Carlos León en su crónica- epístola, del 25 de marzo de 1961, en carta dirigida a Silverio Pérez, que tituló “Girón magistral: cuatro orejas y un rabo” describe detalladamente los acontecimientos.
Un torero tan bueno no podía irse sin convencer plenamente a una afición tan buena como la metropolitana. (Se refiere Carlos León a la afición de la plaza México, escenario de la gesta a la que hace referencia en su carta a Silverio Pérez) – En forma inexplicable, la gente la había tomado contra el venezolano, porque en ocasiones se ponía teatral, soberbio y farsante. Pero dentro de este histrión había un lidiador potencial, un diestro con mucho sitio, un torero con plenitud artística. Y le llegó su tarde cumbre, en la que tumbó cuatro orejas y rabo para que no quedara duda de que es una indiscutible figura de la torería contemporánea.
- Bravísimo fue el primero de sus enemigos, pero no menos bravura hubo en el corazón del sudamericano. Bien lo toreó con el percal y monumentalmente con la franela, cuajándose una de esas faenas que consagran a cualquiera.
Recordarás “Compadre” que en tus épocas de torero yo te llamaba en mis crónicas: “El Manco de Texcoco”, porque toreando con la zurda, nunca alcanzabas magnitudes estéticas y emotivas a que llegaste con la diestra. Esa mis actitud es importantísima en tu próxima carrera de legislador, ya que después de la mala tarde que tuvo Sánchez Piedra con la desatinada izquierda, lo mejor es que tu conserves la personalidad derechista cumbre que siempre tuviste sobre las arenas.
Pues bien, hoy sí vimos la única atinada izquierda admisible en el admirable trasteo zurdo de César Girón. Lo había iniciado estatuariamente con ayudados por alto para inmediatamente ponerse el trapo rojo en la mano torera y ligar ocho naturales portentosos por el temple, la quietud y el aguante. ¡El toreo clásico en su más pulcra manifestación! Siguió con la zurda dando extraordinarios naturales, que brillantemente remató con el forzado de pecho. Mas, si por ello fuera poco con la mano de saludar trazó la perfecta circunferencia del toreo en redondo, en dos series monstruosas por l bien elaboradas. Y luego el digno remate del volapié definitivo, la suerte suprema en su más pura definición. La gente se le entregó, ahora si, redimiendo la saña injusta con que le trataron otras tardes. Nevados de pañuelos los tendidos, César cortó las dos orejas del burel de don Fernando. Vinieron las vueltas al ruedo en medio de la locura colectiva, pues habíamos presenciado la mejor faena de la temporada. Como era justo, el cadáver del bravísimo burel de Tequisquiapan fue paseado en torno a la barrera, pues tan noble fue el toro como extraordinario el torero. Por tal faena cumbre, no había ya discusión de quien era el merecedor de “La Pluma de Oro”. ¿Pluma nada más? Yo le hubiera dado la máquina de escribir fundida en platino con teclas de brillantes, el tabulador de rubíes, el saltador de margen de esmeraldas.
- La cosa no quedó allí, pues César cortó otros dos apéndices al último de la tarde. Desde los superiores doblones desde que inició el trasteo al bicho en la muleta, se mascaba que íbamos a ver otra fana de escándalo. Y así fue. Otra vez los derechazos de dimensiones increíbles y los naturales de espanto, por lo bien hechos. Otra lección de toreo extraordinario, nueva cátedra del bien hacer, epilogada con el ramalazo del volapié certero. Las dos orejas y la salida a hombros, lograron lo que algún día tenia que suceder: la conquista plena de México por un torero que había sufrido el desprecio y el repudio, pero que acabó por vencer y convencer
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