sábado, 27 de octubre de 2018

RECORDANDO A CHENEL, ¡AQUELLA MONUMENTAL MEDIA EN MADRID! por El Vito





EL VITO

Madrid es una ciudad que le da importancia a sus monumentos, ya que no los jerarquiza por capricho y  los coloca en el afecto por el significado que cada uno de ellos pueda tener para la ciudad, y para los madrileños. 
 Hay monumentos, sitios, calles o rincones en Madrid irreemplazables. Los cien kilómetros del metro que horadan el subsuelo madrileño, carecen de importancia al lado de la Fuente del Berro. Hasta hace poco, antes que aparecieran las aguas minerales, los toreros llenaban los botijos con las aguas de la Fuente de Berro. Botijos de barro blanco, curado con aguardiente anisado. Frescor para las bocas curtidas por el sol de Andalucía en los veranos del toro por los rincones de la España eterna.

Esta y otras razones son las que,  una tarde,  propusieron quitar a Cibeles de la plaza donde el Madrid festeja sus copas,  y  colocar en su su sitio un monumento a la Media Verónica de “Antoñete”.  Esta locura tiene su historia, por polémica que parezca.

Gracias a dios fuimos testigos de aquello, estuvimos en Las Ventas cuando todo nació y fue desarrollándose en medio de un público crispad y con un toro de Arranz, de los gracilianos que se lidian a nombre de Sánchez Recio, aquel  toro que  había sido castigado con banderillas negras y que pertenecía a Julio Robles, fue un toro había salido rebotado en uno de aquellos mal colocados garapuyos luctuosos y, por mera casualidad encontró a “Antoñete” colocado donde tenía que estar, es decir bien colocado. Chenel lo recogió en un maravilloso quite rematado con media verónica. Media por el lado izquierdo, lenta, atrevida y provocadora, que estimuló el pandemonium en Las Ventas.
 Robles se vio obligado a arrimarse y  cortar la oreja. No había manera de quitarse el campanazo de la media verónica de “Antoñete”. Madrid estuvo hablando de ese quite todo el año, y “Antoñete” vivió de su media aquella temporada.
 La historia tiene miga, más tarde vino otra parte muy importante con un toro de Lora Sangrán y el mismo antagonista, Julio Robles ... y así la recordamos...
Madrid, como gran metrópolis, tiene tendencia a olvidar los detalles. El Madrid moderno se hunde en el torbellino y a pesar de su Calle de Alcalá, de barrios como Lavapies y   Salamanca está llena de rincones que cuentan historias de sus toreros. Toreros chulos y chulos que quisieron ser toreros...

En  Madrid, como sucede en todo el mundo de la fiesta,  los detalles del toreo comienzan a olvidarse. Sin embargo insistimos que, aquella tarde,  los detalles escribieron en la  la arena de Las Ventas  esta historia que para muchos de nosotros perdura en su grandeza.
“Antoñete” y Julio Robles volverían a encontrarse. Tarde de San Isidro,  ante una  corrida de Lora Sangrán que sustituía otra del Conde de la Corte que había sido rechazada.  Cosas de Madrid.

Los de Lora Sangrá, procedentes de la vacada cordobesa de Benítez Cubero, las mismas que hace ya muchos lustros fundaron la divisa de Guayabita en Venezuela. 

“Antoñete” estuvo  breve ante el peligroso toro que abriera plaza, provocando reacciones de disgusto al público de Madrid. A Julio Robles lo ovacionaron agregando protestas contra Chenel, mientras Curro Vázquez, tercero en el cartel pasaba apuros con los toros de Sangran.

Antonio Chenel “Antoñete” se recreó y nos recreó a todos, ante el quinto de la tarde. Compuso una bella faena que de haber acertado con la espada pudo haber sido de oreja. La gente se le entregó y aquellas lanzas en el toro anterior tornaron en expresiones de cariño. Le pidieron diera la vuelta al ruedo, pero “Antoñete”, que fue torero de grandeza y se limitó a saludar desde el tercio.

Durante la lidia de este toro ocurrió un detalle muy interesante. Julio Robles intentó lucirse en un quite por chicuelinas y quiso rematarlo con una media verónica con las rodillas en tierra. El toro lo arrolló; Robles, enojado, se levantó y fue nuevamente al astado para rematar su quite. El banderillero de “Antoñete”, “El Jaro”, llamó la atenciónde la res porque ya eran mantazos los de Robles y le estropeaba el toro a su maestro. El público increpó al subalterno,  y en defensa de Julio Robles la la tomó contra “Antoñete”.

En medio de aquella situación absurda y hostil hacia “Antoñete”continuó la corrida y salió el quinto de la tarde sin que Julio Robles pudiera acoplarse con el toro. En uno de los intentos de Julio por colocar al toro, repito descentrado y sin acoplarse, el toro quedó frente a “Antoñete”. Unos  chiflaron, acompañaron la silbatima con el ofensivo “fuera”. Un aroma de drama se apoderó del escenario. Todo estaba servido para que “Antoñete” fracasara en el intentp. En eso, el toro enganchó el engaño y con limpia suacidad por el pitón derecho  lo llevó el maestro a los medios donde sin mayor preámbulo surgió la obra de arte maravillosa, rematada en cada uno de sus ángulos por el toque milagroso del que solo son capaces los artistas del arte mayor. Allí, sobre la arena madrileña surgió un monumento impresionista,  que en sus trazos goyescos resumía todo el toreo. Estuvo presente el temple, el mando, la geometria orteguiana de la fiesta, esa que colocaron los albañiles convertidos en artista en los terrenos de la estética: la belleza de la media verónica de “Antoñete”.

Yo lo ví. Y a mi lado en la barrera también ví a Paco Camino  y a El Capea cuando saltaron llevándose las manos a la cabeza para exclamar al unísono la expresión aprobación en el toreo: “Óle!”.

 La plaza se movió en su interior, sus cimientos cedieron y parecía que los corazones de los remolinos tenían ritmo de locura.

“Antoñete” realizó su quite al otro extremo del tercio de matadores. Al rematarlo provocó la aludida locura; y,  cuando regresó  a su sitio, cuando le dio la espalda al toro los tendidos se desgranaron en una cerradísima ovación. 

“Antoñete”, como primer espada, se colocó en su sitio cuando fueron a banderillear al toro de Robles. Al terminar el tercio el público lo volvió a ovacionar. Chenel, por no quitarle escena a Robles, se metió, trotandito, en el burladero de matadores. Un detallazo de un maestro que no está en la arena mendigando palmas cuando le sobran ovaciones.
La corrida continuó en su cauce: Robles cortó una oreja, Curro Vazquez fue fustigado por los malditos del siete, iniciando su calvario que terminaría crucificándole en las astas de un toro de Saltillo. 

Solo se habla en Madrid de la media verónica de “Antoñete”. Una media peropone mover Cibeles y  frente al Palacio Comunicaciones, un monumento a Antonio Chenel “Antoñete”. 

Gesto trascendente, como ya les dije,  Madrid es un pueblo que le da gran importancia a sus monumentos.

7 de junio de 1983

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