Con la venia del auditorio y muy especialmente de los colegas que me acompañan en esta reunión con personalidades que representan las ciudades taurinas del mundo, deseo manifestar a viva voz mi agradecimiento al maestro César Pastor por permitirme regresar a Aguascalientes, en el corazón de este querido México, donde mi alma atesora entrañables recuerdos de la amistad y de los toros.
César Pastor, muy apreciado amigo y admirado profesional, este destacado matador de toros hidrocálido fue uno de los organizadores del VIII Congreso Mundial de Criadores de Toros de Lidia, el segundo que reunía en suelo mexicano criadores del toro bravo.
Dos valores muy apreciados, y defendidos, en la sustancia más íntima de mi vida. Hace muchos años, cuando las noticias del toreo llegaban a las playas de mi amado mar Caribe, en el litoral venezolano, balanceadas por las olas y rebotadas en las playas, iban desde esta ciudad a Venezuela y a todo el mundo las noticias de los toros y de los toreros de México. Llegaban impresas en tinta olivo o de color café, que era la divisa de las revistas La Lidia y La Fiesta en la inspirada prosa de los primeros periodistas taurinos que conocí a través de la lectura y que me convirtieron irremediablemente a la doctrina taurina.
Recuerdo haber leído, como debieron haber bebido de los evangelios los primeros cristianos, las apasionadas páginas de Roque Solares Tacubac, don Carlos Cuesta, El-hombre-que-no-cree-en-nadie, Pepe Alamares, Don Tancredo, Monosabio, a Pepe Alameda que firmaba como Carlos Fernández Valdemoro, mucho antes de lo de "la graciosa huida" y de haber visto y vuelto a ver las fotos de Mehado, Carlitos González, Sosa, Santibáñez, Urbina. Y fue hace unos años, que son pocos en el recuerdo pero muchos en la vida, aquí mismo en Aguascalientes, donde viví la intensidad del abrazo, del encuentro entre la realidad y la fantasía gozada en la fiesta de los toros.
MIGUEL Y FERMÍN, DOS AMIGOS MUY APRECIADOS, DOS GRANDES TOREROS DE AGUASCALIENTES |
Más allá de Jesús María hay en Chichimeco una casa de cariño intenso, que tiene un patio de grandes lozas, donde todavía se escuchan las pisadas del gran "Armillita". En aquel patio, sobre esas lozas, sentados bajo el inmenso manto de la noche mexicana, que nos arropó con el calor de la generosa hospitalidad del señor Miguel Espinosa y de doña Nieves Meléndez de Espinosa, la amable señora de los ojos azules, recuerdo en el grupo de amigos al gran fotógrafo Carlitos Isunza, a mi querido amigo y colega Addiel Bolio, los hermanos González de Logroño, Chabola, Rafael y Domingo, al amigo de toda la vida José Manuel Espinosa, Miguel Rivera que era apoderado del joven Fermín. "El Tano", sobrino de Rovira y al muy querido Miguel Sahid que fue en vida mozo de espadas del glorioso maestro. Bajo aquel cielo en la noche cálida y perfumada que cobija estas tierras aguascalientenses desempolvamos los recuerdos confundidos con la fantasía, para hablar de La Porra, la Libre y la Contraporra, hablar con testigos de los hechos del Jitomatero, de Garza y del Maestro Fermín.
Nos referimos también de aquellos que llevaban en el ojal del saco una cinta color solferino y que eran partidarios de Silverio. Aquella mágica e inolvidable noche develamos los recuerdos de un periodismo apasionado y perdido, del periodismo taurino que sentó las bases para una afición que no ha vuelto a existir.
Los periodistas de La Lidia y de La Fiesta eran furibundos partidarios de sus banderas y defendían sus "ismos", como nadie lo ha vuelto a hacer.
Como un tatuaje quedó grabado en mi memoria aquel titular de "Agarzarse o morir", que resume todo lo que se vivió aquella época.
Era un periodismo de emblemas. Un periodismo taurino con más posiciones que disposición de protagonismo, donde el subjetivismo campeaba sobre el encabritado corcel que iba a la guerra sin dar cuartel, enjaezado con el buen uso del lenguaje y el convencimiento del absoluto conocimiento de la técnica del toreo. Hoy la doctrina es otra, lo que se predica en las aulas de las escuelas de periodismo es distinto. Este fabuloso Siglo XX ha sido sin lugar a dudas el Maravilloso Siglo de las Comunicaciones. Hemos sido testigos excepcionalmente privilegiados de la construcción de la aldea global, convirtiéndonos, gracias a la red, en vecinos próximos.
La globalización es un hecho, no cabe la menor duda. Gozamos de sus ventajas y padecemos sus defectos, en los acontecimientos cotidianos. La globalización está presente y afecta el ir y venir diario de las cosas. Va tan de prisa la globalización, se hace tan chica la aldea global, estamos tan próximos unos de otros, que siento que hemos dejado atrás rasgos importantes de nuestra personalidad, porque pusimos de lado el querer ser, dejándolo aplastado por el querer tener.
El salto que se ha dado ha sido temerario por sus consecuencias inmediatas y el periodismo no se ha escapado de ellas. Mucho menos el periodismo taurino, singular habitante del mundo de las letras, galán de las páginas que describen el alma de la Fiesta, unidas por la epopeya, la aventura y el romance, en la esencia de un espectáculo anacrónico que se mece y navega con los mismos contrastes de los claroscuros de los aguafuertes goyescos, en la red de la información.
Digo esto porque, sinceramente, creo que tenemos como ningún otro periodismo los elementos para defender los bastiones que sostienen el alma de la Fiesta. Debo explicarme en beneficio de defender mi idea. El alma de la fiesta, queridos amigos, no es otra cosa que el alma de los pueblos. Es una definición robada, una frase que le hurté a un amigo allá en mi tierra una tarde calurosa y húmeda, como son las tardes agosteñas en Maracay, bajo el tupido techo del follaje de los samanes aragüeños. Debajo de aquellos colosos de la sabana, abrazados por el calor de un aire húmedo impregnado de la más tropical de las fragancias, que es la del olor de la sabana, me decía José Casanova Godoy, mortalmente herido por las muelas del imbatible cáncer, que quería que le contara en un libro la vida de la plaza, el cuento de la Maestranza de Maracay, que es la narración de la esencia del toreo venezolano, donde, además de la historiografía taurina de la Ciudad Jardín, se descubriera el alma de la plaza.
Y el alma de la plaza no es otra que la comunicación que hay, y que debe haber, entre el público de esa plaza en particular y el torero. La reacción que salta de este choque es el alma que se eleva con las virtudes descubiertas, o que se hunde abatida por la degradación. El aura de ese espíritu ha sido la incomprensible simbiosis entre Sevilla y Romero, la que vivieron Silverio y México o la que viven Madrid y Antoñete, a pesar de todos los años.
Ya lo anuncia José Cadalso en sus "Cartas marruecas", cuando comprende que el humorismo del Molière de los franceses no tiene cabida en el entendimiento de los españoles, lo mismo que la tortilla a la francesa en nada se parece a la española. En el toreo, como en el humor y en la gastronomía, se necesitan antecedentes para que la cosa tenga chiste, sabor y pellizco.
Las plazas de toros son mundos maravillosos mientras no se contaminan con las malas compañías de las imitaciones. Cada arena es un pequeño polo que gira alrededor de otro polo mayor. En la sociología comunicacional contemporánea, los estudiosos definen esta situación con el nombre de "polarización"; y los que siguen paso a paso la carrera hacia la globalización, hablan de la necesidad de la multipolaridad. La multipolaridad existe en el mundo taurino y nos ofrece a los comunicadores sociales la gran alternativa para no caer en la tentación, ni en los pecados de la globalización.
Actualmente existe en el Internet una polémica alrededor de la actuación de un buen amigo nuestro, de la mayoría que estamos en esta reunión internacional una polémica entre los usuarios de la red informática que tiene que ver con el rol de comentarista del matador de toros Roberto Domínguez. Situación que viene como anillo al dedo, porque sirve de fresquísimo ejemplo, Roberto Domínguez participa junto a Fernando Fernández Román, como comentarista en las transmisiones de las corridas de toros de Televisión Española. Roberto, como todo comentarista, crítico, narrador o periodista, tiene defensores y detractores. Unos y otros se han manifestado con vehemencia en el Internet, esgrimiendo, de lado y lado conceptos que consideran ortodoxos y válidos como base y sostén de sus argumentos.
Lo que encuentro más interesante en la polémica y que tiene que ver con el tema de la globalización, es la marcada tendencia a dogmatizar y encorsetar los conceptos del toreo, y aquí, precisamente, es donde quiero llegar, porque creo que nos tiraríamos por un precipicio muchas conquistas en la evolución de la Fiesta si pretendiéramos homogeneizar el criterio universal del toreo.
No quiero decir con esto que esa sea la posición de Domínguez, quiero decir que a Domínguez lo miden con una cinta métrica de absurda rigidez.
No hay duda que el gran atractivo de la Plaza México, por ejemplo, está en la pasión de su público, en Sevilla destaca su sensibilidad y en el Madrid de las tardes de triunfo su entrega absoluta. Y en Pamplona son felices los mozos de espaldas al redondel y con la cara al pico de la bota de vino. Cada situación se mira y se juzga de manera diferente en México, Sevilla, Pamplona o Madrid.
Creo que si trasladáramos cada situación a uno de estos escenarios, provocaríamos reacciones muy distintas y unos censurarían a los otros. No quiere decir esto que unos tengan más razón que los otros, ni que los otros no sean tan buenos aficionados como aquellos, o que unos y otros no sean tan exigentes, o, para terminar, que unos u otros gocen más del espectáculo. No pretendo ni intento meterme en aquella vieja discusión de si los públicos van o no a los toros a divertirse, sucede que, ¡Gracias a Dios!, los taurinos somos distintos, tan distintos mientras las malas influencias no logren desbaratar nuestros propios criterios y nos obliguen a actuar a los unos igual que los otros y terminemos sin parecernos siquiera a nosotros mismos.
Es oportuno referirme a la posición sostenida por los colegas mexicanos en sus distintas, defendiendo los valores de la fiesta mexicana. Posición calificada de muchas cosas, pero todos sabemos que fue saludable en los momentos que un estornudo pudo convertirse en pulmonía para el toreo mexicano.
Para finalizar, pacientes amigos, quiero decirles que la vulnerabilidad de la fiesta de los toros depende de los flancos que dejemos descubiertos y que no seamos capaces de defender por distraernos en luchas intestinas.
La globalización es mucho más que escribir e informar sorteando océanos e inmensas cordilleras para abarcar un impensable universo de receptores. La globalización es el arma más adecuada que han encontrado los enemigos de la fiesta de los toros para penetrar a la sociedad y ordenarla en contra nuestra. Se trata, amigos, de una ineludible realidad, no es una equivocación; el error está en pretender, como comenzamos a verlo en la globalización de la crítica, la información y de la reseña, en hacer un periodismo aséptico, como es la marcada intención de los navegantes del ciberespacio. Aquí es dónde la posición del periodista especializado en el espectáculo taurino debe ser valiente, el cronista de toros dejó de ser aquel inefable juez que exaltaba una figura o decapitaba una carrera, con el título de una crónica.
Ahora tiene que ser un profesional moderno, capaz de usar adecuadamente las herramientas de la cibernética y colocarlas en defensa de los mejores intereses de la fiesta. En la red tenemos todo el espacio, pero si lo invadimos sin brújula seremos náufragos sin salvación.
Hoy nos leen, nos juzgan, están atentos a todo lo que hagamos, millones de lectores. Llegamos mucho más allá de lo que imaginamos podríamos llegar, hagámoslo con ética y dignidad.
(*) Texto del discurso en la Conferencia Mundial de Epresarios Taurinos celebrada en Aguascalientes 31/10/2007
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