domingo, 24 de febrero de 2019

AYER EN MADRID Exacto y lento De Justo: glorioso triunfo en Vistalegre Por ZABALA DE LA SERNA

EL MUNDO/ Madrid

23 feb. 2019 22:12


Natural de Emilio de Justo al notable sexto de Parladé ANTONIO HEREDIA

El extremeño cuaja un notable toro de Parladé a cámara lenta y sale a hombros; El Cid se queda a medias con un bravo victorino
Del ajetreo del bombo de Madrid y el ruido del bombazo de los carteles de Sevilla, a la paz de los tendidos del Palacio de Vistalegre. Viene a tope Emilio de Justo este 2019 con toda su integridad a cuestas y se va trémulo El Cid con todo el respeto a su carrera; la temporada de bienvenida a las grandes ferias de uno y el adiós al gran circuito del otro. Cinco años antes, sin tantos cartuchos quemados y fondos tocados, la despedida hubiera sido otra historia. Cada uno es dueño de la suya. 
La afición aún cuenta con la memoria de los lejanos años de gloria, de su izquierda y su sello por las arenas de Madrid, Sevilla y Bilbao. Una vez deshecho el paseíllo, la ovación derramó cariño. Manuel Jesús la compartió con Emilio. Y a continuación sonó el himno de España. Según cómo y dónde, suena. Catetón en esta ocasión. Manoseáis su grandeza en modo menor, coño. 
El duelo de El Cid y Emilio de Justo -osado reclamo en año de reivindicar en los despachos las conquistas de 2018- se había concebido también como desafío ganadero. Dos toros de Puerto de San Lorenzo, dos de Victorino y dos de Parladé. De intachable presentación los seis. Cada pareja igualada en su encaste. 
El dueto de Puerto dejó el prólogo en tablas. Un decir. Uno con su desencelado y manso comportamiento y el otro con su anclaje al piso. Y eso que ambos prometieron cosas de principio. Aquél con una cierta clase que permitió al Cid torear despacio a la verónica -de salida y en el quite- y éste con su movilidad bravucona que provocó a De Justo la fibra de su corazón -rodilla en tierra, en el galleo y con el capote a la espalda-. Las resoluciones distaron luego. De voluntariosa fe el sevillano y de verdadera firmeza el cacereño.
La vieja baraka de El Cid resucitó con Morisco. Fino, bajo, chato, cardeno clarito, una pintura de Victorino. Esa forma inconfundible de humillar y, sobre todo, ese fondo bravo de arrear. Siempre con fijeza y repetición. El Cid sintió el pálpito de los años mozos. De tantas emociones con los toros de la A coronada. La ilusión por volver a ser le empujó a brindar a Santiago Abascal. Morante acompañaba al líder de Vox una vez más. Pronto y en la mano derecha cidista el toro. Especialmente largo el viaje por ese lado, vibrante y emotivo. Como un espejismo del ayer el torero de Salteras, que quería asentar las zapatillas. Una apertura puntual del túnel del tiempo dibujó los trazos ligado. Esas dos series diestras dieron paso a su zurda. El victorino pesaba aún más sin despegarse de las telas, incansable. Ufff. Se impuso volver al pitón donde habitaba un triunfo importante que al final no fue. Perdieron fuelle la faena -dos desarmes- y el torero. Que incomprensiblemente concluyó por la más complicada izquierda... 
Fue parecido en hechuras el victorino de Emilio de Justo. Sólo en apariencia: menuda prenda con los cinco años cumplidos. Agarrado al piso y orientado. De Justo cruzó la delgada línea roja. Tremendo el tipo. Que encajó un pitonazo en el bajo vientre y una voltereta estremecedora. Incruenta por fortuna.Como los pinchazos con los que se encasquilló.
No pasó nada con un hermoso toro de Parladé de pitón vuelto que se movió obediente pero quizá ayuno de finales y entrega. La entrega que tampoco le sobró a El Cid. De aquí para allá uno y otro, sin eco. Daba igual. La ocasión ya se había ido.
El broche de Parladé, otro cinqueño como el anterior, traía nombre propio: Nardito. Un toro redondo por fuera y por dentro. Sin aristas, no perfecto. Bueno como el pan. Pareció hacerse daño en un quite por chicuelinas. Y eso condicionó la estrategia de Emilio de Justo, superior de entendimiento y temple. Sitio y suavidad. Encaje y tacto. Cintura y compás. La embestida en las yemas y en los vuelos. De eso se trataba, de acompañar. Relajada y lentamente. Y Nardito se creció. Los naturales sedosos morían en la monumentalidad de los pases de pecho. A la hombrera contraria. Bramaba Carabanchel. El volapié fue un calco de las estocadas de Otoño. Un crujido, un rugido, contra la cubierta de Vistalegre. De un solo golpe, los dos pañuelos al viento, las orejas sin resquicio, la salvación y la gloria. Qué momento más exacto el suyo, De Justo.

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