Román Collado: «Sé que me juego la vida cuarenta tardes al año, pero me gusta sentir el miedo»
El torero llega un poco tarde a la cita. Pide perdón, enseguida le sale de las entrañas esa inocencia de quien nació en los noventa y no ha recibido demasiadas cornadas en la vida. O sí. De las físicas, de las que le llegan del toro, unas cuantas, pero es que Román Collado lo ha hecho todo muy pronto. No se es solo niño prodigio intelectualmente, el físico le ha acompañado, y también una energía desbordante que necesitaba canalizar; quizás podría ser ahora el fichaje estrella de un equipo de fútbol, estar subido al podio en un campeonato de atletismo o incluso a un escenario, porque ha probado hasta con el ballet.
Por María José Carchano.
Román Collado lleva camisa de cuadros y vaqueros, con la dejadez estudiada de esa generación ‘milenial’ que se abre una cuenta de Instagram por devoción y de Facebook por sus seguidores. Por ello, mejor dejar de lado el tratamiento de usted y nos hablamos de tú. También sobre el papel.
-El éxito te ha llevado ya fuera de Valencia.
-Ahora estoy en Guadalajara, en un pueblecito que se llama El Casar, porque allí es donde entreno. Tengo casa en Madrid, pero por no hacer más de cuarenta kilómetros al día vivo en el campo y estoy mucho más tranquilo.
–Pero con veinticinco años es fácil olvidar los orígenes.
-Para nada. A mí Valencia me encanta, sí que es verdad que no tengo demasiado tiempo para venir, pero cuando puedo me encanta volver; aquí está mi familia, todos mis amigos, y para mí Valencia es una ciudad perfecta, pequeña pero grande, con un clima envidiable. Me he dado cuenta, además, que desde que no estoy echo de menos la playa, llevo cuatro años viviendo fuera y cuando vengo necesito, al menos un día, comer viendo el mar.
–A los doce años ya estabas en la escuela taurina, ¿tan claro lo tenías?
-Yo he querido ser torero desde siempre: toda mi vida, desde que tengo uso de razón, lo he dicho. Y eso que no tenía antecedentes familiares, mi madre es francesa, de la zona de Bretaña, y allí no había visto una corrida de toros en su vida. Sí que es verdad que mi abuelo paterno, que en realidad murió antes de que yo naciese, era aficionado, y mi tío tenía el abono de la plaza de toros de Valencia, pero a mi padre no le gustaban demasiado.
-¿Nunca dudaste?
-Bueno, tuve una época en que quería ser bombero, o futbolista, supongo que como todos los niños pequeños. Pero al mismo tiempo tengo una foto que, con cinco años, salgo en el colegio disfrazado de torero.
–Podrías haber sido una estrella del fútbol.
-Jugaba a fútbol, a tenis, hacía equitación… Siempre he sido un niño muy movido al que le gustaba hacer muchas actividades extraescolares, y mis padres, para que descargara toda esa energía, me apuntaban. Terminaba del colegio y, hasta las ocho que cenaba, no paraba. Jugué en el Foios, estuve en el Valencia, de hecho era delantero y le pegaba bien, marcaba muchos goles. Pero con doce años vi una novillada sin picadores en la plaza de toros de Valencia.
–Y quedaste impresionado.
-Eran chavales, con diecisiete o dieciocho años. Yo los veía muy niños, y pensé: «si ellos son capaces, ¿por qué yo no?». Ni siquiera sabía que había una escuela taurina, y me matriculé. A mis padres les asustó mucho porque te hacían firmar un documento sobre responsabilidades, por si pasaba algo, porque siempre hay un riesgo. La verdad, no sé cómo les convencí para que me dejaran matricularme.
-¿Intentaron disuadirte para que no te apuntaras?
-Por supuesto, y aunque ellos lo vieron al principio como un juego, como el fútbol o el atletismo, me lo intentaron quitar de la cabeza. Yo creo que empezaron a preocuparse en serio porque desde que me apunté fue como una droga, los toros se convirtieron en mi principal obsesión, los tenía siempre en la cabeza. Me obligaban a que primero me centrara en los estudios, que si no sacaba buenas notas me iban a borrar… nunca lo conseguían. Ese fue el inicio de mi carrera. Y empecé a despuntar.
–A pesar de que nunca habías cogido una muleta.
-Yo no sabía nada de nada. Por no conocer, quizás solo había oído hablar, de nombre, de Enrique Ponce o el Juli. Poco más. La mayoría de los alumnos de la escuela taurina venían de familias con mayor tradición.
–Y donde, como en el fútbol u otras disciplinas, en realidad llegan a triunfar un número muy pequeño de alumnos.
-Es un mundo muy difícil, y conforme van pasando los años, más todavía. La gran mayoría de las personas no son capaces de quedarse quietas delante de una becerra porque da mucho miedo, porque genera unas sensaciones que no te provoca otro animal. Sin embargo, cuando veo a niños que se acaban de apuntar a la escuela lo que más destaco es precisamente si son capaces de ponerse ahí enfrente, que les coja, y que luego se vuelvan a levantar.
-¿Es como en las motos, por ejemplo, que triunfa el que aprieta el último el freno?
-Con los toros no puede ser así porque puedes acabar mal, pero es verdad que de pequeño es importante ver tu capacidad de sufrimiento, porque esa es la base.
-¿Cómo has gestionado tú tu miedo?
-Al principio tengo que decir que me divertía que me cogiese. No quiero que se entienda mal, pero es que para mí era un juego. E iba evolucionando, toreando cada día un poco mejor. Siempre me he preocupado más de otras cosas que de la técnica en sí. No es cuestión de que el que está en el tendido lo vea fácil, creo que hay que dejar que fluyan los sentimientos.
Los aficionados le dan la razón. Y le apoyan. Disfrutan con él, por ser impredecible, por su entrega en la plaza, aunque eso suponga asumir muchísimos más riesgos.
-¿Cuándo te diste cuenta de que esto no era un juego?
-Lo hice bastante tarde. En 2012 toreé en una novillada con picadores en Valencia. Me apoderaba una empresa muy fuerte y todo vino de golpe, pero yo todavía pensaba que aquello era un juego. En 2015 solo toreé una vez. Y me llevé un palo fuerte. Las siguientes tres temporadas han sido muy buenas.
Le confieso a Román Collado un detalle que no quise desvelarle antes de tenerle enfrente. Dos ocasiones en que le hemos intentado entrevistar este año no ha sido posible, ya que antes de sentarnos frente a frente le ha cogido un toro. La primera en la feria de Fallas, la segunda en Bayona, recientemente. Hubo otra cornada muy grave en Sevilla. «A ver si sois gafes», dice, riéndose.
–Al entrar en la enfermería herido de gravedad, ¿empiezas a entender que te estás jugando la vida?
-Sí que es verdad que hasta ahora solo tenía dos cornadas y ninguna de importancia, y eso que me habían cogido varias veces, lo cual es una cuestión de suerte. Este año no me ha ido bien en ese aspecto, pero yo lo tengo muy asumido: soy consciente de que los toros te pueden matar. Es algo que no quiero, ni mucho menos, quiero morirme cuanto más mayor mejor; dentro de muchos años, si puede ser. Disfruto con lo que hago, a pesar de que sé que me juego la vida cuarenta o cincuenta tardes al año. Es algo para lo que me preparo y, al mismo tiempo, me gusta sentir ese miedo. Quizás no sería yo si no lo sintiera.
-¿Cómo lo vive tu entorno? ¿Tu madre, por ejemplo?
-Mi madre lo vive ya con bastante normalidad, es lógico, supongo, que pase miedo, como lo hace cualquier persona que me quiere. Sin embargo, tiene muy asumida mi profesión, sabe que me hace feliz, aunque no me apoye.
-¿Va a verte?
-No, mi madre quizás ha venido alguna vez, pero no le gusta, lo pasa mal, y por ese motivo prefiere no estar. El que sí que viene es mi padre, que vive en Formentera, y cuando está en la península lo disfruta muchísimo. Lo vive incluso más que yo, está muy orgulloso y se le cae la baba (ríe).
–Te dieron la alternativa el Juli y Sebastián Castella, tu padrino de confirmación fue Enrique Ponce. Supongo que fueron tus ídolos. ¿Te imaginabas junto a ellos en una corrida?
-Eran mis ídolos, claro. Imagínate que mi sueño, cuando estaba en la escuela taurina, era hacer el paseíllo en una novillada sin picadores en la plaza de toros de Valencia, ponerme el traje de luces. Solo eso. Y ahora, cuando te ves acartelado con toreros de primer nivel… tengo una foto cuando era niño con el Fandi. Y me doy cuenta de que he conseguido mucho más de lo que soñaba.
-¿Cuál sería ahora tu próximo reto?
-Soy de buscar metas a corto plazo. Toreo dentro de quince días en Madrid en la feria de otoño, lo hice en San Isidro y, a pesar de ser una de las bases no me fue como esperaba, así que vuelvo otra vez a intentar darle a los aficionados lo que no conseguí entonces.
-¿Cómo te enfrentas a los fracasos?
-Es duro cuando no salen las cosas, pero se aprende mucho. Quizás la mayor enseñanza es que ésta es una profesión en la que cuando tienes éxitos todo el mundo está encima tuyo, diciéndote lo guapo que eres, lo bien que lo haces. Al contrario, cuando lo haces mal, pasan de ti, no existes.
-¿Hay alguien que te enfrenta a la realidad?
-Es duro, pero al final yo trato de rodearme de gente que me ponga los pies en el suelo, aunque yo mismo creo que soy bastante realista. No quiero perder de vista cómo soy, dónde estoy, cuáles son mis defectos y mis virtudes. Porque si algún día te crees más que nadie el toro te pone en tu lugar.
–El estar en contacto con la muerte hace que muchos toreros se conviertan en personas supersticiosas, o que necesitan encomendarse a la fe. ¿Es tu caso?
-Trato de tener cero supersticiones. Es verdad que últimamente me ha dado por alguna manía, por ejemplo, no ponerme un traje con el que no me ha ido bien. Últimamente no dejo de ponerme uno azul porque me da la impresión de que triunfo con él, pero yo creo que las manías es de lo peor que te puede pasar. No rezo, no soy creyente, creo más en que si las cosas salen bien es por el trabajo que hago, y nada más.
–He visto en tu Instagram alguna foto en la que apareces en pareja.
-He tenido pareja sí, pero ahora no. Es difícil tener a tu lado alguien que te entienda porque viajamos mucho y estamos mucho tiempo fuera de casa. Además, soy bastante complicado de entender, porque cuando tengo un compromiso importante me encierro mucho. Cuando vienen épocas malas todavía más, porque mi objetivo único es intentar mejorar. Los toreros somos complicados con el tema de la pareja.
-Pero sí habrá momentos en que desconectes, dejar de lado el mundo del toro para ser un chico de veinticinco años.
-Cuando termino la temporada intento tomarme dos o tres semanas de desconexión total, que creo que es muy necesario. De todas formas, con mis amigos siempre intento hacerlo, hablar de otras cosas, divertirme. Porque me junto con gente completamente ajena al mundo del toreo, es más, algunos son antitaurinos.
-¿Te gusta debatir con ellos?
-No, no. No tengo que convencer a nadie, El que dice que es antitaurino no quiere abrirse a conocer este mundo, y muchas veces sus opiniones se deben a la ignorancia. Yo lo entiendo y no pasa absolutamente nada, aunque intento mostrarles la otra cara. El año pasado me llevé a quince amigos a una finca para que conocieran cómo viven en realidad los animales, porque se quedan con la sangre de la plaza.
–Has conseguido triunfar de muy joven, ¿quizás venga ahora lo más complicado, mantenerse?
-Soy consciente de que esto acaba de empezar, y yo lo que pretendo es disfrutar mucho de todo lo que me pase. Incluso esta entrevista, porque no sé si dentro de treinta años tendréis interés en mí.
Publicado en Las Provincias
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