Garrido y un toro de Joselito
para gozar en Olivenza
Sale a hombros con Luis David Adame en una notable corrida del Tajo; Toñete, oreja y cornada
«Si tú me dices ven, lo dejo todo». Aquella famosa letra parecía encarnarse en cada embestida de «Visitador». ¡Cómo era el toro del Tajo! Una máquina de embestir de inmaculada nobleza. José Garrido le ponía la muleta y allá que iba «Visitador» con toda su boyantía a cuestas. Un toro para gozarlo, para recrearse, para enamorar como la canción que se tarareaba en el tendido. Herrado con el número 29, castaño y de 498 kilos, fue a más como la faena del extremeño, con cosas que pulir pero con la bandera de su personal estilo, que ya es en estos tiempos...
Hubo sabor en las verónicas rodilla en tierra, que combinó con unas chicuelinas y una sensacional media de hinojos. Su galleo hipnotizó al personal. De nuevo rodilla en tierra, pintó un cuadro a su manera. Surgían los derechazos y los naturales, brotaban los de pecho. Y «Visitador» acudía a la llamada del espada con sus inagotables pilas. Si ya de por sí se abría, más aún lo acrecentaba por momentos el matador, demasiado despegado y amanerado al componer algunos pasajes. Encandilaría luego un soberbio cambio de mano, hundido y al ralentí. Tras una ronda en la que punteó el engaño, Garrido halló de nuevo el ritmo y se adornó con un molinete de aires abelmontados. Y el ejemplar de Joselito –¡vaya corrida buena y bien presentada lidió el maestro!– seguía y seguía obediente. La intensa obra y el espadazo condujeron a la doble pañolada.
Mientras aquel capítulo triunfal se rodaba, Toñete se ponía en manos de los doctores en la enfermería. El joven madrileño, que cortó una oreja, se había tirado a matar con fe al toro y sufrió «una cornada interna de diez centímetros en el muslo derecho, de pronóstico grave». Antes, pese a la lógica falta de bagaje, se había mostrado decidido con un animal con estampa para embestir. Dispuesto, Antonio Catalán ganó terreno en los lances de saludo, con dos medias arrebujadas. Empujó el toro en el caballo y aguantó con arrestos el picador, Sandoval. El novel quitó por valerosas gaoneras y Miguel Martín brindó un par de natural torería. Tras el volatín en los inicios, a Toñete –que abusa de la voz– le costó coger el ritmo y el sitio al del Tajo, pero el sello de su afición y de su amor propio quedó en la arena, como en el desplante del epílogo.
Por aquel percance, Garrido, que se extendió y pinchó un posible premio al primero –se sostuvo con calidad pese a blandear–, tuvo que dar cuenta del sexto. Duró poco y no pudo redondear una tarde muy torera con el capote.
Manso resultó el castaño segundo, que empujó y a punto estuvo de derribar al piquero. Luis David Adame, que había recibido al toro por verónicas y chicuelinas, se llevó un susto en el quite. Con oficio, pulseó la embestida y enjaretó tandas con capacidad pero sin profundidades. A pesar de que la estocada se cayó, se tiró a matar con todas las de la ley y paseó un trofeo. Otros dos obtuvo en el quinto, al que recetó unas zapopinas que causaron sensación. El fondo y la castita del toro se vieron desde la apertura de su entregada faena hasta el broche con una estocada de premio en la que se encontraron, literalmente, «Atlético» y matador. Dos orejas para el mexicano y vuelta en el arrastre para este quinto del notable e interesantísimo sexteto de Joselito. Todo con generosidad, tónica de una corrida que mereció más hondura y sentimiento. Eso sí, el público se marchó feliz con el marcador y la doble puerta grande.
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