Lleno. Una tarde de toros en la Plaza de Iñaquito colmada de aficionados. |
Por: Santiago Aguilar
La ciudad de Quito recuerda un aniversario más de su fundación; sin embargo, la efeméride en los últimos años ha perdido fuerza y su carácter de celebración popular que emocionaba a los quiteños y convocaba a miles de turistas que llegaban a disfrutar de la semana de festividades más importantes del país.
La agonía de la celebración quiteña derivó directamente de la suspensión de la tradicional Feria Jesús del Gran Poder, consecuencia de la consulta popular promovida por Rafael Correa en 2011 en la que se resolvió la prohibición en público del último tercio de la lidia.
La censura del espectáculo taurino, determinó, con el paso de los años, un severo revés para la ciudad y su gente, por la pérdida de interés de una agenda de fiestas que carece de un espectáculo central y, lo más grave, causó un inmenso lucro cesante a personas, empresas e instituciones oficiales.
Para cuantificar el perjuicio derivado de la interferencia de la política en la industria taurina, cabe citar un estudio realizado por la organización Somos Ecuador entre los años 2008 y 2009 en el que se documentó la estructura financiera y las implicaciones sociales, económicas y culturales del serial de corridas.
La investigación señaló que la fiesta de los toros alimentó a un vasto circuito económico que trascendía a sus actores directos es decir toreros, ganaderos, agricultores, empresarios y otros proveedores de las funciones taurinas; precisando que miles de personas incluidas en 80 sectores se beneficiaban debido a la saludable relación entre los festejos taurinos, el trabajo y el turismo.
El análisis subraya que el sector hotelero, el turismo residencial, los locales de comidas y bebidas y los sitios de distracción, marcaban un importante pico de movimiento por la presencia en la capital de más de 100 mil visitantes diarios, cuyo gasto promedio era de 50 dólares por día.
El consumo turístico, agrega el documento, está conformado básicamente por alojamiento, alimentación y transporte, en este último apartado el transporte público (taxis y buses) de Quito se veía desbordado por una extraordinaria demanda que llegaba un incremento del 500% por ciento del movimiento de pasajeros respecto al resto del año.
El sector comercial también formó parte de la dinámica que generaban las fiestas, grandes y pequeños comerciantes aumentaron sus ventas por el flujo de visitantes a la ciudad y por el cambio en el comportamiento de consumo de sus habitantes.
En el Distrito Metropolitano de Quito operan más de 100 mil microempresarios y artesanos que vivían una destacada recuperación en sus ventas en los días de feria, con ingresos adicionales que variaban entre 200 y 1.000 dólares de acuerdo con la especialidad. El mismo efecto virtuoso se detectó en colectivos como Artistas y Músicos Unidos, Asociación de Vendedores de Espectáculos Públicos (alimentos y bebidas), Asociación de Vendedores de Entradas, Asociación de Vigilantes de Vehículos, Sindicato de Trabajadores de Espectáculos Públicos, entre otros.
En materia fiscal se recaudaban impuestos como al Valor Agregado, a los Consumos Especiales y a la Renta. El Municipio de Quito registraba ingresos anuales que promediaban los 500 mil dólares por el cobro del Impuesto Único a los Espectáculos Públicos y para el Fondo de Salvamento.
De acuerdo con la investigación se estima que la fiesta de los toros en Quito promovía 60 mil empleos directos e indirectos y un movimiento económico superior a los 30 millones de dólares, recursos que ingresaban a la economía de la capital y a su gente.
El caso es que al cabo de ocho años, muchos quiteños, más allá de asistir a la gradual degradación de sus fiestas, sienten que han perdido parte de su libertad, su identidad, su sentido de pertenencia y, además, han dejado de percibir ingresos que superan los 200 millones de dólares.
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