viernes, 21 de septiembre de 2018

CHICUELO EN MÉXICO Por Antonio Casanueva Fernández

Chicuelo y la importancia de México en la arquitectura del toreo moderno

Por Antonio Casanueva Fernández.

¡Salve Chicuelo! ¡Salve tu arte soberano! Cuando todo se borre y pierda en la historia del toreo, quedará esa faena como una cumbre memorable, que elevará solitaria su cima al infinito.
Federico Alcazar, sobre la faena al toro Corchaíto (citado en Alameda, 1989, p.235)
Algunos de los historiadores taurinos más importantes (v.g. Alameda, Aguado o Morente) coinciden en que el toreo ligado en redondo se forjó en el continuo de Guerrita-Gallito-Chicuelo-Manolete. También concuerdan que, con la faena de Chicuelo al toro Corchaíto de Graciliano Pérez-Tabernero (Madrid, 24 de mayo 1928), se alcanzó la cúspide y empezó una nueva época que podemos denominar “el toreo moderno”. Pero para que Chicuelo pudiera alcanzar esa dimensión y hacer su faena histórica, antes tuvo que venir a México y descubrir el temple y la ligazón con los toros de San Mateo. 
Manuel Jiménez Moreno “Chicuelo” fue un torero sevillano que desde pequeño sorprendió por la gracia con la que ejecutaba las suertes. Tomó el apodo de su padre, el también torero Manuel Jiménez Vera “Chicuelo” quien murió de tuberculosis cuando su hijo tenía menos de cinco años. Fue educado taurinamente por su tío, el banderillero Eduardo Borrego “Zocato”. Fue un clásico torero sevillano de adorno y pinturería. Desde novillero destacó por sus formas, gestos, desplantes y garbo.
Era un torero de arte, con ángel y con el pellizco de los grandes artistas sevillanos. Dueño de unas muñecas prodigiosas y capaz, con un sólo quite, de corregir el balance de una mala tarde (Morente, 2017).
Pero antes de venir a México, su toreo carecía de profundidad y se limitaba al de adorno. El afamado cronista de la época Maximiliano Clavo “Corinto y Oro” se refería a Chicuelo como “el cuentagotas” y a principio de los años veinte lo describía de la siguiente forma:
En Madrid ya no nos pilla de susto; estamos muy acostumbrados a que Manolito Jiménez, Chicuelo, salga al redondel, dé su leccioncita de toreo –que suele durar tres o cuatro minutos–, se retire al estribo con sus ganancias (fabulosas) y en paz. Hace el hombrecito lo que los estudiantes que tienen excelente disposición intelectual, pero que son vagos: se ponen de pie, dan mecánica de su lección, se sientan y en paz. Ni cariño a su ciencia, ni estímulo por lo que ven en otros compañeros.
En el toreo, vago es sinónimo de medroso, y Chicuelo lo es […] Di a tu tío de mi parte tú toreas muy bien, pero muy poco, y que con ese poco no se puede vivir, profesionalmente. Que en vez de cuentagotas te ponga un corcho en el frasco para que cuando vayas a la plaza no eches el perfume belmontino sino a chorros (Clavo, 1924, pp.19-20).
Para que pudiera prodigarse y ligar en redondo cinco, seis, siete naturales y convertirse en el arquitecto del toreo moderno (Alameda, 1961) necesitaba descubrir al toro moderno.
Caricatura de Chicuelo y su apoderado. Zocato reflejando la temporada triunfal en México (tomado de https://www.chicuelodinastia.com/carteles)
Como lo explica Pepe Alameda (1961), Guerrita fue el primer torero que influyó decididamente para que los ganaderos procurasen afinar tanto el estilo de los toros como su tipo, a fin de hacerlos más aptos para la lidia, facilitar el lucimiento de los toreros y, con ello, el brillo del espectáculo. Posteriormente, Joselito “el Gallo”hizo amistad con los ganaderos andaluces para intervenir en la selección de un toro que permitiese reducir las distancias y ligar en redondo (Aguado, 1999). Pero hubo un tercer figurón que influyó definitivamente en la arquitectura del toreo: Ricardo Torres “Bombita”.
Es curioso porque, como torero, Bombita no continuó con el hilo de Guerrita del que se derivó el toreo moderno. Alameda (1989) dice que siguió al Guerra en la cronología, pero no en la técnica ni en el arte. Con dureza afirma de Bombita y de otros toreros de su época: “Lo vieron, pero no se enteraron” (Alameda, 1989, p.135). Parece que el maestro Pepe Alameda se equivocó en esta aseveración, pues si bien Bombita no pudo seguir el hilo como torero, sí se enteró y por eso ayudó a la selección de un encaste que le permitió a Chicuelo realizar una nueva arquitectura en la faena de muleta, es decir, “girar sobre sus plantas, dejando al toro por el terreno de adentro, para engranar el otro muletazo” (Alameda, 1961, p.24).
Bombita hizo amistad con el ganadero zacatecano don Antonio Llaguno. Primero le regaló un toro de Palha que se había quedado en los corrales de la antigua plaza México en 1907 y que fue el primer semental de sangre extranjera en San Mateo(Niño de Rivera, 2004). Ese mismo año don Antonio encomendó a Bombita la tarea de conseguir un pie de simiente completo que tuviera como punto de partida sangre de la ganadería del Marqués de Saltillo. Bombita no sólo convenció a don Rafael Rueda Osborne, VIII Marqués de Saltillo, que vendiera, sino que le permitiera hacer la selección en tienta.
Luis Niño de Rivera (2004) transcribe un párrafo de una misiva que Bombita le envió a don Antonio Llaguno en octubre de 1908 donde se puede apreciar el cuidado que el torero puso en la selección y en la compra del ganado: “…fue la mejor [refiriéndose a una vaca] de la tienta y me encapriché con ella, y para poderlo convencer a que me la diera le di 500 pesetas más” (Niño de Rivera, 2004, p.233). Esa primera compra consistió en seis vacas y dos toros que sirvieron de fundamento genético para construir una nueva ganadería.
Después, Antonio Llaguno viajó a España y permaneció tiempo en Sevilla para adentrarse en los secretos de la ganadería de Saltillo a través de sus vaqueros. El objetivo era comprar más vacas con profundo conocimiento de causa (Niño de Rivera, 2004). Lo que Bombita y don Antonio tenían claro es que el encaste del toro bravo mexicano tenía que proceder del Marqués de Saltillo. Los toros de esta estirpe “van dando mucho más de sí en acometividad y bravura, a paso y medida que les continúa estimulando” (Niño de Rivera, 2004, p.188).
El primer gran triunfo de San Mateo en el Toreo de la Ciudad de México fue el 23 de marzo de 1924. Rodolfo Gaona le bordó seis naturales de escándalo a Quitasol, un berrendo en cárdeno que había salido como primero de la tarde. A su segundo enemigo, Cocinero, bravo negro zaino, el Califa de León lo toreó superior. Gaonahizo un gesto que, según explica Niño de Rivera (2004), era algo inusitado en Rodolfo: sacar al ganadero –en este caso don Antonio Llaguno– a compartir la vuelta al ruedo. A raíz de ese triunfo, la ganadería de San Mateo comenzó su ascenso a la cúspide. En la siguiente temporada (1924-25) lidió por primera vez un total de 23 toros, entre ellos Lapicero con el que Chicuelo descubrió el temple y la posibilidad de ligar en redondo.
Chicuelo hizo cuatro campañas en México. Se presentó en 1924-25 (10 actuaciones). Fue esa la temporada en la que Rodolfo Gaona dijo adiós y Chicuelo se convirtió en un ídolo. Regresó en las temporadas 1925-26 (16 actuaciones), 1926-27 (12 actuaciones) y 1930-31 (7 corridas) (Univ_Deportes, 2007).
La corrida consagratoria de Chicuelo fue un mano a mano con Rodolfo Gaona y toros de San Mateo, el primero de febrero de 1925. Gaona recibió una cornada y Chicuelo se quedó con los 5 siguientes toros. El diario el Sol de México encabezó la crónica: “¡Eureka! ¡Eureka, señores! ¡A Chicuelo le ha salido su toro anteayer tarde, en su beneficio! Y no uno, sino dos, tres, ¡quién sabe cuántos! Una tarde seria, grandiosa, inconmensurable” (citado en Rodaballito, 1925, p.5).
El frenesí llegó con Lapicero, segundo de la tarde. El sevillano lo recibió con seis artísticas verónicas en los medios. En los quites vinieron gaoneras, seguidas de mandiles. Con la muleta, un natural estupendo y siguió otro colocadísimo, sin enmendarse, otro más y hasta cinco girando el toro alrededor del espada, sin despegar el hocico de la mágica franela, y luego el forzado de pecho. Enrique Guarner describe lo que sucedió después:
Chicuelo dejó que el toro se repusiera y siguieron otros cinco naturales, finalizados dignamente con el obligado de pecho. A continuación, con la derecha, todo tipo de pinturerías, afarolados, cambios de muleta, etcétera. El público ya no aplaudía, rugía, ebrio de entusiasmo. Manolo se dispuso a poner término a la escena, pero el concurso no lo dejaba. Se escuchó un grito: “Sigue toreando, por tu madre”, y el sevillano complació al público empleando los ayudados y de la firma. Finalizó con media estocada y dos descabellos. La ovación fue clamorosa, increíble y tres vueltas al anillo (Guarner, 1979, p.196).
Al día siguiente, el periodista Verduguillo encabezó su crónica con la afirmación: “Como toreó ayer ‘Chicuelo’ no habíamos visto torear nunca” (citado en Guarner, 1979, p.196). El escritor Renato Leduc decía que esa faena en donde había ligado pases por abajo y en redondo, retiró a Gaona de los ruedos:
Una tarde toreaba Gaona estupendamente a un toro de San Diego de los Padres por la cara a base de medios pases y cuando, a modo de desplante, se sentó en el estribo frente al toro, le gritó un espectador de sombra:
–¡Torea por abajo!…
Y un porrista cabrón de los que nunca falta, a aquel tipo amaricoinando la voz:
–Maeeeestro, dice el señor que sea usted tan amable de torear por abajo…
–Más como el clamor de la gente pidiéndole a Rodolfo Gaona que toreara por abajo y en redondo fue aumentando tarde a tarde, llegó el momento en que el Califa comprendió que había llegado la hora de la retirada (Leduc y Garambella, 1982).
Chicuelo se convirtió, entonces, en el primer español que fue un gran ídolo del toreo en México. Regresó a la temporada siguiente y realizó la gran faena a Dentista, también de San Mateo. Alternaba con Juan Silveti y el valenciano Manolo Martínez. El periodista Verduguillo relató así la faena de muleta:
El muletazo inicial fue un natural, siguió otro imponente por el temple y el valor derrochado y luego otro más, enredándose el toro a la cintura: ya estamos todos de pie. Imposible resulta seguir paso a paso la faena, porque el cronista se olvida de la obligación que tiene de anotar en su carnet los detalles y arrojando papel y lápiz, se dedica a gozar del espectáculo en toda su grandiosidad.
Chicuelo dando la vuelta al ruedo con Don Antonio Llaguno (Foto tomada de https://www.chicuelodinastia.com/copia-de-estocadas-mjm).
Confórmese el lector que tuvo la desgracia de no presenciar la faena con una ligera impresión de ella, condensada en cuatro adjetivos: valiente, elegante, sobria y clásica.
No hubo en el maravilloso muleteo un solo detalle de chabacanería, ni un desplante relumbrón, ni siquiera un tocamiento de testuz, ni tampoco vueltecitas de espaldas y sonrisas al público. No, lo que hubo fue mucho arte, mucho valor y mucha esencia torera. Lo que hubo fueron 25 pases naturales. Todos ellos clásicamente engendrados y rematados provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza del toro hasta casi tocar al lidiador y en ese momento, ¿me entienden, señores?, en ese momento desviar la cabezada mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla. Y para qué decir más; imagínese el lector la faena más meritoria, la más completa en todos los sentidos, la más valiente en lo que respecta a la distancia entre el cuerdo del diestro y los pitones de la res, y se quedara corto. Yo juro que en los veinte años que tengo de ver toros, jamás me había entusiasmado como ahora. La frialdad con que ordinariamente contemplo la labor de los toreros se convirtió en una fiebre terrible. Aplaudí, grité, arrojé mi bastón, mi sombrero, mis guantes, mi pipa y como loco exclamaba: ‘¡Ese es el número uno!’ (citado en Guarner, 1979, pp.196-197).
A pesar de tres pinchazos le otorgaron las orejas y el rabo ante el clamor de los aficionados de la capital mexicana. Ese día nació el toreo en redondo, algo que, antes de Chicuelo, como lo afirma Alameda (1961, p.24), “no se había producido más que ocasionalmente, por excepción y sin conciencia clara de su alcance y significado, pero nunca como sistema, un sistema que habría de hacer época”.
El romance de Chicuelo continuó gracias a otras faenas con toros de San Mateo a las que también les cortó las orejas y el rabo: Pintor (26 de diciembre 1926), Duende (16 de enero 1927), Zacatecano (15 de febrero 1931). Los toros de San Mateopermitieron que Chicuelo toreara a la distancia de Belmonte, pero ligando naturales en redondo. Faena con una nueva arquitectura, que logró Chicuelo gracias al temple del toro mexicano. Años después, otras dos figuras españolas afirmaron que por el ritmo de los toros encaste San Mateo descubrieron el temple y alcanzaron la máxima dimensión de su toreo: Paco Camino y Pedro Gutiérrez Moya “el Niño de la Capea”.
Pase natural a Dentista de San Mateo (Foto tomada de https://www.chicuelodinastia.com/muleta-mjm)
Pase natural a Dentista de San Mateo (Foto tomada de https://www.chicuelodinastia.com/muleta-mjm)
La combinación de técnica y temple le permitieron a Chicuelo volver a España y, en Madrid, torear a Corchaíto. De esta faena hablaremos en nuestro próxima entrega. Por lo pronto esperemos que el recuerdo de las faenas de Chicuelo a toros de San Mateo, haga reflexionar a los actuales ganaderos mexicanos y los inspire a la crianza de un toro bravo, con movilidad y emoción como el que otrora coadyuvó a la creación de la faena moderna. De esta manera se podría romper la inercia que ha llevado a algunas de las llamadas ganaderías comerciales a la cría de un toro muy distinto al de San Mateo del siglo XX, un toro raquítico y desbravado al que algunos intelectuales han denominado el post toro de lidia mexicano (Reiba, 2017).

Publicado en Megalopolismx
 

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