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FUE LUIS SÁNCHEZ "DIAMANTE NEGRO" EL PRIMERO DE LOS GRANDES EMBAJADORES DEL PUEBO DE VENEZUELA EN EL EXTERIOR |
Uno
de los propósitos del chavismo desde los primeros días de la revolución, fue acabar con todo nexo con la identidad de los orígenes de la venezolanidad. Notable ha sido la infatigable lucha que Podemos ha
desarrollado en España en contra de los toros. Igual ocurre con López Obrador en México y con similar actitud de Correa en Ecuador.
Entre
las metas del chavismo está el destruir vestigios de la identificación con las raíces hispanas, entre
ellas la Fiesta de los Toros.
El chavismo contó con la complicidad de
profesionales del toreo, ya fueran matadores de toros, dirigentes de los
gremios profesionales o toreros subalternos en Venezuela para lograr sus
propósitos. Creo
que casi logran sus metas, aunque aún quedan vestigios de los que podría resurgir
con más fuerza, autenticidad y verdad la Fiesta de los Toros en Venezuela.
Hay
antecedentes en Venezuela de nuestra lucha, y muchas anécdotas que entrelazan
la historia política de la nación con los toros. Han sido frecuentes los
recursos del lenguaje taurino para explicar situaciones como aquel famoso “volapié”
de Caldera, Pepi Montes de Oca y Luis Herrera en reunión de los copeyanos en El
Poliedro de Caracas.
Entre
las anécdotas que nutren la historia está la de aquella tarde de octubre del año
48, cuando Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro” se presentó de matador de
toros en Caracas, en las esquinas del corazón histórico de la capital de
Venezuela se atrincheraban los soldados del Ejército Nacional. Los militares recién habían dado al traste con
el gobierno democrático del Maestro Rómulo Gallegos. Narran los testimonios de aquella “revolución” que los tanques en
las calles invitaban al cumplimiento del Toque de Queda e instaban a los
soldaditos cumplir la orden de disparar primero y averiguar después a todo lo que
se moviera sin salvo conducto. Hubo suspensión de garantías constitucionales, lo
que además de causar serios contratiempos en la vida de los ciudadanos, provocós
trastornos en los proyectos empresariales de Raúl Acha Rovira que era el
empresario y anunciaba un mano a mano
con “El Diamante Negro”. Fue el debut del moreno como ídolo de multitudes en el
Nuevo Circo de Caracas.
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“Hay que ver el nervio de estos militares —se quejaba Luis Sánchez— venir a dar
un golpe de Estado la víspera de mi debut en Caracas”.
La corrida de toros se celebró: en vez de dar
inicio el festejo a las cuatro de la tarde, se adelantó a las dos. Y la plaza
se llenó, el papel se agotó ante el imán taquillero del ídolo del toreo, “El
Diamante Negro”.
Sin
embargo, salvo episodios violentos en los cuatro años siguientes, la vida
republicana venezolana ha sido apacible y pacífica. Los venezolanos se
enorgullecen de una continuidad democrática inquebrantable, desde 1958. Año del
derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez, fallecido hace pocos meses
atrás en su palacete de La Moraleja en Madrid. Hoy, la fiesta de los toros
está, como ocurrió a finales de aquella temporada de 1948, trastocada, revuelta
y desconcertada como vive la nación venezolana: una protesta cívica
multitudinaria se ha enfrentado con la Ley de la Desobediencia Civil, al
proceso revolucionario que Nicolás Maduro sostiene sobre bayonetas y una
Constitución violada por sus cuatro esquinas engordando militares y militarizando despóticamente al país,
echando la violencia a las calles para contrarrestar la solicitud de una
definición electoral de la situación política del país.
El
libro por editar del proceso contrarrevolucionario está lleno de anécdotas,
momentos que se convertirán en
anécdotas, leyendas o historias ejemplares, dependiendo siempre hacia qué punto
de la radicalización se incline el fiel de la victoria política. Hubo un
momento que nos recordó al enfrentamiento del mutilado Millán Astray, en la
Universidad de Salamanca, cuando el legionario le dio “vivas a la muerte”.
Sucedió cuando el alcalde Mayor de Caracas le reclama al coronel Alcalá
Cordones el secuestro de la Policía Metropolitana por la Guardia Nacional, y
exige entrar en el cuartel de policial. El
alcalde le dice estar amparado por la Constitución, a lo que el coronel
responde que él tiene en sus manos el poder de la fuerza para impedir cualquier
exigencia constitucional.
Cuentan,
los que lo vivieron, que una tarde que bombardeaban Toledo toreaba Cagancho por
mágicas y maravillosas verónicas. Dicen que el gitano no se dio cuenta que
caían bombas cerca de la plaza, cuentan también que los escasos parroquianos que
admiraban la lentitud del toreo de Joaquín prefirieron seguir gozando del arte
del torero que espantarse ante la acción bélica. Antes no lo creía; ahora sé
que pudo haber sido cierto, porque estoy convencido que las revoluciones no
espantan al toreo.
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