El madrileño corta tres orejas y sale a hombros con excelentes toros de Domingo Hernández
Acudir a Illumbe en un autobús abarrotado no es muy cómodo pero sí alegra ver cómo ha renacido la afición taurina, desde que abrió de nuevo sus puertas esta Plaza, el 13 de agosto de 2015. (Tres años antes, el 17 de agosto de 2012, había tenido lugar la que se anunció como última corrida). Titulaba ese día el ABC: «San Sebastián recupera hoy la libertad de ir a los toros». Ésa es la cuestión: la libertad de ir o no ir, según se tenga o no afición a un espectáculo absolutamente legal.
Yendo hacia Illumbe, recuerdo el maravilloso libro (como todos los suyos) de José Pla, «Viaje en autobús». Contemplo un paisaje humano muy variado: donostiarras y turistas; jóvenes, de mediana edad y maduros. Un joven me cuenta su ilusión por ver a Aguado, la nueva figura; dos hombres comentan lo difícil que es conseguir el abono en las mejores localidades; una señora mayor, ataviada como para ir a la ópera, me habla de su padre, que le transmitió la afición. Cuando intento acercarme a la puerta de salida, me tranquiliza: «No se preocupe. Esto va a ser como el desembarco de Normandía. Todos vamos a los toros». No cabe duda: San Sebastián ha vuelto a ser taurina.
Nueva tarde triunfal: los toros de Capea y Domingo Hernández dan buen juego. Pablo Hermoso falla con el rejón de muerte; Pablo Aguado, con el descabello. El Juli confirma su capacidad, corta tres orejas y sale en hombros. Con todo respeto, debo repetir que no me gustan estos carteles «mixtos».
En el primero, Pablo Hermoso realiza una lidia pulcra, académica, en la que destacan los quiebros con «Donatelli», pero el rejón de muerte queda trasero y caído. Levanta el entusiasmo, en el cuarto, con «Berlín», llevándolo prendido, y en las pasadas por dentro, así como en los giros en la cara, con «Arsenio», pero falla, al matar.
El Juli aprovecha la nobleza y movilidad del primero en una faena muy técnica y mandona, con más oficio que inspiración. La remata un rotundo espadazo, con el habitual salto: oreja. El quinto, más alto, humilla y mete muy bien la cabeza: se lucen con el capote los dos diestros. El Juli liga muletazos lentos por los dos lados, se lo enrosca a la cintura, en los circulares, en una demostración de poderío. Otro espadazo desprendido: dos orejas y salida en hombros. El gran toro merecía la vuelta al ruedo.
El tercero flaquea, derriba, tiene movilidad pero se queda corto. Aguado muestra su excelente estilo con capote y muleta, corre bien la mano, acompaña con gusto. Cuando el toro se acaba, recurre a los naturales de frente, estilo Manolo Vázquez. Entra a matar desde muy lejos. El descabello hace que se esfume el trofeo. (Es absurdo que el público pite algo tan torero como un abaniqueo, estilo Antonio Bienvenida). El sexto se derrumba en el primer puyazo y, aún así, recibe duro castigo: queda muy mermado, el matador debió impedirlo. Saluda Iván García. Aguado dibuja verónicas de categoría y preciosos muletazos a una res claudicante. Otra vez entra a matar desde demasiado lejos (debe corregirlo) y no remata la tarde.
El Juli conoce bien sus cualidades y sus limitaciones, les saca el mejor partido. Aguado posee una naturalidad y un estilo excelentes; ha de madurar. Para ser figura, no basta con apuntar, hay que disparar, para no quedarse en los «vicegoles» (Fernández Flórez). Pero su facilidad deleita y mantiene la ilusión por verlo de nuevo.
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