Por Ramón Macías Mora.
Bibliófilo como soy, amante de coleccionar libros de temática taurina, preferentemente libros raros de primeras ediciones, con olor a viejo, pastas desgastadas y color amarillento. He dado por fin con una reliquia, por lo singular de su autor, el varilarguero de antaño, Raulito Banda, quien por años vivió en la esquina de la calle República y Juan Díaz Covarrubias, en donde ahora está la gasolinera, ahí doña Licha, tenía un tendejón, el clásico abarrote de barrio o tiendita, hoy casi en peligro de extinción a causa de la embestida de las franquicias norteamericanas y regiomontanas.
Don Raúl el picador se paseaba por los portales del centro luciendo su corbata de moño al cuello y sus bien lustrados zapatos, lanzando cada que se podía y se podía muy seguido sendos piropos a las bellas tapatías, quien iba a decir que en los tiempos que nos ha tocado vivir, esos retazos de admiración hacia el sexo bello antes débil, serían castigados por las leyes actuales.
¿Recuerdan ustedes amables lectores a su hijo Raúl? Quien se desempeñó por años en la vieja plaza de toros del Progreso, como juez de callejón. Enjuto de carnes, de piel morena, prieto pues, que no es peyorativo sino muy de nosotros, siempre con su traje sastre de color rata, creo que nada más tenía ese. Años después tenía una cafetería detrás del edificio de rectoría por la calle Pedro Moreno, se llamaba “Los Pibes”.
Después de andar por décadas tras la mencionada novela, por fin la encontré, la tenía Juan, el de los palillos, que todas las tardes antes del sorteo vende libros taurinos de medio uso, y souvenires. Pero ¡Ay! Se me adelantó otro bibliófilo, Manuel Barbosa quien me lo ha facilitado y ahora hago para este medio, una breve, brevísima reseña.
La novela, es un trabajo que data del año 1948.
Es un relato de corte romántico que raya en la exageración aunque sea novela, el caso es que la recepción que hace Guadalajara al novillero triunfador de la capital, no me recuerda por su apoteosis sino a la que se dio al santo papa Juan Pablo II y eso de que no se trataba más que de un modesto novillero, pero, para eso es la imaginación y vaya que don Raulito la tenía, y otorga la alternativa en la plaza del viejo barrio de san Juan de Dios de manos del Orfebre Tapatío José Pepe Ortiz y llevando como testigo al diestro hispano Joselillo con seis de La Punta. Más no se puede.
El relato posee un valor extra. La detallada descripción del barrio de San Juan de Dios en aquella maravillosa época. Sin faltar el sacerdote, bienhechor de aquellos tiempos el insigne padre Bernal.
Un significativo dato, es el apego al manierismo vigente en la época, lo que sin ser un referente necesario, si nos traslada a la indispensable narrativa del uruguayo Pérez Lugúin [Currito de la Cruz] [El embrujo de Sevilla]. El libro consta de 285 páginas y XXVI capítulos.
Publicado en Milenio
No hay comentarios:
Publicar un comentario