domingo, 24 de mayo de 2020

LA BODA DE JUAN BELMONTE por Héctor López Martínez / Los toros en el Perú




 por Héctor López Martínez / Los toros en el Perú

Lima fue siempre escenario de sucesos felices para Juan Belmonte ( (1892 – 1962)  Aquí vino por primera vez a fines de 1917, gracias a la tenacidad de ese gran empresario de Acho que fue Carlos Moreno y Paz Soldán. Regresaría para las temporadas de 1920, 21,22 y la de 1924. No solo toreó en Lima sino también en Cusco y Arequipa. En todas esas oportunidades. En todas esas oportunidades, a diferencia de sus campañas en México – Belmonte fue la única figura en carteles que se completaron con diestros de modesta categoría. Cierto es que alguna vez alternó con Rafael el Gallo, pero este se encontraba en franca decadencia.

Belmonte llegó al Callao bel martes 18 de diciembre de 1917. El revuelo en Lima fue impresionante. “Muchas personas – dijo El Comercio-  fueron a bordo para darse el placer de mirar la cara del trianero y convencerse de su proverbial fealdad a la par de su sencillez de carácter tan elogiada por sus íntimos de allende los mares”. Esa misma tarde, cuando se supo que Belmonte departía con algunos amigos en el Club Taurino, una multitud de admiradores y curiosos interrumpió el tránsito en la céntrica calle Mercaderes.




La presentación de Belmonte ante nuestro público tuvo lugar el domingo 23 de diciembre de 1917. En esa oportunidad, vistiendo un hermoso traje perla y oro. Juan alternó con Diego Mazquirán “Fortuna” y Rufino San Vicente “Chiquito de Begoña”. El encierro fue de Asín. Belmonte vino con una cuadrilla de lujo: el picador Bernabé Álvarez “Catalino” y Emilio Moreno “Morenito de Valencia”, Manuel García  López “Maera” y Luis Suárez “Magritas”, bregando con el percal y prendiendo garapullos. Juan no pudo redondear una tarde estupenda pero lo que mostró fue suficiente para deslumbrar al público limeño. “Las filigranas que hace Belmonte – dijo El Comercio – no son de oropel, son del mejor oro y hay en ellas la emoción de la sangre de su corazón que quiere brotar de su pecho entre los caireles destrozados por los cuernos, como puñales, de los toros2. Los triunfos apoteósicos vendrían luego.



Belmonte estuvo muy a gusto en Lima. Años más tarde, en 1935, Manuel Chávez Nogales dio forma autobiográfica a los recuerdos del famosísimo espada. En esa publicación dice Belmonte: “Lima era como Sevilla. Me maravillaba haber ido tan lejos para encontrarme con mi propio barrio. A veces me encontraba en la calle con tipos tan familiares y caras tan conocidas, que me entraban deseos de saludarles.  “¡Adiós hombre!”, le daban a uno ganas de decir  cada vez que se cruzaban con uno de aquellos tipos, tan nuestros, que lo mismo podían ser de la Alameda de Acho que de la Alameda de Hércules”. 

Anqué ya en febrero de 1917 era la comidilla de todos  los ambientes limeños que Belmonte estaba enamorado de una guapa muchacha de la capital, la noticia recién se publicó formalmente en El Comercio el 12 de marzo de 1918. La novia era Julia Cossío y Pomar. Belmonte, en su biografía, ha descrito cómo se conocieron y la forma en que sintió que ella era la mujer con la cual debía casarse. Más Belmonte adolecía de un pánico lindante con lo patológico por cualquier tipo de ceremonias y, además tenía que cumplir con algunos compromisos  firmados con antelación  para torear en Caracas (Plaza de Toros Circo Metropolitano). Se acordó entonces que la boda se efectuaría por poderes, que el diestro gestionó en Panamá y Llegaron a Lima en el vapor Huallaga el 11 de marzo de 1918. Julia se “casaría” con un miembro de su familia representado a Belmonte. Uno de los testigos  del novio fue el empresario Carlos Moreno y Paz Soldán y el padrino el reputado médico Francisco Graña. Los esposos e reunieron en Panamá. 



Oscar Miró Quesada “Racso”, quien forjaría una profunda y duradera amistad con Belmonte, escribió entonces un artículo explicando y aplaudiendo la unión de la pareja_ ella, una muchacha de “buena familia”, y ´él un hombre humilde elevado a la celebridad gracias a su arte. “Esta supremacía del individuo, que vale lo que es en sí, con prescindencia del grupo que pertenece cuando se destaca por la fuerza de su propio genio;  este  mérito personal – señala Racso – que triunfa de los prestigios sociales, es precisamente , uno de los fundamentos más sólidos de las verdaderas democracias”.

Todavía estaba fresco en Lima el recuerdo de los amores del mexicano Rodolfo Gaona con la actriz Carmen Ruiz Moragas. Se conocieron en el hotel donde ambos estaban alojados. Desde un primer momento se vio que eran amores extraños , tormentosos.  El matrimonio fue un verdadero suplicio para el diestro de León de Los Aldamas y terminaron divorciándose. Por esos años también se casó Rafael el Gallo con la célebre tonadillera Pastora Imperio. El matrimonio duró poco y la separación de la pareja siempre estuvo envuelta en un halo de misterio.

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