Castella copa la tarde
El francés con dos faenas de fuste corta tres orejas, se adueña de la cuarta de feria y sale a hombros. Perlaza y Lorenzo silenciados por culpa de sus inciertas espadas. Encierro de César Rincón, bajo de raza.
Otra vez con sol y plaza casi llena se dio la cuarta de feria, cuya mayor expectativa era la reaparición tras un lustro de las Ventas del Espíritu Santo. Y esa expectación hubiese resultado decepción de no ser por el enjundioso e inteligente toreo de Sebastián Castella. Figura del cartel, honró su vitola, se echó la tarde al hombro y la salvó del naufragio. Cesar Rincón soltó el micrófono y lloró conmovido en su palco de transmisión tras la vuelta al ruedo que le inventó al quinto, cuyas virtudes abrillantó y defectos tapó el de Beziers, a fuerza de apostar en la notable y medial brega.
Era un señor toro “Barco”. 544 kilos, negro, astifino, enmorrillado y astracanado. Tomo con fijeza y son las seis verónicas y larga revolera del saludo y empujó fuerte, romaneando a la única y trasera vara de Clovis. Y aunque se viene de largo, toma el quite por chicuelinas ya con menos ímpetu. Tras el brindis al público Sebastián clava su vertical figura en la boca de riego e impertérrito cambia por la espalda y el pecho para cuatro diestras en redondo y un pase de pecho que detonaron la Monumental. Predispuesta de antemano y pregonada con una gran pancarta “Gracias Castella 20” por sus años de alternativa.
Otra tanda de quietud estatuaria, mano baja, muleta planchada, trazo redondo y líquido con su emotivo broche reclamó el derecho de propiedad. La banda se unió al coro y de allí en adelante la plaza toda voló a capricho del francés. Temple, secuencia, lentitud, circularidad en doble sentido, capeínas, giros, molinetes, desdenes y los honores del pasodoble “Feria de Manizales”. La mucha nobleza y la poca fiereza del venteño, embotaban la emoción, pero el ajuste y limpieza de las suertes le sacaban filo manteniendo la intensidad, alargándola y enluciendo tanto las humilladas y fijas embestidas que la petición de indulto apareció. Sin populismos ni engaño, la igualada fue pronta y el estocadón de padre y señor mío rodó al bondadoso toro sin puntilla. La pasión desbordó, la batahola también fue monumental, Rincón lloró y las dos orejas cayeron automáticas. La vuelta fue de locura.
Con el segundo, cinqueño, suave, acompasado, noble, pastueño casi manso, las cosas tomaron vuelo desde la variada obertura de capote y los siete compuestos doblones rodilla en tierra seguidos de un derroche de compás y dibujo en tandas por ambas manos. “El toreador” de Bizet acompañaba desde lo alto, pero en pleno cenit emocional “Pamplonica” vino a menos con faena y todo, escogió las tablas, blandeó, trompicó y la estocada desprendida con que fue despenado, no dio sino para una oreja cariñosa.
El caleño Paco Perlaza, también de alternativa veinteañera, sin que nadie quisiera acordarse ni pregonarlo, desplegó su veteranía, torería y mando frente al noble manso que abrió la tarde y se rajó al final. Impecable. Seis verónicas, cargando la suerte, bajando las manos, meciendo, ganando tierra, y rematando en medios con dos medias donosas. Gritaron el aquí estoy yo. Sin vara, saludan por cumplir: Pineda y Giraldo. A continuación, una faena inmaculada de tiempos, medida, precisión y verdad notables eleva más la temperatura de la ya cálida tarde. Impoluta la lidia. Suena la música por orden de Usía y en ese momento paradójicamente “Melódico” busca las tablas y remolonea. Paco acepta el terreno y allí obliga dos tandas adornadas con molinete invertido, trinchera y pecho. Silencio total, todos tras la espada. Cinco veces dio en hueso, hasta que una estocada caída mató al tiempo que sonaba el clarinazo de advertencia. La gente olvidó la cuasiperfección de la faena y pitó el arrastre del desertor.
El cuarto sale manso y el señor presidente, en uso de sus atribuciones y considerando que tal condición es causa de devolución, procede a sacar el reserva, que desgraciadamente no lo fue menos sino que para desgracias de todos, feneció en el primer tercio. La quebradora vuelta canela costaleada que se dio a la salida del saludo capotero, y el puyazo trasero de Torres lo dejaron para el arrastre. Las siete derechas terapéuticas que administró Perlaza no hicieron el milagro. La gente clamó por la inmediata eutanasia que vino con un pinchazo y una estocada caída. Qué pena.
Álvaro Lorenzo, tiró línea recta en su brega frente al noblote mansurrón tercero y el complacido palco le agradeció con viento y percusión. Ante tal aliciente pues a seguir por lo mismo, en un trasteo soso e inexpresivo que desembocó en estocada trasera, contraria y descabello. El sexto dolido en varas y en la única banderilla sobre sí con que su señoría cambió tercio, echa clase, humillación, lentitud y largura pero nada de fiereza. En ese tono menor transcurre una lidia que el tendido contempla indiferente, mas no Usía que vuelve con su son sin lograr prender el baile. El toledano pone lo suyo, tira de repertorio, hasta luquesinas fallidas, pero nada. “Melacito” se pone a escarbar y a recular, complica la igualada y aburre la parroquia. Pinchazo. Media espada que entre capotazo y capotazo se hace completa no logran parar el aviso.
Al encierro le sobró docilidad, bondad y le faltó bravura… que es lo esencial. Por lo demás, bien presentado, bonito, astifino. No se picó a ley. Si a esta corrida le sacamos a Castella queda poco. Él francés copó la tarde y salió a hombros con justicia.
FICHA DEL FESTEJO
Miércoles 8 de enero 2019. Plaza Monumental de Manizales. 4ª de feria. Sol y nubes. Casi lleno. Siete toros de Las Ventas del Espíritu Santo (en Domecq), bien presentados, nobles, bajos de raza y desiguales de juego. Aplaudido el 2°, vuelta al 5°, “Barco”, negro, cuatreño, de 544 kilos.
Paco Perlaza, silencio tras aviso y silencio.
Sebastián Castella, oreja y dos orejas simbólocas.
Álvaro Lorenzo, silencio y silencio.
Incidencias: Saludaron Emerson Pineda e Iván Darío Giraldo tras parear al 1°. Al final de la corrida salió a hombros Sebastián Castella.
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