Ánderson en Las Ventas. Foto: www.elmundo.es |
Con Germán Wolff, Loperita, Quinito II y “El Gallego” Blanco, todos colombianos, (el último de adopción), salimos a las seis del Hotel Europa y nos fuimos a Las Ventas.
Plaza llena, los victorinos ilusionan siempre. Sin embargo, nadie apostaba porque al final, en aquella última corrida, la veintinueve de una feria gris, ocurriese algo que alumbrara esa larga opacidad. Algo que justificara su memoria. Menos aún, que un picador, nuestro único paisano anunciado, fuese santo del milagro.
Corría el año 2001, faltaba un día para el cuarenta de mayo. El cielo nublado que soltaba una tenue y fresca garúa y los seis intimidantes cárdenos en los toriles daban un tono más otoñal que veraniego a la tarde.
La cosa empezó pronto con Esplá y su toreo reminiscente al primero, armadísimo, de casi seiscientos kilos. Capote, palos y muleta se remontaron a tiempos viejos. Solo la imperfecta estocada dio razones al palco para contradecir al público. Mas la pelea quedó casada.
Volvieron por la revancha con el cuarto, “Bodegón”, cuatreño de amplia cuna, ovacionado de salida. Tardeó a la primera vara de Anderson Murillo, pero atacó al galope y peleó largamente. Citándolo con maestría, el monteriano aguarda la tromba, tira certero el palo arriba otras dos veces, impidiendo a brazo las estrelladas violentas contra el peto. Echado al morrillo, teniéndose, gobernando y aguantando el hierro sin enmienda. Las ovaciones tras cada uno de los tres encuentros fueron a más y más. Caían prendas y gritos de ¡Torero! En el aire atrapa el sombrero vueltiao, que le arroja Rafael Giraldo desde “el siete”, se quita el castoreño y recorre el callejón con él emblema de su tierra sinuana en la cabeza.
Esplá banderilleando, de poder a poder, al sesgo y por los adentros echa más leña. Dando el tercer natural es cogido aparatosamente y sin mirarse insiste por lo mismo tragando tornillazos. Lidia de autoridad, media estocada y otra vez la petición contrariada. Entonces exigen furiosos la vuelta al ruedo, y Paco en gran gesto de aficionado la comparte con su picador bajo tenaz algarabía.
Lo demás no tuvo brillantez. Detalles de Uceda con el toro que brindó a Manzanares y pitos dobles para Caballero. Hablando mucho subimos apretujados al Metro hacia Puerta del Sol, en él iba Victorino (padre).
Al otro día, Joaquín Vidal tituló su crónica en El País: “Estampas de vieja tauromaquia”. La leímos reverentes y nos fuimos a Toledo. Toreaban Joselito, José Tomás y Eugenio de Mora con plaza también llena, encierro protestado y mucho disgusto. No recuerdo más de aquello.
Hoy, ya no están Victorino, Joaquín Vidal, “El Gallego”, Quinito II, Manzanares… y ahora se ha ido también Ánderson. Se difumina el mundo propio
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