Paco Ureña,
en la cumbre
En una tarde histórica, corta cuatro orejas y se consagra como primera figura en Bilbao
Al concluir el festejo, un muy amable vecino me ha pasado, en una hoja, este romance que ha escrito:
«¡Por fin logra un matador salir a hombros del gentío tras cortarle las orejas a dos toros muy bravíos! El murciano Paco Ureña es el que lo ha conseguido después de grandes faenas, con valor y clasicismo. El público de Bilbao se le entrega, sin remilgos.
Estas reses de Jandilla lucen pitones buídos y la seriedad que, al toro, aquí siempre se ha exigido pero el juego es desigual: el tercero es bravo y vivo; el cuarto, en cambio, parece un peligroso enemigo.
El riojano Diego Urdiales en Bilbao es muy querido, porque triunfó en Vista Alegre, luciendo su clasicismo. El primero, «Protestón», es serio y es astifino, pero protesta a su modo porque embiste distraído: topa, pega gañafones, tiene evidente peligro. Se lo quita de delante: era un toro «esaborío». Ha sacado genio el cuarto, Urdiales le ha consentido y varias veces, por poco se libra de ser herido. Un trasteo emocionante, una lucha sin respiro, pero mata a la segunda: el premio no ha conseguido pero sí el respeto grande del público bilbaíno.
El peruano Andrés Roca, por su lesión, no ha venido. En su lugar, Cayetano, que del gran Paquirri es hijo: en el ruedo y fuera de él, es diestro muy conocido. Tiene valor y elegancia, desafía los peligros con arrogancia rondeña y seguridad en sí mismo.
El segundo es protestado por parecer algo chico, hace pobre juego en varas y le falta poderío. El diestro lo lleva bien en la muleta metido, con temple y con arrogancia; además, se juega el tipo. Al final, clava el acero en lo alto del morrillo, después de dar un gran salto, como el que se tira al río, y saluda la ovación que, sin duda, ha merecido. Maneja con gran soltura el capote, en el quinto, que recibe, en el caballo, un no pequeño castigo. Replica al quite de Paco con el de Ronda, lucido. El toro se para pronto y embiste muy cansino. Lo intenta bien Cayetano pero su esfuerzo es baldío. Saluda con división: no a todos ha convencido.
Perdió un ojo Paco Ureña, mas su valor no ha perdido; al revés, arriesga más y desafía el peligro: por eso, fue el triunfador, este año, en San Isidro. El tercero, un toro bravo, pelea en varas con brío. Sin dudarle, Paco Ureña logra un trasteo macizo, con pureza y emoción, con mucha verdad y ritmo. Un sombrero le han tirado, como en tiempos de Paquiro. Se encuna y deja el acero hasta la mano metido: faena de dos orejas. Ureña ha estado hecho “un tío”.
Brinda el sexto a Diego Urdiales, en un gesto muy taurino. Los doblones iniciales encantan al graderío; también se ovacionan mucho los muletazos ceñidos. Se lo enrosca a la cintura, ha vuelto a formar el lío, con naturales muy lentos, que han puesto en pie al gentío. Otra rotunda estocada: dos pañuelos, como un tiro, ha sacado el presidente y nadie lo ha discutido.
Ya quedó atrás la tristeza de ver asientos vacíos: el que ha vivido esta tarde, volverá, seguro ha sido, y es bueno para la Fiesta, frente a tantos desatinos. Las Corridas Generales deben recobrar su sitio en las fiestas de Bilbao, como siempre lo han tenido. Bilbao, para ser Bilbao, seguirá siendo taurino.
Paco Ureña, pese a todo, ha visto el sueño cumplido. Nadie le quitará, nunca, lo que esta tarde ha vivido. Como torero, descansa: ya puede morir tranquilo; como persona, disfruta: tocó el cielo, es algo fijo. Salimos del coso todos, con semblante agradecido, dando botes, abrazándonos, por lo que hemos sentido: una tarde inolvidable, para la historia. Es un hito: lo contaremos mil veces, a los padres y a los hijos; hasta a cuñados y suegras, si Dios nos lo ha concedido. La belleza y la emoción, unidas, en un suspiro. ¡Qué grande es el buen toreo! Te damos gracias, Dios mío».
Postdata. Añado yo una postdata, manteniendo el estribillo. En los diarios coloquios que celebra el Cocherito, de Salvador Balil Forgas se presenta ahora un gran libro: un viaje por el mundo de Barcelona taurino. ¿Volverá a serlo, algún día? Al cielo se lo suplico: que regresen las corridas; que se imponga el buen sentido; que olviden el odio a España y sus locos desvaríos.
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