Amar el toreo como forma de vida
Hay una novela que recomiendo siempre y más ahora. “El amor en los tiempos del cólera”, de García Márquez. Recomendaría sin pudor una mía, pero me temo que se aplaza su edición en estos tiempos de extraña rareza excepcional en donde solo es cierto el enfermo conocido a causa de un mal cuasi desconocido y en medio de un exceso de información que es desinformación. Mientras algo se nos oculta y otro algo llevamos de retraso en la lucha en este ecosistema español de constante guerracivilismo que negó la evidencia del cólera y dio prioridada estupideces que nada tienen que ver con el amor sino con la oposición macho/hembra, el cólera está aquí . Consiste en la suma de un virus y una histeria. Pero no creo que virus e histeria puedan dar puntilla a un país como España, ni al toreo como expresión del mismo.
Cada era tiene su peste. Toca ahora ésta, soez, dañina por todos los cuatro costados, que manda al paro a toda actividad que nazca de la relación entre las gentes. De golpe, cuatro personas en charla, somos multitud de riesgo. Pero no es un asunto que golpee sólo al toreo. Golpea al país entero y al mundo entero. Vivimos el toreo en los tiempos de cólera. Y el toreo sabe mucho de pestes y de cómo sobrevivirlas. Pero para hacerlo, debemos cambiar esas cosas de nuestro comportamiento que nos han hecho tan raquíticos. El toreo ha tenido ese olor de las almendras amargas que dice Márquez en la novela. Se huele. Se palpa.
Por pura experiencia y sin fundamento científico alguno, puedo decir cuánto lejos queda ahora el pleito de Garcigrande de Sevilla, las ausencias de El Juli, el manejo de buen naipe de Talavante del sistema malvado y cuán lejos queda ya todo. Lejos por inservible, por energía perdida, por cansino. Por tantas cosas lejos, viejo y caduco. La mayor parte de las enfermedades mortales, dice Márquez, tienen un olor propio, pero ninguno tan específico como el de la vejez. Sucede que el principio básico del toreo respecto a su talento e inteligencia es que los viejos, entre viejos, son menos viejos.
El toreo tiene una calamidad del tamaño del juramento de amor que Florentino Ariza le hizo a Fermina Daza
El toreo no puede teletorear, hacer tele trabajo. El toreo tiene una calamidad del tamaño del juramento de amor que Florentino Ariza le hizo a Fermina Daza, uno de medio siglo sin poder mirarse a los ojos. Un juramento basado en algo en lo que creo a ojos cerrados y con máxima fe: el amor se hace mas grande y más noble en la calamidad. Si alguien dijo o dice o insinúa amar al toreo, es el momento más calamitoso de todos los tiempos, para amarlo mejor que nunca.
Amar es haciendo. Todas estas ferias o la mayoría de las corridas posibles han de celebrarse en sus ciudades cuando el cólera lo permita y, hasta esa fecha, sólo caben los mensajes de esperanza, de aguantar, de fe, de luchar. El toreo ha de ser Florentino Ariza o no es nada ni merece serlo. Y para serlo, paciencia, unidad, espera. Y a la que se pueda, torear. Torear para esa masa de gente que pasará de nuevo por taquilla para pagar su entrada. Torear en tiempos del cólera es que las propiedades de las plazas bajen sus cánones por excepcionalidad histórica, que los que ganan mucho cedan, que el que gana poco, que gane un poco menos. Pero que se den toros.
De eso se trata el toreo en los tiempos del cólera. Tengo tanta fe en estostiempos del cólera que creo que nuestra forma de ser interna es tan sumamente rara y extraña y alocada que las gentes del toreo sabemos sortear mejor las grandes catástrofes que las miserias minúsculas de cada día. Esas miserias a los que hace unos meses nos apegábamos retroalimentado cada ego, cada yo mi me conmigo,alimentando a nuestros ombligos insaciables, dejando a uno fuera, a otro dentro, manejando intereses, creando polémicas de la nada, poniendo cuernos, siendo desleales. Tan inútiles como tan lejanas ya.
Porque en estos momentos de ninguna información y solo muerte y contagio, en estos tiempos de sólo peste, quien sepa que es octubre más allá de que es un mes del calendario, es un profeta.
La grandeza del toreo pide ahora serlo. Ser pacientes y no comenzar a airear de forma impertinente y absurda cabalísticas posibles remitiendo el toreo hacia octubre, como Simón Casas ha dicho a El Mundo. No está bien hacerlo incluso siendo una verdad propia. Porque en estos momentos de ninguna información y solo muerte y contagio, en estos tiempos de sólo peste, quien sepa que es octubre más allá de que es un mes del calendario, es un profeta. La peste lo es sin fecha de caducidad hasta que la peste quiera.
Por tanto, es hora de colectivos, de unidad, de trabajo en equipo, toreros, ganaderos, empresarios, aficionados, propietarias de las plazas, periodistas… Ya no rivalizamos, ya nos metieron en la misma galera y en la misma fila de condenados a remar al mismo compás y en la misma dirección. La peste ha de hacer resucitar a ANOET, ahora o nunca. A La Unión de Criadores y todas las instituciones. La peste ha de dar muerte a nuestras miserias minúsculas de cada día. Amar al toreo en los tiempos del cólera puede hacernos más fuertes, más de verdad.
Sigo creyendo en la grandeza del toreo a pesar de él mismo. Porque el hecho de que alguien no te ame como tu quieras, no significa que no te ame con todo su ser. Porque cuando uno cree que la grandeza solo estaba en tiempos de Gallito, y ya crees borrado todo su rastro, la peste lo hace reaparecer sin necesidad de fantasmas ni nostalgias. Porque duele ver que el toreo no sale en los medios ni en las catástrofes. Porque es una forma de no existir ni en la muerte. Pero no morimos. Aunque nuestras cuitas no salgan en las teles y nuestro drama no exista, somos inmortales. Actuemos como inmortales.
Pero no morimos. Aunque nuestras cuitas no salgan en las teles y nuestro drama no exista, somos inmortales. Actuemos como inmortales.
Emotivo y brillante escrito, pero sobre todo: lúcido y visionario.
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