Victorino Martín:
«El animalismo es la vuelta
a la época de las cavernas»
El presidente de la Fundación del Toro de Lidia acaba de alternar en el Senado sobre el movimiento animalista, «una hecatombe para la cultura, la ecología y la economía»
Huye del pensamiento único. La bravura, el sitio de sus desvelos, su oficio y su recreo, es un paraíso para la biodiversidad ecológica, ideológica y cultural. Por eso le espantan los mandamientos del animalismo, «un movimiento totalitario muy peligroso». Victorino Martín García (Madrid, 1961), ganadero, veterinario y presidente de la Fundación del Toro de Lidia, ha puesto a cavilar las conciencias dormidas después de su magistral intervención en el Senado.
—Comencemos por la pregunta que usted planteaba en la Cámara Alta: ¿es necesaria la tauromaquia?
—¿Y la danza? ¿Y la música? ¿Y el teatro? ¿Son necesarios? Las expresiones culturales son alimentos para el alma. A lo mejor no hacen falta para la subsistencia física, pero sí para la cultural, que nos ayuda a crecer y mejorar como personas.
—Sin el patrimonio cultural de la Fiesta, ¿seríamos un país más pobre?
—¡La Humanidad lo sería! La tauromaquia es el regalo cultural de España al mundo. Se aniquilaría todo un tesoro. Un mundo sin manifestaciones culturales sería mucho más pobre, la vida sería mucho más plana. Nos privaríamos de numerosas emociones, seríamos más elementales. Al final, seríamos animales, que es lo que quieren algunos.
—Defina el animalismo.
—Es una filosofía en la que pretenden igualar a hombres y animales, imponer un nuevo orden moral y destruir todo lo que el hombre ha hecho. Es salir a la calle y que nos espere un tigre, volver a las cavernas. Es la aniquilación del mundo rural, por lo que sería una hecatombe cultural, económica y ecológica, el fin de nuestro mundo tal y como lo conocemos. Hemos llegado a un punto en el que se ha sustituido el calor humano por el calor animal.
—Algunos no solo equiparan el animal con el hombre, sino que lo colocan por encima en derecho, sin deberes. En ese sentido, la «tauroética» de Savater dice que es pueril hablar de la inocencia de los animales cuando no pueden ser acusados de culpables.
—Exacto. Y eso es una amenaza para la sociedad actual. El animalismo es un movimiento anglosajón urbanita, con un desconocimiento muy grande de las leyes naturales y el medio ambiente. ¿Que podemos mejorar el mundo? Claro que sí, pero no involucionando. Ojo, son muy diferentes a los ecologistas, que comienzan a repudiarlos y se desmarcan de ellos. El ecologismo plantea la convivencia de los distintos seres vivos en equilibrio.
—Según las cifras aportadas por la Fundación, 1.560 animales mueren por minuto, sin considerar los peces. ¿Por qué esa fijación con el toro bravo?
—El toro es la cabeza de turco de una ideología que quiere acabar con cualquier vestigio rural. Seguramente porque es el más llamativo de todos esos objetivos que buscan. La corrida es una interpretación real de la vida, donde figuran esas variables que hacen dura la existencia humana: el dolor, la vejez y la muerte. Es un rito sacrificial en el que no se esconde nada, un espectáculo crudo; en cambio, cuando comemos un filete, vemos la carne en el plato, pero no morir a la vaca. Vivimos en un mundo hipócrita, cada vez más dominado por la cultura anglosajona, mucho más violenta, una cultura hipócrita. La cultura mediterránea aprecia la muerte porque ama la vida.
—¿Es difícil entender que el aficionado no va a la plaza a ver la tortura de un animal sino la adoración a un toro?
—No puedo pedir que lo comprendan, porque para eso hay que hacer un esfuerzo intelectual y tener una predisposición. Lo que podemos pedir y exigir es respeto para una manera de sentir y vivir. No quiero que nadie me imponga sus gustos ni me diga cómo tengo que vivir, cómo tengo que pensar, con qué puedo disfrutar.
—¿Se avecina una sociedad cada vez menos libre?
—Estamos muy mediatizados, muy sujetos al dinero. Para colmo, algunos movimientos radicales quieren una sociedad plana, que no piense, que sea fácilmente manipulable; en definitiva, una sociedad sin raíces ni señas de identidad. Estamos influenciados por el qué dirán, por las tendencias, por internet… En ese aspecto, somos menos libres.
—¿Quién es el dios del siglo XXI?
—Hay muchos: por ejemplo, el fútbol, una «religión» con la que comulga mucha gente. Pero el dios mayor es el dinero. Paradójicamente, no usamos el dinero, sino que es él quien nos usa a nosotros. Somos esclavos del consumismo.
—Hablando de la pela: ¿quién financia el movimiento animalista?
—Exactamente no se sabe, pero hay más de cien asociaciones mundiales, y las diez primeras manejan un presupuesto de cincuenta millones de euros anuales cada una. ¿De dónde reciben esos fondos? No lo sé. Hay mucho cinismo, pues se habla de que detrás de algunas hay compañías petrolíferas que se están cargando el planeta.
—Parece una pelea económica de David contra Goliat, de cientos de millones frente a un espectáculo sin apenas ayudas. ¿Cuál es la verdad de las subvenciones al mundo taurino?
—La única verdad es que es una gran mentira lo de las subvenciones al toro. Recibimos 30.000 euros del premio Nacional de Tauromaquia. Y en los presupuestos aparecen 35.000 euros para que la Fundación incluya contenido taurino en la wikipedia. Es una cantidad irrisoria, cuando, según un estudio de 2016, aportamos 27 millones en concepto de IVA y generamos 200.000 puestos de trabajo.
—En el Senado calificó el debate «toros, sí; toros, no» de folclórico.
—Es que hablamos de algo más hondo. La Fundación del Toro trabajó mucho y puso la pelota en el lugar exacto. Se trata de si se pueden usar o no a los animales. Si la respuesta es no, desaparecerán las mascotas, la industria del cuero, se usarán prendas sintéticas, calzado de madera…
—El toro es la cabeza más visible, pero cada vez se extienden más los ataques a la caza. ¿Estamos ante el fin de la ecología verdadera?
—Intentarán acabar con todo. Después del toro, la caza y el circo, viene todo lo demás: la equitación o la romería del Rocío. El animalismo prohíbe hasta el uso de los animales en la investigación. ¿Estamos locos? ¡Hablamos de salvar vidas! Lo prohibirán para el consumo humano y para el ocio; tampoco podrán tenerse mascotas, ¿no? La mayoría están castradas en pisos, fuera de un hábitat natural. Si los animales viviesen libres por el mundo, como ellos pretenden, se comerían nuestras plantaciones y nos devorarían a nosotros mismos. Es una involución tremenda, la vuelta a época de las cavernas.
—En la fauna antitaurina también habitan los que piden la desaparición del toro bravo después de zamparse a dos carrillos un chuletón.
—Esos son más cínicos todavía. Vuelvo al principio. Hoy son los toros y la caza, pero mañana nos dirán qué exposición ver, qué podemos leer, cómo vestimos y hasta dónde y con quién podemos besarnos. Eso es coartar la libertad, imponer un pensamiento único, algo tremendamente grave.
Mientras conversamos, el móvil es una estación de Metro en hora punta. Llueven los mensajes de felicitación por su lección en el Senado. «El artículo de Carlos Herrera en ABC ha tenido mucho eco», dice con el periódico al lado de una taza de té. Mientras toma un sorbo, recordamos varias manifestaciones «antis» sin rastro de cordura. A Victorino, el ganadero que hace más de cien mil kilómetros por carretera cada temporada y muchas horas de vuelo, no lo busquen en las puertas de un restaurante gritando «¡no es jamón, es carne muerta!». A este sabio y sensato hombre de campo tampoco lo encontrarán en el grupo de whatsapp contra la recogida de la aceituna: «No al maltrato del olivo, un ser vivo».
—¿Qué diría su padre, el inolvidable Victorino?
—Se partiría de risa. Como le llamaban «el Paleto», decía: «¿Paleto yo? Paletos esos de ciudad que ven una bellota y dicen que es una castaña, ven una oveja y dicen que es una cabra».
—¿Se siente representada la gente del campo por nuestros políticos?
—Hay de todo, pero en general siempre son los olvidados. Los productos agrarios valen lo mismo que hace treinta años. En cambio, todo ha subido.
—El mapa político tras las elecciones andaluzas ha evidenciado que el mundo rural y las tradiciones importan.
—Es evidente. Y refleja un punto de inflexión. Sobre todo, las declaraciones de la ministra de Transición Ecológica [Teresa Ribera] contra la tauromaquia y la caza hicieron despertar a muchos. El día que dejemos de lado el campo, que dejemos de ser rurales, tendremos serios problemas para nuestra supervivencia.
—Pese a los aires prohibicionistas, en la reciente sentencia de Villena la Justicia advierte de que ningún ayuntamiento puede abolir el toreo. Aun así, tras su intento de devolver los toros a Cataluña, el alcalde de Olot parece negarse.
—En Olot, donde por cierto matan cada día doce mil cerdos, tendrán que cumplir las leyes como las cumplimos todos los españoles. De lo contrario, tendrán que atenerse a las consecuencias. Lo de Cataluña es mucho más profundo: usan los toros como un instrumento contra España.
A Victorino no le gusta pintar de un color político los toros. «Pertenece al pueblo, y esa es su fuerza». Y el pueblo quiere victorinos.
—Comienza la temporada en Vistalegre y se habla de tres tardes en Las Ventas.
—Vistalegre es una plaza que está discriminada, parece que los grandes protagonistas del mundo del toro rehúyen de esta plaza, y entre todos debemos mantener este baluarte. Además, el cartel es muy bonito. Hay un torero que ha escrito páginas muy brillantes y se despide, El Cid, y otro que fue la revelación de la temporada pasada y que encima ha recuperado las formas clásicas, Emilio de Justo. En Madrid, lidiaré el Domingo de Ramos, San Isidro y me he guardado una corrida para la Feria de Otoño.
—¿Se apuntará al posible «bombo»?
—¿Por qué no?
—¿Y si las figuras no lo hacen?
—Problema de ellas.
—Sorprende que usted presida una Fundación que representa también a aquellos que no quieren ver un pitón de la A coronada.
—Bueno, a todos nos une el amor al toro. Queremos que la Fundación sea el mayor movimiento civil de este país, ser activos y no andar detrás de la mata. Lo que sí pediría es que todos seamos responsables del momento que atravesamos, que cuidemos la presentación de los toros, la integridad, y haya un compromiso total. Cualquier desliz es un paso atrás.
—En tiempos de censura social, ¿cómo es la libertad de «creación» para un ganadero?
—Cada uno es un mundo: unos crían el toro para el torero, otros para el aficionado y algunos para las calles. Nuestra filosofía es muy clara: nuestro cliente es la afición.
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