Antonio Ferrera
escenifica su magisterio
El veterano extremeño corta una oreja y da una vuelta al ruedo tras clamorosa petición con la descastada y manejable corrida de Adolfo Martín
El toreo también consiste en saber crear una atmósfera. Para alcanzar ese clima son necesarias ciertas dotes interpretativas. Y poner en valor lo hecho. Una teatralización de la verdad. Lo que los antiguos llamaban vender el pescado.
Antonio Ferrera escenificó su magisterio en la faena de apertura con aquel cinqueño cornipaso de Adolfo. Que tenía menos fuerza y raza que culata. Sus dosis mironas, la forma de rebañar por el derecho -así como el abuelo el plato de lentejas-, su pastueño caminar por el izquierdo, el modo de escarbar y repucharse, fueron letras que sirvieron a Ferrera para escribir un guión e interpretarlo emotivamente.
Supo tocar, abrir la embestida en el embroque y conducirla en derechazos suaves. Y aprovechar en su izquierda la dormidera del adolfo que tapó a su altura. Entre tanto, clavó la ayuda en el ruedo y ordenó a la música que parase el pasoble. «Que aquí está ocurriendo algo importante», parecía decir al público. Cazó una estocada efectiva y cortó una oreja que paseó con la misma solemnidad que imprimió a su tarde.
Antonio Ferrera articipó en todos sus turnos de quites. Siempre con el sello de sacar al toro desde el caballo. Y recreó y escenificó otra obra de sabiduría y veteranía a un cuarto con sus teclas pero con su obediencia. Tocado también por la descastada condición de la corrida. AF volvió a enterrar el estoque simulado en la arena. La colocación baja de la espada de verdad debió de ser la causa a la que se agarró la presidencia para desatender la fuerte petición y reducir el premio a una clamorosa vuelta. La bronca atronó contra el palco.
Los adolfos carecieron de maldad. Y también de fondo y bravura. Empujaba más la gente que la corrida. Miguel Ángel Perera apechó con el lote de menos opciones. Era un tacazo el segundo adolfo y una ilusión por las cosas que apuntaba. Perera lo toreó con el capote espléndidamente. En el saludo a la verónica y en el quite por delantales. Humillaba el toro con virtuosa bondad cogida con alfileres. Curro Javier y Javier Ambel se sincronizaron a la perfección. Al capote uno y a los palos otro. Como un dueto de blues. MAP apostó por la sutilidad de su zurda. Un trío de esperanzadores naturales sembró promesas. Pero la notable condición se desinfló como un globo pinchado. El quinto -el más tío y desabrido de alturas del sexteto- no le sirvió para remontar. (Ovación y silencio).
Paul Abadía «Serranito» entendió muy bien las posibilidades del tercero. Que traía armonía en su expresión y la duración precisa. O menos. Por la zurda Serranito esperó al adolfo y le sopló cuatro o cinco naturales de categoría. Mas el toro se acabó antes de horal. Y el paletón último no tuvo ni principios. Tan feo y deslucido. (Saludos y palmas de despedida).
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