Con toros de bella estampa y escaso juego, solo Sánchez Vara da una vuelta al ruedo
Después de los toros de Dolores Aguirre, el domingo pasado, los de Partido de Resina. En el horno que es Madrid, este domingo, acuden grupos de turistas extranjeros, japoneses, rusos o de otros países, a los que trae la agencia, que se hacen fotos, dan gritos inadecuados y se van, cuando les dicen. Por otro lado, los aficionados incondicionales, que desean ver estos toros: conocen muy bien el encaste Pablo Romero, con su bella estampa, y sueñan con que vuelvan a recuperar el prestigio que tenían. En la España actual, un Partido –como éste, de Resina– que ilusione sería una «rara avis». Alternan dos diestros veteranos, que ya han rebasado los cuarenta años, con un joven madrileño que confirma su alternativa: le vimos triunfar, de novillero, pero, luego, ha toreado poco. Para él, es una oportunidad a la que necesita agarrarse como sea, pero no es fácil, porque los tendidos medio vacíos de Las Ventas no implican que la exigencia haya disminuido.
Se guarda un minuto de silencio por el picador Anderson Murillo, que protagonizó un tercio memorable y dio una vuelta al ruedo con Luis Francisco Esplá, su matador. Los toros de Partido de Resina, cárdenos, bien armados, de bella estampa, aplaudidos de salida, no dan el juego que desearíamos; resultan manejables tercero y quinto.
Marc Serrano, de Nimes, es nieto de españoles. El segundo arrastra una mano. El sobrero de San Martín mansea, no se entrega, no permite lucimiento. La voluntad del diestro francés no logra fruto y pasa algún apuro. Mata mal. Recibe a portagayola al cuarto, más manejable, que le deja estirarse un poco pero el trasteo no cuaja y mata muy mal.
El alcarreño Sánchez Vara acude a portagayola en el tercero y banderillea desigual. Su amplia experiencia con corridas duras se advierte en la soltura con que se maneja. Dándole distancia, aprovecha la inercia para ligar muletazos templados. Comenta uno, a mi lado: «Éste se las sabe todas». Y ella apostilla: «Más que los ratones colorados». Mata con decisión y da una vuelta al ruedo, con protestas. Recibe con larga de rodillas al quinto, muy suelto. Vuelve a banderillear con un estilo que aquí gusta poco. Con mucho oficio, le saca naturales, citando de frente, que el toro acepta, pero falla, al matar.
A Miguel de Pablo lo apodera El Madrileño, un torero de buen gusto. Ha tenido muy pocas oportunidades. El primero, veleto, sale encampanado pero se frena en el capote, mansea, sale huido, pega arreones, con mucho peligro. Bastante mérito tiene el diestro en no arredrarse, sacarle algunos naturales y solventar la papeleta con dignidad. Mata aprovechando el viaje pero falla con el descabello. Al último lo pican bajo y flaquea. Traza Miguel templados muletazos, con buen estilo, pero el toro dice poco y se para. Mata a la segunda. Ha dejado constancia de sus buenas maneras.
A la entrada, me dice Rafael Cabrera: «¡Qué bueno sería, para la Fiesta, que este Partido de Resina volviera a ser lo que fue!» Me es fácil apostillar: «¡Qué bueno sería, para España, que otros partidos volvieran a donde debieran estar!» Por desgracia, ninguna de las dos esperanzas se está cumpliendo.
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