En el día que se conmemora
el LVIII aniversario de su muerte
Fue al atardecer, cuando el sol deja de hablar. Entró en su despacho del cortijo, despacito. Cerró la puerta sin ruido, puso en marcha una especie de generador para la luz de monótono murmullo. Antes de entornar las ventanas, quizá mirase hacia fuera para ver cómo el sol se iba. Se sentó donde se sentaba tantas veces, cogió esa pistola como para mujeres que tantas veces llevaba, una Luger de calibre 6,35. Puso el cañón en la sien derecha, por encima de la oreja, brazo en ángulo recto. Y se pegó un tiro. Hace de eso, hoy, 58 años, cuando Belmonte se quitó la vida. ¿Por qué?
Ese atardecer pertenecía en el calendario al día 8 de abril de 1962. La Semana Santa comenzaba el día 15, Domingo de Ramos. El Domingo de Pascua torearon en La Maestranza los hermanos Peralta, Miguelín, José Julio y Paco Herrera. Juan no sacó el abono. No se vestiría Juan de cofrade para salir a la vera de El Cachorro el viernes, con el traje de luces de la hermandad: túnica y antifaces negros, con botonadura color marfil y capa color crema de merino y cíngulo blanco, anudado a la izquierda. Belmonte se declina así: Triana, Sevilla, Andalucía,España. Lucía estampa de primavera en el puente sobre el río. A tiro de piedra de Gómez Cardeña, refugio mitológico de la leyenda de Juan Belmonte, que se quitó la vida con su propia mano. ¿Por qué?
Después que las ‘hojas del lunes’ de la prensa reflejaran este suceso del suicidio de un inmortal, al rebufo del olor de la pólvora del disparo, hubo una soterrada satanización contra el suicida. Un diario de cuyo nombre no quiero acordarme, escribió: Nota de la redacción que decía: ‘Resulta triste y doloroso en extremo que un hombre que en su vida profesional dio tantas pruebas de valor, haya tenido este final. El suicidio, en definitiva, es un acto de suprema cobardía. No conocemos los motivos que hayan podido impulsar a Juan Belmonte a quitarse la vida, ni si entre éstos ha podido haber un estado psicológico de perturbación que pueda atenuar la responsabilidad de un acto tan execrable. Pero el hecho está ahí’.
‘Puede ser que Belmontecomenzara a martillar el revólver tras la muerte en Talavera de su amigo José’
Yo creo que el suicidio es un acto de valentía silenciosa sea cual fuera la causa. No creo queEspaña haya un censo de casi 4.000 cobardes que se quitan, cada año, la vida. Un país como el mío no puede ser ese que tiene a diez personas cobardes suicidándose cada día. Cada atardecer, cada noche o cada cuando sea. De la misma forma que se juzgó a Juan por reo de suicida, hoy hay un silencio vergonzoso que nos juzga a todos como sociedad: somos un país donde nadie habla del que se quita la vida. No sea que algo falle. No sea que el progreso tenga una falla horrible.
Creo que la historia de la vida humana, inventamos a un Dios porque éstos prohíben quitarse la vida. Hoy hay otro Dios que no la prohíbe, simplemente la oculta. A Belmonte lo enterraron en sagrado luego de un certificado de muerte natural. Sin embargo, prefiero pensar como Balzac, que cada suicidio es un sublime poema de melancolía. Da igual las razones. Porque las razones jamás hallan cordura en la recinto de la ciencia. Puede ser que Belmonte comenzara a martillar el revólver tras la muerte en Talavera de su amigo José. Puede que la suma de años que se iba emboscando en sus huesos camino de la vejez, fuera una estética inaguantable en un ser superior.
‘Quiero pensar y pienso que aBelmonte lo mató una cornada de un toro. Ni sé dónde se la dio, ni sé que toro fue’
Puede que tantas cosas. Toda mente que piensa dentro de alguien sensible o creativo, que sublima su propio arte o ser, es una fábrica de disparo en la sien. Juan Belmonte fue, sin duda, un hombre sensible del tamaño de Lorca, pero sin la cultura de Lorca. Un hombre culto en sentido más profundo de lo culto: tierra, ancestros, liturgia, toro, caballo, traje de luces, Triana. Un ser así, por así serlo, siente la seducción del suicidio. Flirtea con él. Pero jamás es cobarde por ello. Mi país no manda a la sepultura a cuatro mil cobardes cada año.
Quiero pensar y pienso que a Belmonte lo mató una cornada de un toro. Ni sé dónde se la dio, ni sé que toro fue. Hay muertes que se anuncian pero no llegan porque nadie muere la víspera. Hay seres que no tienen el permiso para morir hasta que no hayan pagado la condena de la victoria, del éxito. Hay en las almas evolucionadas, sensibles, talentosas y valientes, un algo increíble al alcance de pocos. Saben que el triunfo tiene una amargura escondida que avanza por dentro del alma y te seduce mientras caminas a viejo. Si el triunfo fue delante del toro, el toro fue quien mató a Belmont.
García Márquez no mató al Coronel Buendía en un pelotón de fusilamiento, ni cuando se disparó un tiro de pistola en el círculo de yodo que su médico personal le había pintado en el pecho, a la tres y cuarto de la tarde, sentad en el borde del catre. En Cien Años de Soledad, hace morir al coronel de empacho de soledad. ‘Entonces fue al castaño,…y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño’. Y esa no es muerte para una vida. Morir es otra cosa. Y a Belmonte lo suicidó un toro.
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