Una apuesta pérdida
Había una vez un torero con un duende mágico que intentó alguna vez luchar contra el sistema, pero el sistema se lo devoró…
Por Luis Cuesta – De SOL y SOMBRA.
Ese podría ser el inició de un cuento de ficción taurino, pero la realidad es que el sistema no se devoró a ese torero mágico, fueron los adolfos y un espíritu apático que una vez más se le congeló en el momento clave al Tala.
O tal vez convendría aclarar un poco: Alejandro Talavante había puesto por azares del destino en esta ganadería todas sus esperanzas para su segunda comparecencia en la feria de otoño, pero los de Adolfo Martín fracasaron estrepitosamente y no han mostrado algo que permitiera abrigar una esperanza de triunfo para un torero artista como Talavante.
Los adolfos fueron tan malos como suelen ser los toros malos; inválidos y descastados como esas ganaderías por las que ha apostado tanto Talavante desde sus inicios y especialmente cuando formaba parte del Status Quo del toreo.
La verdad es que el petardo pudo ser peor, no por nada sino porque todo es empeorable en esta vida.
Pero afortunadamente para el Tala, la bronca no fue mayor. ¿Pero que paso si Talavante había partido plaza con una postura aflemencada como para dejar el alma en Madrid?
Pues paso que el Tala se atrevió con su primero a recibirlo ‘a porta gayola’ y ahí se le acabaron las ganas de quemar Madrid.
Lo que siguió fue dramático, esperábamos ver al Tala al menos poniéndose solemne y farruco, pero ni eso. El Tala al borde de la espantada no pudo ni siquiera construir alguna tanda con algo de mando para ejecutarla.
Ese torero de antaño pletórico de gusto estético y con algunos soplos de arte, hoy era un matador derrotado, sin alma y sin espíritu.
De noche le paso el cuarto de la tarde, con el que fue no fue capaz de dar dos pases seguidos con un atisbo de fundamento técnico y después de un sainete con la espada, se acabó la apuesta otoñal del Tala. Que sólo eso tuvo de bueno: que se acabó.
Hubo un tiempo – y esto no es un cuento de ficción- en que las grandes figuras también apostaban fuerte como lo hizo Talavante y de alguna manera salían victoriosos. Tan sólo hay que recordar la encerrona de Paco Camino en junio de 1970 en Madrid. “El eco romántico de Paco Camino”, fue el título de la crónica de Cañabate. Seis toros de distintas ganaderías y ocho orejas. Seis vacadas, las de mayor antigüedad: Juampedros, Buendías, Miuras, Pablorromeros… Nadie consiguió nunca tal hito en Madrid hasta que llegó el Maestro Camino.
He aquí una de las diferencias que hay entre los toreros antiguos y los modernos: a los antiguos les echaban en algunas ocasiones toros duros y los cuajaban. Los modernos, cuando les salen a esas fieras no les pueden y encima, como paso con el Tala, resulta que no los saben torear.
El resto de la corrida fue un concierto de pegapasismo inconexo orquestado por dos jóvenes que también tendrán mucho que meditar: Álvaro Lorenzo y Luis David Adame, ya que ambos pasaron de puntitas por Las Ventas dejando una pobre imagen a pesar de su desbordante juventud.
Pero ya vendrán los palmeros de siempre y algunos profesionales para gritar a los cuatro vientos: ¡Baja tu! y con eso tratar de justificarse para evitar las comparaciones con algunos toreros de otra época y esta bien, en algunas ocasiones también tienen derecho a molestarse porque lo que hacen tiene más mérito que estar sentado en el tendido. Pero que poca autocrítica.
En lugar de molestarse y andarse comparando con los aficionados del tendido, porqué mejor no se miran en un espejo y se comparan con aquellos toreros antiguos a los que si les sobraba la torería y que así como le podían a los toros pastueños, también le podían al toro de poder, bravo o manso, cuya casta agresiva exigía poseer mucha técnica para dominarlo. Eso, o venían el fracaso y la cogida.
Ayer por ejemplo, Talavante optó por el fracaso.
Es lo que digo yo.
Twitter @LuisCuesta_
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