domingo, 13 de enero de 2019

¿La fiesta en paz? Por Leonardo Páez.

Petróleo y toros,

la ética oscura

    Los Roca Rey esperan por todo el continente.
Por Leonardo Páez

Un amigo venezolano, bueno para cantar, pero menos conciliador que el cronista Víctor José López El Vito, soltó: “ustedes muy democráticos, pero sucesivos gobiernos dependientes y especuladores vieron cómo exprimían y desbarataban su empresa nacional petrolera, Pemex, luego de que la ciudadanía contribuyó con lo que pudo al pago de la expropiación. Ochenta años después de sucesivas complicidades entre falsos gobiernos revolucionarios, directivos corruptos, sindicatos traidores, partidos títeres y una población desentendida, permitieron que unos se enriquecieran y otros –empresas estadunidenses y europeas– continúen beneficiándose luego de ser oportunamente indemnizados. Son ustedes un lamentable ejemplo de irresponsabilidad en lo que al aprovechamiento de sus recursos naturales se refiere. Nacionalizaron la industria del petróleo sin vigilar el manejo profesional de ésta y se convirtieron en el hazmerreír de los gobiernos antiyanquis por su nacionalismo demagogo y sin espíritu, aumentando su dependencia de los gringos”. 

Mejor échate Pasillaneando con el cuatro, atiné a responder.
Y sí, en una atmósfera tan relajada éticamente como la del numerito de Pemex, es muy difícil que puedan sostenerse y mejorarse tradiciones sustentadas en la ética del encuentro sacrificial entre dos individuos en plenitud de facultades con nombre y apellido, el toro y el torero. Si algo que pertenece e involucra a una nación entera no supimos valorarlo y destinarlo al desarrollo soberano del país sino al enriquecimiento de unos cuantos, resulta poco menos que imposible valorar y preservar la rica tradición taurina de México, convertida hoy en el enemigo a vencer de animalistas, ecologistas y otros trapecistas improvisados pero subsidiados. Los metidos a legisladores antitaurinos analfabetas tienen un severo problema de criterio político: en vez de regular prefieren prohibir, no obstante las reiteradas pruebas de abuso por parte del neoliberalismo autorregulado.
“¡Ya basta de tantos remilgos ante la vida y la muerte! –reclamaba el inolvidable maestro coahuilense Raymundo Ramos, y añadía–: Cuando las tradiciones se descontextualizan se corre el riesgo de hacerle el juego a los exterminios masivos de los ambiciosos del poder y al pensamiento único anglosajón. El mitotauro, con te, es una tradición milenaria que nació de la combinación creadora de la naturaleza animal y de la cultura inventada por los hombres. La naturaleza y el arte no dan saltos, son la cadena del tiempo y de la historia.”
Esta combinación creadora de naturaleza y cultura es lo que ya no supo preservar la enajenada vida posmoderna, que sin haber aprendido a formar hijos anda más preocupada por cuidar mascotas. Ambiciosos del poder, aunque dependientes e imprevisores, han sido los partidarios del neocoloniaje taurino de España y sus agentes criollos en América Latina. Obsesionados por generar utilidades en países sudamericanos pero renuentes a producir figuras nacionales, no entienden que la fiesta de los toros es nacional o no es, que si no se es capaz de producir toreros de escala internacional que reflejen y enorgullezcan a sus países, gobiernos con autoestima y nula asesoría histórico-socio-cultural, optarán por la prohibición de una tradición taurina debilitada que sólo requiere de regulación enérgica para subsistir. De Lima a Jalostotitlán, pasando por Quito, Bogotá y Caracas, insistir en importar en vez de promover el potencial taurino de nuestros países, es no creer que los Roca Rey esperan por todo el nuevo continente; falta descubrirlos y aprovecharlos aquí, no en España.

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