Emilio de Justo pincha una gran faena en una encantada corrida
Vuelven a Sevilla los toros de Victorino. Con relación a lo que hemos visto, los días anteriores, es otra exigencia, otra dificultad, otro rigor. Otro mundo, dentro de los muchos que tiene la Tauromaquia. Los seis, cárdenos, encastados, exigentes, de desigual comportamiento, desde el gran cuarto hasta el segundo, la clásica alimaña. Los tres diestros aprueban con nota el difícil examen, se pierden trofeos, por la espada. Ferrera corta una oreja a su segundo, aunque su primera faena fue más redonda. Escribano “traga ricino” – como decían los antiguos – en el segundo Emilio de Justo, que se presenta en la Plaza, emociona en una gran faena al tercero pro pincha. He echado de menos las vueltas al ruedo que, ahora, casi no existen: un absurdo.
Antonio Ferrera es uno de los casos más notables de evolución estilística, para bien: de un diestro atlético y vistoso, ha pasado a ser un lidiador clásico. Últimamente, ha desarrollado un curioso estilo personal, barroco, en el que acompaña con todo el cuerpo (y el espíritu) lances y muletazos. En Sevilla, ha protagonizado ya tardes inolvidables. Al prmiero, ovacionado de salida, lo recibe con una lidia a la antigua, enseñándole a embestir. Antonio Prieto provoca bien la embestida; en banderillas, aguantan con valor Valdeoro y Fernando Sánchez. El toro es pegajoso, se acuerda de lo que deja atrás. Ferrera le da la lidia adecuada, de sabor clásico, con mucho mérito y con valor: aquí, eso se sabe apreciar. Pincha antes de agarrar la estocada y pierde el trofeo que había merecido. Ha debido dar la vuelta el ruedo: hace años, se la hubieran pedido. El encastado toro se resiste a morir, en una bella estampa, muy aplaudida. También lidia bien al cuarto. Fernando Sánchez clava un gran par y Montoliú le hace el quite, tirándole las banderillas: una estampa añeja. Brinda a la Infanta Elena. El toro embiste como una locomotora. Ferrera se dobla bien, lo va metiendo en la muleta, en una porfía vibrante, algo desigual, al son de la música. Al final, cuando el toro ya no tiene tanto gas, los naturales surgen más limpios: logra la estocada desprendida y corta la oreja de un toro de verdad importante. Toda la tarde, además, ha estado pendiente de la lidia.
El bravo Manuel Escribano conoce bien la dureza y el triunfo con estos toros. A portagayola, como suele hacer, recibe al segundo, que sale enterándose y hace por él, como un rayo. Enlaza templadas verónicas. Quiebra trasero, en el centro, el primer par y el tercero, al violín, en tablas. Brinda a Curro Romero. El toro saca guasa. Escribano, valiente, con oficio, le arranca algunos naturales hasta que el toro lo entrampilla y se libra por pelos de la cornada; un par de veces más, demuestra que es una alimaña. El público pide que lo mate, lo que hace a la segunda, mientras suena un aviso. Le ha hecho pasar un mal rato. Vuelve a irse a portagayola en el quinto, que tarda una eternidad en salir: ¡vaya trago! El toro se come los capotes pero flaquea un poco. Provoca bien la arrancada el picador Juan Francisco Peña. Vuelve Escribano a poner banderillas, con dificultades. Después de brindar a la Infanta, logra muletazos correctos pero de escaso eco: el toro tiene menos dificultades pero también transmite menos emoción. Esta vez logra una buena estocada.
El extremeño Emilio de Justo ha sido una de las grandes revelaciones de la pasada temporada, después de años de lucha. Afronta este año en mejor posición. Ha comenzado triunfando y siendo herido por un Victorino, en Vista Alegre. El cuarto embiste con fiereza. Después de brindar a la Infanta , de Justo se la juega sin trampa ni cartón; asusta al público pero sabe bien lo que hace: provoca la embestida y, luego, traza muletazos emocionantes. Sentencia mi cortés vecino: “Por ahora, los muletazos de más mérito de la Feria. El toro está pendiente hasta de lo que hace el Atlético de Bilbao…”. El toro echa la cara arriba y pincha dos veces, antes de la estocada. Ha perdido un trofeo (o dos). Debió dar la vuelta al ruedo. Al último, que pesa casi 600 kilos, lo recibe con suaves verónicas, rodilla en tierra, rematadas con dos grandes medias. Tardea el toro, en varas. Y flaquea, dice poco, pero lo alegra con la voz y lo va metiendo en la muleta. La faena va a más: a fuerza de insistir, logra naturales suaves , hasta que el toro se acobarda. Esta vez sí logra la estocada pero tarda en caer y no hay trofeo. No importa: ha tenido un excelente debut.
Aunque la corrida ha sido larga (dos horas y tres cuartos) y no ha habido gran triunfo, hemos vivido una tarde de toros de mucho interés y emoción. Un detalle: se ha atendido a la forma de desarrollar la suerte de varas y se ha aplaudido a varios picadores. (Lo contrario de lo que vemos casi todas las tardes, cuando se reduce al mínimo). Ésta es la Fiesta auténtica, con el toro auténtico y con diestros que, con mayor o menor acierto, saben lo que hacen y se entregan. La que cantó Federico García Lorca: “Y el toro solo, corazón arriba”.
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