En medio de las tinieblas de la pandemia en Venezuela surgen luces que alumbran los caminos de la fiesta de los toros. Luces que tienen nombres propios, como se llaman los chats Aficionados de Caracas, El toreo y su sombra, Ventaurino, Vuelta al ruedo en Mérida y Tovar y otros interesantes que nacen y crecen y se propagan en Caracas, Valencia, Maracay, como La Escuela Taurina de San Cristóbal, otros en Barquisimeto, Barcelona, Valle de La Pascua y plazas del interior de la República, que integran bien intencionados aficionados, preocupados por el proceso de pulverización de nuestra Tauromaquia sin espectáculos, la que, por razones que en infinidad de oportunidades hemos expuesto en diversos medios a los que hemos tenido posibilidad de acceso.
Hablar de toros, es muy importante para el aficionado y con el palique que surge del coloquio que brota del follaje del árbol de la fiesta, surgen proyectos, noticias y conocimiento fundamental de nuestra historia taurina.
La mayoría de estos grupos, de estas peñas de nuevo formato, peñas virtuales, diría yo, aunque que se autocalifican como chats reúnen buenos y enterados aficionados.
Insisto, quiero insistir, en que se trata de bien intencionados aficionados que, con sus recuerdos, conocimientos y experiencias están construyendo una entusiasta grey juvenil, sedienta de conocer la historia del toreo, el universo fantástico de la ganadería de bravo, la vida y los aportes de sus protagonistas.
Insisto, quiero insistir, en que se trata de bien intencionados aficionados que, con sus recuerdos, conocimientos y experiencias están construyendo una entusiasta grey juvenil, sedienta de conocer la historia del toreo, el universo fantástico de la ganadería de bravo, la vida y los aportes de sus protagonistas.
Lo comentábamos entre amigos, apreciación que escuché una tarde en tertulia telemática desde la sede de la Peña Antoñete, en El Matador en Madrid que, cuando nace y surge la fiesta de los toros, allá en las primeras luces del al alba del toreo fue el toro bravo el que solito se defendía.
Más tarde fue el ganadero su defensor. Lo hizo seleccionado encastes e individuos surgidos en procesos de una centenaria evolución. Fue al crear la maravilla genética del toro de lidia, cuando surgió el torero convertido él en defensor de su profesión ejerciendo la máxima de don José Alameda: “... el toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega”.
Hoy, apasionadamente nos reunimos en estas peñas virtuales. Estamos seguros que estos grupos son las piedras que surgen de lo más hondo del pozo donde estuvimos a punto de ahogarnos. Un pozo profundo, donde cayó la tauromaquia venezolana y que ahora surge joven y con la fuerza, el vigor, el derecho y la razón de quien la defiende con amor, pasión y experiencia de lo que no se debe hacer.
Hay mucho trecho que andar, marchemos juntos creyendo lo que es verdad, que tenemos razón.
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