Víctor José López
EL VITO
Embutido en un trágico corchete transcurrió mi última visita a España; entre la Feria de Abril y al primer festejo de la isidrada. El albero maestranza se regó con la sangre del valeroso Pepe Luis Vargas, que cayó con el muslo abierto rasgado por un pitón y provocado por la irracionalidad, la tarde inaugural del abono sevillano; y en Madrid "Joselito", el precoz maestro madrileño, fue a Las Ventas a probar su valía a cambio de lo que fuera, y la moneda de cambio fue el cuello abierto para pagar con dolorosa cuota una entrega sin trampas.
El toreo en España luce cambios en su estructura como espectáculo, y sin embargo se cotiza mucho más que en años anteriores. La fiesta de los toros está de moda, es tema de las revistas del corazón y la televisión se nutre de taurinos. Los toros son, al fin, el espectáculo "más nacional" que reclamaba don Juan Gualberto López Valdemoro, Conde del Donadío de Casasola, autor del libro "El Espectáculo más Nacional", imprescindible en la literatura taurina.
Me imagino que el salto a las páginas de las revistas del corazón de los ases de la tauromaquia, al igual de la imposición de las "sevillanas" en las salas de fiesta del "jet-set", con marcada presencia española en la Comunidad Económica Europea, revaloricen el espectáculo secular, llevando a los tendidos a más gente que nunca, a pesar que no hay cambios en las estructuras y liderazgo en la fiesta de los toros.
En esta España, donde la fiesta se encampana a los más altos niveles, descubrí al "Niño de la Capea" que hace muchos años descubriera en América. Le vi a "El Capea", figura del toreo con el acento de su consagración mexicana, hacer la equivalencia magistral de su grado en Sevilla. Una Sevilla que descalificó a Paco Ojeda y a José Antonio Campuzano, toreros que en otros abriles fueron flores del jardín sevillano; descalificar a "su" Pepe Luis Vásquez, al gran torero, siempre inédito, Manolo Cortés. Le escuché a Sevilla en ofuscada reprimenda a Victor Mendes, que hizo este año lo que siempre ha hecho en otros abriles; a la misma Sevilla que en el candelero de su parrilla a Manzanares, Emilio Oliva, "Joselito" y a Lucio Sandín.
En la vitrina de esta feria trascendental, Curro Romero y "Espartaco".
El Romero al que los sevillanos se agarran a como "clavo caliente", pase lo que pase; y de Juan Antonio Ruiz, esperando que sea torero de Sevilla; porque a pesar de sus tres salidas por la Puerta del Príncipe, "Espartaco" sigue sin poder ser torero de Sevilla...
Sevilla ha cambiado mucho; el toro ya no es "aquel toro de Sevilla", y día a día se parece más y más al toro de Madrid, gordiflón, fuera de tipo, pleno de carnes y de cuernos.
Sevilla es víctima de los caprichos del director de música, que acompaña a su antojo las faenas de lidiadores en quien prevalece el ánimo. Recuerdo aquella banda del maestro Tejero, que exaltaba con la música los detalles grandiosos del toreo, y siento pena se haya caído en caprichos de corta y sigue, para despersonificar al centenario albero maestrante.
Por encima del toro está "El Niño de la Capea", mandón del toreo, como en su momento lo fueran Frascuelo, Lagartijo, y posterior a ellos El Guerra, Gallito, Belmonte y Manolete.
Pedro Gutiérrez Moya "El Niño de la Capea" no se arregló con la empresa para ir a Madrid, y sus motivos tuvieron que ser aceptados, públicamente, por Manolo Chopera, reconociendo el histórico empresario donostiarra que había sido un fallo suyo. Chopera, que es un hombre de recto proceder y muy honesto, tuvo el valor que sólo encontramos en esta casta de hombres, reconocer "cierta deslealtad", porque "El Capea" hace falta en San Isidro, descalificando aquel axioma guerrista que dice que "en Madrid que toree San Isidro". En Madrid, a pesar que se acaba el papel todas las tardes del abono de San Isidro, a pesar de que allí está lo más importante que pueda haber en el toreo, hace falta que toree "El Capea".
Dos eran los platos fuertes anunciados en la carta sevillana: la reaparición, después de siete años de ausencia del albero maestrante de "El Niño de la Capea", y el gesto de "Espartaco" con los toros Miura.
El joven maestro salmantino asustó a Sevilla con su entrega ante los difíciles toros de Jandilla y los peligrosos astados de Salvador Domecq. Reses con más cuajo y trapío, además de un pregonado y auténtico peligro, que los miuras de la encerrona para "Espartaco".
Sevilla no necesitó que le dijeran qué había hecho "El Capea". Lo entendió y lo magnificó cuando vio a "Espartaco" disminuido, vulgarizado e impotente ante los corrientes miuras.
Ha sido una estada interesante en España, donde hay una legión de relevo que capitanean los novilleros Litri, Camino, Jerezano, Aparicio, Cepeda, y Lozano y que bien vale que en otra oportunidad conversemos al respecto.
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