Por Leonardo Páez.
Si los taurinos y aficionados del
mundo no acaban de entender que el toro de lidia en plenitud de facultades, con
cuatro años cumplidos, sus astas íntegras y de preferencia bravo, es la base,
fundamento y sentido ético y estético del milenario arte de la lidia o
tauromaquia, ésta tendrá sus días contados.
Responsabilizar a antitaurinos
subvencionados, a legisladores analfabetas y a la modernidad fascistoide del
pensamiento único anglosajón, de las amenazas que se ciernen sobre la fiesta y
de su lamentable estado actual es otra muestra del cinismo e insensibilidad que
en años recientes caracteriza a los taurinos.
En la historia de la tauromaquia
mexicana nunca hubo promotores del espectáculo con un poder económico tan
grande que ofrecieran unos resultados inversamente proporcionales a ese poder
como en los recientes 25 años, luego de someter a todos los sectores, incluidas
las autoridades, a su voluntad.
La negligencia profesional de tan
poderosos consorcios hacia la función taurina se hace más evidente al comprobarse
el profesionalismo y rigor de resultados que aplican al resto de sus empresas,
éstas sí exitosas, aumentando la sospecha de utilidades opacas en su descuidado
negocio de los toros.
El pretendido internacionalismo
del monopolio TauroPlaza México, SA, gestora de los principales cosos, sin más
competencia que disputarse con las empresas satélites a las mismas figuras
importadas desde hace dos décadas, no tiene otra estrategia que sudamericanizar
la tradición taurina del país.
El monopolio de Alberto Baillères pretende
sustituir esta falta de políticas taurinas eficaces con importaciones e
inversiones en España, a través de su Fusión Internacional por la Tauromaquia
(FIT), de dudoso beneficio para los diestros mexicanos en el proteccionista y
competido mercado español.
Durante el duopolio taurino Alemán–Baillères,
a lo largo de 23 años, no lograron imponer el toro con edad y trapío ni
producir una figura nacional de verdadero arrastre, sino sólo una o dos
figuras-cuña de discreto relieve, con lo que hacen como que estimulan una
tradición que se disuelve.
Tras la retirada de Eulalio
López Zotoluco se ha continuado con el mismo esquema de una figura-cuña
con relativo imán de taquilla y más competitividad que personalidad, depositado
ahora en los hombros de Joselito Adame, apenas confrontado con ganado
serio y diestros nacionales de valía.
Con triunfos importantes en ruedos
españoles, otros diestros mexicanos con enorme potencial, como la encastada
tauromaquia de Arturo Saldívar y el temple extraordinario de Juan
Pablo Sánchez e incluso la muleta en permanente proceso de maduración
de Diego Silveti, aquí no fueron puestos a competir oportunamente.
Lo necesario para haber obtenido
de esa planeada competitividad ante el toro, nombres con celo, sello e imán de
taquilla, capaces de generar partidarismos y renovada pasión en los públicos,
hartos ya de ponces, hermosos, julis, castellas y demás lugares
comunes de la anquilosada globalización taurina.
A estos nombres hay que añadir a
otros toreros triunfadores en la península, sobrados de cualidades y en busca
de su sello, como Sergio Flores, Luis David Adame, Leo Valadez y un
matador como Brandon Campos, que luego de triunfar en Sevilla y jugársela
en Madrid ha sido injustamente relegado en su tierra. El martes me llevaron al
ostentoso almacén de la calle de Moliere 222 y no tuve más que exclamar:
en Grupo Bal alguien quiere a la fiesta brava de México mal. Muy mal.
Publicado en La
Jornada
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