El viernes la gira solidaria de Imperial Azteca, que ha llevado a cabo el diestro José Tomás, acaba en la Sala Joy Eslava después del éxito de ayer de Burgos
Fue un encuentro casual, el otro día, hace días, quién sabe, en esta vida loca, situar el tiempo a destiempo ya, cuando en pleno centro de Madrid, qué cosas, me puso el destino a Salvador. Salvador Boix, el flautista, el escritor, el apoderado, él. Aquella persona que siempre recordaré por empalidecer detrás del vestido de torear de José Tomás. Caminaba con otro rostro uno de estos días por Madrid. Otra cosa en la inactividad del torero de Galapagar. Decía Boix, que cavila rápido y mantiene el ritmo en el lenguaje, su preocupación por esta vida que no es. Esta digitalización, esta apariencia de todo, este parecer que se monta en bici (y te soporta la pedalada un cargador eléctrico). Y así todo. Así la vida. Este parecer que no es. Este espejismo... Del toreo, la vida. ¿Esta generación que nos ha tocado vivir? Este desierto en el que nos ha dejado José Tomás. Y no. El torero tras su última tarde. El torero, a la vuelta de Algeciras, como Sabina a la vuelta de Madrid, deambula también por la capital. Pero lejos de la soledad. Lo hacía acompañado de sus 13 mariachis. De su Imperial Azteca, de su sangre mexicana afianzándose por acá, apegándose al corazón, las cosas de la piel con un gira con fines benéficos sustentada por la Fundación del torero de Galapagar.
¿Los fines? La Asociación de niños con Síndrome de Down de Burgos y el Banco de Alimentos de Madrid.
El runrún comenzó en Nimes, en el Grito en la madrileña plaza de Chamberí para festejar por primera vez en la historia la Independencia de México, las fiestas de Galapagar, pero llegaba la hora de la verdad. Con día y hora. Ese vivir vivir, montar en bici y sudar, conducir hasta Burgos, “José Tomás y sus mariachis” anunciaba un periódico local.
Ni una entrada quedaba en el Forum Evolución, obra de Juan Navarro, como los Teatros del Canal. Se acabaron los boletos al más puro estilo JT.
La presencia del diestro era un runrún. Un sí pero no. Igual una teoría más de Salvador (obsesión ahora por comprobar todo. El sí pero sí).
A las ocho no quedaron dudas. Las luces, la escena, la magia, trece mariachis para renunciar al instante al número maldito, trece mariachis de Imperial Azteca, trece músicos, trece artistas sobre el escenario que se metieron ya en la primera interpretación al público burgalés en el corazón. Y después fue un devenir de misterio, de entrada y salida de escena. Una coreografía perfecta y armoniosa que nos atrapaba ya por siempre en su historia, en su todo qué decir, adentrándonos en las raíces, abandonándonos, fuimos cómplices de una puesta en escena brutal. Mariachi en vena.
Imperial Azteca en concierto / Foto: Olga Holguín
Estallido final y José Tomás a escena con uno de los muchos niños con síndrome de Down para los que irán destinados los beneficios.
Un fogonazo. Una imagen. Qué gran noche. (Y la sombra alargada de Luis Abril). Ocurrió todo. El regreso. La noche. Caída. Atardecida. Con el único anhelo de escuchar las letras de Sabina en las voces de los aztecas. Ese regalo que se guardaron para Madrid y el cierre de gira.
Este viernes. En el corazón de la capital. En la Sala Joy. Los trece de nuevo. La sombra alargada de José Tomás. O José Tomás a secas. Y los ecos de Sabina. O no.
Lo que parece o lo que es. Tienen los ratos felices ese regusto de no saber si en verdad ocurrieron. Y me acuerdo de Salvador. Y de nuestro encuentro en Madrid. De lo que es verdad. O no.. Del toreo de Diego (Urdiales), el de verdad, y los 20 años de El Juli, que me alejan irremediablemente de Madrid este viernes rumbo a Logroño. El único motivo por el que me perderé esas “noches de boda” en las voces de los trece de Imperial Azteca. Disfruten pues. La ocasión lo merece. Mariachis, José Tomás, la Joy... Y Posdata, palabra de Sabina.
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