El líder de Vox: «Como dice Morante, no somos ciudadanos, somos españoles de pueblo»
No hay pueblo más bravo que el de las gentes del campo. No hay manos que labren la vida con tanto esmero como las gentes del pueblo. No hay pisadas más profundas que las de las botas de los hombres del campo, de aquellos que mueren con ellas puestas. Y por esa huella hay que regresar al pueblo, al tuyo o al mío, por el camino viejo (que al final es el más moderno), por esa vereda que siempre se vuelve a pisar para reencontrarse con el lugar donde más se amó la vida. Regresar a la niñez, a las raíces, que no son otras que las del campo que araron y sembraron los tuyos, los míos, los nuestros. Para que hoy todos recojamos los frutos de la tierra ninguneada y olvidada, la tierra cultivada a izquierdas y derechas, en el sol y en la sombra, la tierra sin más colores que los de las estaciones, sin más dueños que sus gentes, pero la tierra que en temporada electoral se ha alzado como un Everest de la mano de Santiago Abascal. Porque esa es la realidad, de «verde esperanza Vox» (así la bautizan entre olivos unos señores) para muchos que hoy le entregan sus llaves, como ya ocurrió en Andalucía: el campo da votos. Porque esa parece la realidad del boca a boca, aunque muchos prefieran no expresarlo públicamente, incluso aunque choque a algunos. La derecha de Vox irrumpe con fuerza en una parcela históricamente socialista. ¿Qué hace un partido de derechas en un terreno de izquierdas? «Nos han olvidado. Queremos un cambio y Abascal defiende nuestras tradiciones y la España rural», es la voz que suena con fuerza. ¿Qué nivel de descontento habrá en lo que fue cosecha zurda en las urnas?
No han sido buenos tiempos para la lírica en el mundo rural. Y muchos de los que se sienten vapuleados depositan hoy su fe en el director de lidia de Vox. Abascal ha pisado la dehesa, alfombrada por una primavera de toros bravos. Bajo los acordes de esas liras que son las hojas del viento machadiano, ha querido leer el verbo del campo letra a letra, expresar su comunión con el pueblo y afianzar los votos de esos que no se sienten representados. «Un alto en el camino en mitad de la intensa campaña. En nuestra salsa. Como dice mi amigo Morante de la Puebla: "No somos ciudadanos, somos españoles de pueblo"», ha escrito el presidente de Vox en un su perfil de instagram.
Muchos agricultores y ganaderos (de bravo y manso), con sobrado hartazgo de un invierno político, se aferran a lo que aún no les ha defraudado y claman por una verdadera primavera en el planeta rural, que sufre una preocupante desertización. «¿Alguien se ha ocupado de que esa alarmante situación se frene?», preguntan en tertulias. Manos agrietadas por el frío, pieles tostadas por el sol, buscan un faro que alumbre sus caminos. Paciencia y coraje frente a muros de piedra, madrugadas y madrugadas para llegar al fruto de su trabajo, parajes olvidados, de desastrosos medios de transporte público, de precios de productos imprescindibles en el trabajo agrario «no acordes a la realidad de la vida, que no de la supervivencia». Ya es hora de que se arranquen las espinas de las manos más olvidadas por el poder.
El idioma del mundo rural
Un poder que ningunea a esos hombres del campo que son ángeles sin graduado más sabios que muchos con tres carreras. Su cultura es amplia: dominan más lenguas que un trilingüe. ¿Saben por qué? Porque controlan el idioma del campo, el de la cosecha, el de la ganadería... Y no hay ingenería ni arte más difícil. No, no son paletos. Y si no, recuerden al paleto más listo de todos, el de Galapagar: no sé bien qué diría ante el desconcierto político... O al más listo del mundo taurino actual, el que apuesta para ganar y gana.
Hace años (antes de la bajada del IVA cultural), en un encuentro con ABC, un ganadero lanzaba esta pregunta: «¿Sabía usted que un toro destinado a la lidia se grava con un 21 por ciento y si es para carne con el 10? Es el único producto agrario de ganadería extensiva que paga un 21 por ciento, porque nos consideran como un servicio...»
Los ganaderos de lidia son, junto a cazadores y otras gentes del campo, los más cuidadosos con el medio ambiente, enamorados de la naturaleza al natural, sin artificios. Son los verdaderos ecologistas y animalistas, no ese Pacma (al que Cayetano, con un padre muerto por una cornada, ha respondido con contundencia) que miente en las redes sociales dando gato por liebre, paloma por perdiz y buey por toro. Ni tampoco lo son esos políticos que un día salieron a hombros y ahora hacen el ridículo diciendo que se quiere, tanto o más, a una mascotaque a un miembro de la familia y que ha desatado un aluvión de críticas incluso entre algunos de sus posibles votantes. En este sentido, la Fundación del Toro de Lidia ha enviado una misiva a Laura Duarte (Pacma): «Le rogamos haga público un desmentido sobre el asunto del buey Marius y alerte por favor a sus seguidores que no intenten hacer una acción similar con toros bravos. Si no lo hace, y algún desinformado seguidor de su partido decide imitarla, será responsable de las seguras fatales consecuencias. Entendemos que en una campaña se hace abuso de la exageración, pero creemos que no todo vale. La farsa del buey Marius puede poner vidas en juego, por lo que consideramos que la extralimitación en este caso es de todo punto inaceptable». Más le valdría a este país que en los colegios, en lugar de vetar cuentos clásicos, pusieran de maestros a muchos de los sabios hombres del campo (y donde pone hombres pueden leer también mujeres, lo especifico para los tontainas del lenguaje inclusivo y su amor al duplicado de palabras). Las del campo son gente sencilla que no conoce la pereza y que derrama sin descanso el sudor de su frente para escribir versos de bravura y libertad. La que falta en tiempos de prohibición, de intolerancia. Menos mal que aún quedan valientes. Siempre nos quedará el París del campo, el París del pueblo, esencia de España. «Somos españoles de pueblo...»
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