'Soleares' y 'Ruiseñor':
de la excelencia
a la exigencia
de la bravura
¡Qué gran tarde de toros! La bravura es tan rica de matices como el toreo. Vista Alegre expuso sobre su oscuro tapete un muestrario de joyas. De Soleares a Ruiseñor. De la excelencia a la exigencia. Firmadas las piezas de alta joyería por Victoriano del Río; engarzadas de muy distinto modo por José María Manzanares. Que fue el triunfador bifronte, el conquistador numérico. Puede que el vencedor moral sea, a estas alturas, El Juli con su precisa sabiduría para construir, hacer y deshacer en el sitio exacto con dos toros de registros sólo para sus ojos. O sus templadas manos.
Pero convengamos que el absoluto de los elogios populares recaerá en el viejo ganadero de Guadalix: la vuelta al ruedo en el arrastre fue la gloria póstuma para Ruiseñor. Que escondía bajo su alunarada belleza un incendio desatado, una incansable veta brava, una humillación por el pitón derecho tensa pero superior. Por el izquierdo soltaba una corriente y una tralla resistente que alguna duda provocó para abrazar sin matices el pañuelo azul de Matías. Mas lo cierto es que el desarrollo de su lidia fue una locomotora. Una máquina a todo trapo en el caballo y en el capote de Suso. Que sudó tinta china.
Paradójicamente, la casta volcánica de Ruiseñor sacó a Manzanares de su zona de confort de artista consentido para dar lo mejor de sí. A la fuerza ahorcan. Y el poderío que le exigió el victoriano fue de aúpa. Chispas saltaban de las primeras series de redondos, calambres por las espinillas. Su hocico hacía surcos pero había que tirar de él por abajo. El pecho le iba a reventar al torero. Que en la últimas tandas explotó, rompiéndose con el toro. Un espadazo de los suyos, una muerte de bravo y una situación cortante: al pañuelo de la oreja siguió el azul de la vuelta al ruedo en el arrastre. No hubo más.
En las antípodas, Soleares. Que pedía el toreo de cante grande. Las hechuras divinas, exactas, bajas, dibujadas a carboncillo por Dios. Preñado por la excelencia de la bravura aterciopelada. El poder preciso, es verdad. Un volatín casi trunca sus sueños. José María Manzanares se contrarió. Después de tanto cuido en el caballo y ahora en un capotazo... El toro se recuperó de la mala postura en que quedó. Y recobró poco a poco el resuello. Manzanares le dio sus tiempos y su temple. El toreo de cante grande ya fue su otra cosa. Como que no. Y es que se hace complicado que fluya de un cuerpo tan envarado. Sin cintura no hay compás. Y tampoco brota si no hay reunión. El empaque vestía el magnífico tempo de embroque que Soleares sostenía. La conducción larga terminaba en oles tenues. Más rotundos en los pases de pecho y algún cambio de mano. Con su sello henchido. Molestó el viento y quizá por ello JMM no profundizó en la izquierda. Una pena. Porque a últimas, ya con la espada de verdad, Manzanares entre las rayas pegó un natural portentoso, el muletazo más caro de toda la faena, ¡ay! Un brutal espadazo as usual redondeó todo hasta la oreja. Los números, y la suerte, le respaldaron...
Pero el refrendo sobre el magisterio de El Juli se hacía un sentir mayoritario. Qué soberbia tarde dio. Qué precisa sabiduría para construir, hacer y deshacer con dos toros tan diferentes. Qué inmensidad de registros, qué portentoso su temple. La faena a aquel astifinísimo, loco y descompuesto quinto adquirió la dimensión magistral. La explicación del porqué 20 años como máxima figura. El gobierno a través de la suavidad, de los vuelos arrastrados. De la espera perfecta para darle la confianza. Que nacía de la verticalidad y el aplomo. Para atarlo, coserlo y bordarlo. Los obligados a la hombrera contraría sonaban escandalosos. En honor del toro, su respuesta con el morro por la arena negra. Agradecido pero siempre con lija. La imperfección de la estocada trasera no desdijo la perfecta sincronía de cabeza y muñecas. La recompensa fue de una justicia bíblica. Que también se hubiera dado con el sueltecito toro anterior. Toreado tan a su aire, tan despacio y mecido en su izquierda. El acero no funcionó entonces.
El lote más cargado y de menos opciones recayó en un digno Antonio Ferrera. Que sintió en su esternón el aliento carnicero todas las veces que entró a matar. Cuestión de suerte. De eso fue la tarde.
VICTORIANO DEL RÍO
Antonio Ferrera, El Juli y José María Manzanares
Plaza de Vista Alegre. Miércoles, 21 de agosto de 2019. Quinta de feria. Media entrada larga. Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (3º y 5º), tres cinqueños (4º, 5º y 6º), de diferentes hechuras y remates en su seriedad; muy bravo y exigente, de superior humillación por derecho el 6º, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre; extraordinario de clase y son el 3º; sueltecito y a su aire pero con buen pitón izquierdo el 2º; alocado y agradecido el 5º; el 1º no humilló ni de dio y el 4º fue muy mirón y durito.
Antonio Ferrera, de azul pavo y oro. Pinchazo, estocada desprendida y delantera y descabello (silencio). En el cuarto, pinchazo, media estocada baja y tres descabellos. Aviso (silencio).
El Juli, de verde hoja y oro. Pinchazo, estocada y dos descabellos (saludos). En el quinto, estocada muy trasera (oreja).
José María Manzanares, de sangre de toro y oro. Gran estocada al encuentro (oreja). En el sexto, gran estocada algo delantera (oreja).
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