domingo, 1 de diciembre de 2019

BARRILITO por Víctor José López EL VITO


Oleo del Maestro DIEGO RAMOS
orgullo de la tauromaquia colombiana


Publicado en el libro
REPORTERO TAURINO

 Dedicado a  Asdrúbal Blanco, 
que como Barrilito también lucha
 por lo que algunos creen imposible

De no haber sido por un noble rocín de capa mora, como lo distinguiría un llanero, o mejor un tordillo mosqueado que es la denominación torera y andaluza, caballo de nombre “Barrilito”, los toros no habrían vuelto a Caracas a pesar de la valerosa voluntad de los toreros. 
El Poliedro  de Caracas está  en terrenos del Hipódromo de  La Rinconada, territorio equino, habitado por una exclusiva población de costosos pura sangres de carrera. El celo veterinario como es lógico, es llevado a extremos profesionales y cuando se solicita permiso para ingresar un equino a tan exclusivo territorio debe el caballo aprobar muchos exámenes en laboratorios muy exigentes y sofisticados. 
Todos los caballos de picar, de todas las cuadras toreras que existen en Venezuela,  fueron reprobados en los exámenes realizados en los laboratorios de los centros de investigación. El único caballo sobresaliente fue el aparentemente humilde “Barrilito”, rocín de breve alzada y escuálido cuerpo. “Barrilito” llegó al improvisado patio de caballos de El Poliedro en una camioneta pickup porque al tráiler en donde viajó desde Caño Madrid, más allá de Río Chico, se le partió la punta de eje. “Barrilito”, colaborador, subió a la parte trasera de la camioneta, y haciendo equilibrio sobre sus escuálidas extremidades viajó todo el largo trecho del camino desde su sabana marinera hasta el hipódromo de La Rinconada. Superó el rocín las pruebas de Hoskings, sin problema. Aprobado en los laboratorios de La Rinconada, se vistió de picador como si fuera a pasear a una niña alrededor de un parque, viendo de soslayo los imponentes corceles lusitanos del rejoneador José Luis Rodríguez.
 Los picadores españoles lo veían al flaco tordillo con extrañeza. Se acercaban lo examinaban y no creían lo que veían.  ¿Es esto un caballo de pica?”
 Preguntaban con humillante extrañeza. 
“Barrilito” confiado se abochornaba ante el acoso. Domingo Guimerá, un hombre que es, como lo he dicho siempre “un lujo para la amistad”, sintió en propio cuero los dardos lanzados por las figuras; y los detuvo en seco, defendió su caballo con estas palabras: -Señores, si alguno de ustedes  duda de “Barrilito”, si no confía en que el caballo cubra su obligación, mis hijos están dispuestos a picar toda la corrida. 
Allí estaban los muchachos Guimerá. Vara en ristre dispuestos a echarse al hombro toda la corrida…  Y “Barrilito” se echó los doce toros, no sin que le pegaran muchos tumbos, revolcones, porque los imponentes astados de El Paraíso y La Cruz de Hierro llevaban dinamita dentro. Metían los riñones, acosaron con bravura y hasta lograron el indulto de uno de sus compañeros y la victoriosa vuelta al ruedo de otro. Bravura no faltó para que “Barrilito” defendiera, como nadie lo ha hecho, la vuelta de los toros a Caracas. 
Protestamos que de la misma forma como se colocan placas a un torero, porque dio unos cuantos naturales, un torero como “Barrilito” debería ser recordado en una placa, si las paredes de la plaza de El Poliedro le pertenecieran a la fiesta de los toros. La placa la llevaremos los que le vimos en el tatuaje de su gallardía, bravura y nobleza que quedó grabado en una figura algo borrosa, porque se me empaña la retina con las lágrimas de la emoción.
 Solo puedo decirte, ¡Ole, “Barrilito”, gran torero!

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