su puñalada y traicionero en sus intenciones, taimado de oculto peligro. Dos dimensiones en un torero unidimensional… Las verónicas de seda, las medias verónicas encajadas como las lentejuelas de oro en un capote de lujo. La reciedumbre de Castilla en una muleta creadora de un arte imperial…”
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