Urdiales vuelve a decir el toreo y sus misterios
De cariños y ovaciones venía preñada la tarde. Para Enrique Ponce por su compromiso inquebrantable con Bilbao; para Diego Urdiales por la memoria de lo inolvidable. Que recuperó del pasado con el temblor de lo inmarcesible.
Menos mal que Matías derrochó paciencia y no devolvió a Ingresado. Que no se sabía si lo protestaban más por feo o por blando. Tan altote y zancudo; tan trémulo. Su carita estrecha no ayudaba a su cuerpo desgarbado. Largo como su cuello. Ahí donde habitaba la virtud escondida. Como la clase oculta que latía en su puntito manso. Cuando se afianzó y sostuvo, afloró esa calidad. La distinción de un tranco más y del tempo regalado para, si hay alma, rimar los versos.
Y el alma de Diego empezó a decir el toreo. A recitarlo poco a poco con su derecha. Que cataba y calibraba las embestidas que casi se abrían solas en pos de los vuelos. Como sombras de los hermosos embroques. Cuatro redondos sedosos y ligados sublimaron todo lo anterior. Ese todo acompañado y a compás. La cuerda de un reloj de arena. Desgranó un puñado de naturales que desembocaron en dos mutelazos que congelaron el tiempo con su fuego: el de cierre adquirió curvatura de ola en su cintura y el ayudado por bajo rompió en una trincherilla de espumas. Un clamor inundó la plaza azul, colmándola de oles. Como si estuviera llena.
Hasta la fealdad del zalduendo adquiría trazos de belleza. Otra triada de naturales y un parón que pedía pausa y recolocación. Sin solución de continuidad, la diestra acabó por llevarse el toro a un pase de la firma gozoso y a una trinchera de cartel. El tiempo de ir y volver a por la espada le sirvió a Ingresado para respirar y darse en una coda enfrontilada y zurda que volvía los misterios del revés. Y decía los enigmas con la luz de las cosas claras. El fulgor de la espada se hundió con la mortalidad cantada. Que entregó a Diego Urdiales el premio terrenal de la oreja.
A Enrique Ponce se la habían pedido por sus científicos registros de sabio incombustible. El serio toro de Zalduendo, carifosco y chato, badanudo y cuajado, derribó en dos ocasiones la cabalgadura de Quinta. Como si el poder del toro lo estremeciese, el caballo se dejaba caer. El maestro se lo llevó a picar en la querencia, donde el caballo de Palomares no tembló. No arregló el castigo los defectos del zalduendo, el incómodo calamocheo fundamentalmente. Ponce dosificó su contado fuelle para que durase más allá de lo presentido. Sin clase ni ritmo, lo enredó en su mano derecha con la ambiciosa paciencia que todo tapa. El mérito de la constancia. Y de regresar al punto en que dejó su historia cinco meses y una rodilla reconstruida atrás. Metió el brazo hasta la empuñadura. Pero la petición, como la faena, no tomó vuelo, a ojos del usía.
La obra que verdaderamente no despegó, con motivos para ello, fue la última de Ginés Marín. El sexto toro de la desigual corrida de Zalduendo representaba la perfección: veleto, cortas las manos, bajo el esqueleto. Tabarra traía las hechuras exactas. Ninguno como él. Y por dentro puede que tampoco: iluminó embestidas de categoría. Como las verónicas de Ginés. Que tanto prometían. Quizá al zalduendo le faltase algo de empuje en su estilo superior. GM eligió los terrenos de fuera, que ayudan menos. Y jugó con generosos tiempos. Y siempre parecía que iba a cuajar series que no cuajaba pero que maquillaba con categóricos pases de pecho. Y eso levantaba los plácemes de lo bonito. El ambiente a favor pedía una estocada para hacer realidad su pálpito. Pero la espada negó el triunfo.
No hubo antes más historia que contar. Tres toros se quedan en el tintero por su pobre bravura; tres faenas huérfanas de material.
Diego Urdiales ya lo ha había dicho todo. El toreo y sus misterios vueltos del revés.
ZALDUENDO
Enrique Ponce, Diego Urdiales y Ginés Marín
Plaza de Vista Alegre. Martes, 20 de agosto de 2019. Cuarta de feria. Media entrada. Toros de Zalduendo, de desiguales hechuras en su seriedad; destacaron la clase del mansito 2º y la categoría del notable 6º en un conjunto falto de poder y bravura.
Enrique Ponce, de gris plomo y oro. Estocada (petición y saludos). En el cuarto, casi media estocada y descabello. Aviso (silencio).
Diego Urdiales, de azul marino y oro. Estocada rinconera (oreja). En el quinto, dos pinchazos, estocada y dos descabellos (silencio).
Ginés Marín, de frambuesa y oro. Estocada (silencio). En el sexto, pinchazo, pinchazo hondo, media estocada tendida y dos descabellos (saludos).
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