El Maestro Pedro Gutiérrez "El Capea" en Madrid corona co gran estocada su faena a un gran toro de Manolo González. |
Dicen que todos los caminos llevan a Roma, y aunque a Madrid se puede llegar por diferentes rutas, muchos son los motivos y más las razones que tienen los toreros para estar allí.
Madrid es incómodo, difícil por la responsabilidad que complica el estar en ante su público. Todo aconseja quitarse de los carteles de la Feria de San Isidro. Hay quienes recomiendan no anunciarse; pero hay que dar la cara, porque si no se triunfa en Madrid para nada han servido los esfuerzos, desvelos, sueños en la vida de los toreros.
Se puede ir a buscar cartel. Como fue el caso de José Cubero "El Yiyo", y Paco Ojeda, los triunfadores del abono de San Isidro de 1972. Se puede ir a Madrid, como fue Luis Francisco Esplá: para mantener un aroma que se debate entre lo razonable y la pose; o como Antoñete, sencillamente para confirmar su jerarquía de maestro del toreo.
A la Feria de San Isidro va todos los años desde que tomó la alternativa en 1972, Pedro Gutiérrez Moya "El Niño de la Capea". La asistencia en sus primeras temporadas era obligatoria, era dramatismo de Luigi Pirandello, que exageró el número de personajes en busca de un autor; pero el cartel en el toreo, como en las tablas, hay que mantenerlo. Sólo las obras maestras y los maestros del toreo son perdurables. Lo otro, eso pasa; es, efímero. El Niño de la Capea siguió yendo igual y aunque hoy día retirado sigue considerándosele como una de las grandes figuras de la fiesta que daba la cara en Las Ventas, todos los años para mantener el cartel en medio de la balacera que significa la batalla de San Isidro.
La primera vez que vi a Pedro en Madrid fue la tarde de la confirmación de la alternativa. Lidió astados de la ganadería de Atanasio Fernández en compañía de Paquirri y de Palomo Linares. Pedro salió a hombros, con bandera de consagrado. Volví a verle con toros de Baltasar Ibán. En esta oportunidad el triunfo fue histórico. Se le había quitado a El Niño de la Capea aquel falso halo que pretendían endilgarle con cierto parecido a Paco Camino. Había desarrollado ya su entera personalidad y brillaba con luz propia, esa luz de raza que lo ha mantenido en sitio tan envidiable y tan difícil. En todas las temporadas madrileñas, todas desde que es matador de toros, han estado allí. Ha ido con los toros de Arranz o los de Buendía, con las corridas de los distintos hierros de Parladé, o con lo que fuera de su misma categoría, pero siempre defendiendo el terreno antes conquistado.
A defender ese terreno fue a Madrid. En circunstancias más difíciles que en temporadas anteriores, porque ahora El Capea es líder de los toreros. Líder y Maesto del gremio de las coletas y ha apoyado a sus colegas menos favorecidos en el trato económico, en la huelga de principio de temporada. Un torero gremialista no es bien visto; pero, si es una figura del toreo, el sindicalista es el demonio.
La situación estaba mucho más complicada que otros años. Sabía El Capea que en Madrid lo esperaba la horda del Tendido Siete, para atacarlo como la gleba ataca a los señoritos. Además le esperaban los señoritos, porque su actitud gremialista debía de censurarse.
Los únicos que no se habían enterado de lo que pasaba eran los toros.
En su primera actuación no hubo orejas, aunque había estado hecho un león y se había jugado el tipo yendo más allá del deber. Mas eso no satisfacía a los que habían ido a desollarle a la plaza.
Quedaba la corrida de José Luis Marca el 27 de mayo. Allí debería decidirse todo.
Salamanca en mayo, aunque desvestida de la crudeza del invierno, sigue siendo un frío rincón de España. El campo con su naciente verdor no es buen anfitrión para el turista campestre. Aislarse en voluntario ostracismo, es ensimismarse y prepararse para la comunión taurina. Estar listo para la responsabilidad que la cita madrileña implica.
El Niño de la Capea se apartó del mundo y se fue a esos solitarios parajes de Esteban Isidro, Padierno, La Alberca, rincones de la Salamanca torera, llenos de encinas y terrenos rotos por riachuelos que calman la sed de los toros bravos.
En los chiqueros de Las Ventas esperaba Bordador de José Luis Marca, un toro burraco, de capa, y capirote, para más distinción. Era Bordador un toro meano y bragado, de muchos kilos y muy alto de agujas que salió abanto a la plaza. Era la última baraja que El Niño de la Capea se jugaba en la isidrada. El toro Marca era uno de esos que los taurinos llaman pregonados. Hermosa lámina, pocas promesas de triunfo y muchas de angustias. El Niño de la Capea, decidido, saltó a la arena y enraizando las zapatillas en la arena venteña soportó las turbulentas acometidas del rabicano burraco con lances de mandil, llenos de entrega. Impertérrito el torero ante la mole. Siempre dando el paso adelante, saturado de entrega. Con la muleta dos doblones y ya, en los medios, el paño desplegado como bandera de triunfo para ir trazando el bosquejo de la obra maestra. El trazo inspirado para la construcción de una de esas faenas de arte mayor. Temple desbordante en los derechazos. Naturales increíbles, por el dominio que de manera insolente despreciaban la muerte que buscaba una víctima en los finos pitones del bravo toro.
De la gran faena de Pedro Moya en Madrid, han dicho y escrito muchas cosas. Me atrevo colgar el pergamino como un capítulo más, como otra cuenta gloriosa en su carrera, al lado del toro de Javier Garfias en San Cristóbal, o en Madrid con el de Los Guateles. En la más alta cima de la torería. Los que fueron a verle fracasar fueron testigos de su triunfo. Los que fueron a verle triunfar se convencieron de su grandeza, de su jerarquía y del porqué sigue siendo una figura del toreo. (8 de junio de 1983)
Carta del que el periodista mallorquín Guillermo Sureda le escribiera a Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea”, antes que ocurrieran los hechos relatados.
“Mi querido y admirado amigo: Se ha dicho que es inútil que pretendamos convertirnos en nuestro propio historiador, porque el mismo historiador es un ser histórico. Por eso conviene, a veces, refrescarle la memoria al prójimo. De ahí la necesidad que, como crítico de toros, tenía que escribirte esta carta. Me acuerdo de cuando en ti estaba, todavía, todo en agraz… aunque la simiente estaba ya echada. Y arraigada. Tu toreo era prometedor, pero con muchos defectos: excesiva velocidad en los engaños, es decir, falta de temple; zapatilleo alarmante, antes del muletazo, para provocar la arrancada del toro; un cite, en general, demasiado encimista; una clara tendencia a una labor "orejil", que podía conducirte —y a veces te conducía— a un toreo cómodo y barato, etc. Todo esto mezclado con afición, valor y cabeza. ¡Menuda mezcla!
Pero ha pasado el tiempo y, paso a paso, el niño se ha convertido en hombre y, pase a pase, el "Niño" en una auténtica realidad. Decía que Camino era el único torero en activo que tiene vitola de auténtica figura; ahora debo añadir que tú estas en camino de tenerla. Tus actuaciones generales del año pasado (1974) y, sobre todo las de este año (1975) en Castellón, Valencia, Barcelona y Sevilla, donde has sabido romper la barrera del "charrismo" y alzarte con el triunfo, así parecen confirmarlo.
Creo que estás saliendo del "orejismo" a ultranza y del zapatillazo. Creo también que tu toreo se ha templado y que se templará todavía más, a medida que tu cuerpo se relaje toreando y deje de retorcerse, en ocasiones todavía. Tampoco ahogas, como antes, a los toros. De modo que la mejora es notable. Te falta, claro está, la solera de los grandes toreros, pero ella sólo se adquiere pisando muchas plazas. La solera, tanto en los toros como en los vinos, se tiene con el tiempo, como con el tiempo logran dar ancha sombra las hermosas encinas de tu tierra, por mí tan querida.
Vamos a ver si nos entendemos. Eres el mejor torero de tu generación, y tú no lo sabes. Sin embargo, no creas que has llegado ya, no creas eso, entre otras razones porque un torero, como todo artista, "no llega nunca". Estas en la senda de tu madurez y tendrás que luchar contra tu enemigo: tu gran facilidad para las cosas del toreo. No te asombres. La facilidad, en sí misma, es buena siempre que se domine, que se supedite a otras virtudes mayores. Quiero decir que tendrás que estudiarte, que analizarte, pensando dónde está lo bueno y dónde está lo malo, dónde lo auténtico y dónde lo falso, dónde el arte y dónde el oropel. Y elegir, siempre.
Elegir, por ejemplo, entre hacer un esfuerzo y coger bien la muleta y cogerla mal, como la coges con la mano derecha, con el estaquillador casi perpendicular a la arena, en vez de paralelo a ella. Elegir entre ir al toro muerto directamente al tercio para provocar el saludo o esperar, como se ha esperado siempre, a que el público te haga salir. Elegir entre la inteligencia y la listeza. Me gustaría hablar ahora de la diferencia que hay entre ambas, pero el espacio me lo impide. Sólo te diré que la inteligencia se le convierte a uno en un gran torero; la listeza, en un torero ratonero. No es lo mismo; es casi lo contrario, lo opuesto. Yo no he conocido a ningún listo que haya llegado a ser un gran torero. Esta es la diferencia, y tú ya me entiendes…
Por lo demás ¡qué hermoso futuro se abre ante ti! Sé de tu afición y me cuentan que cuando llegas de descanso a Salamanca, te vas al campo a torear o a correr, o a pensar, y dejas, como debes dejar, el mundanal ruido; me aseguran que te gusta el dinero, y eso es bueno para ser figura; dicen que tienes casta y eso todavía es mejor. Yo no te he visto en Sevilla, pero me afirman quienes te vieron que toreaste un toro magistralmente bien: valiente, serio, centrado, templado, ligando el toreo y obligando a embestir a un toro que tenía mucho que torear. ¡Ese es el camino que tu debes seguir cada día, en todas las plazas donde torees! ¡Ya sé, ya sé que no es cómodo, sino duro, difícil, a veces terriblemente ingrato! Pero es el único porque vale la pena, a la larga, transitar! Ánimo.
Espero que en San Isidro cuajes dos o tres toros como el de Sevilla y salgas de la feria madrileña convertido ya en figura que puedes ser. Te lo desea de todo corazón tu amigo.
Guillermo Sureda.
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