San Roque ruge con Roca Rey y 'Carafea'
El peruano arruina con la espada la faena más intensa al mejor toro de la tarde y corta una oreja del sexto; El Juli se lleva otro trofeo; y Manzanares se va de vacío con el lote más redondo de la corrida de Alcurrucén.
Por la rúa de La Peregrina, por la bajada de La Alameda, descendían las peñas como un río de colores que desembocaba en el antiguo barrio pesquero de San Roque. Allí la centenaria plaza de toros esperaba con su cubierta como un cocedero. Si en el exterior una ligera brisa aliviaba levemente Pontevedra de temperaturas aquí desconocidas -35 grados después de un descenso mínimo en estos días-, en el interior sólo los abanicos luchaban contra el sofoco. La ola de calor frenó el tirón de última hora para rematar una notable entrada. La afición pontevedresa resiste en su taurofilia racial contra el viento hostil de las Mareas. Como la aldea gala de Astérix. Sólo que, en vez de romanos, son los bárbaros quienes asedian la ciudad de Valle-Inclán, el último bastión del toreo en Galicia. Al gobierno autonómico de Feijóo le han metido el gol de la prohibición de que los menores de 12 años asistan a los toros. Suena rancia la táctica que en Andalucía y Madrid ya han intentado los podemitas sin éxito, queriendo seguir los patrones abolicionistas de la Cataluña pujolista nacionalista de los 80 y 90. Cuando el tinglado secesionista se encontraba en estado embrionario, minimizado y alimentado por las dos grandes fuerzas políticas de España. Tan ciegas de poder.
San Roque rugió con Roca Rey. Se daba el tercer toro de la bombonera de Alcurrucén. Carafea era una pintura. Guapo como todos. Un "problema" para enlotar... El terremoto peruano ya se distinguía por su presencia. De blanco y plata. Lanceó a la verónica con el poder de ganar terreno, con el temple su evolución capotera. Así hasta el platillo, donde una media verónica de colosal cadencia puso el colofón. El quite por chicuelinas de compás abierto que derivaron en gaoneras subió el fuego del hervidero. Como el arranque por péndulos silvetistas. Inverosímil el de apertura. Carafea se estiró con estilo y son en su derecha, humillado hasta el final de los muletazos. Que brotaban muy largos y ligados, con la profundidad de la embestida. La eternidad del cambio de mano ensordeció la plaza. Un bramido. Al lindo alcurrucén le costaba algo más la izquierda. Los vuelos al hocico y el pulso de RR tiraron de él. Por su camino el embroque. La coda por luquecinas enloqueció. Pero el matador que ha arrasado julio con su espada inapelable equivocó los terrenos a la hora de la muerte. En la suerte natural, cerca de toriles, o con los toriles en la culata, el toro no ayudó nada. Un pinchazo, un pinchazo hondo y el descabello arruinaron el presentido y rotundo triunfo.
La espada también había dejado en simple petición la faena inminentemente anterior de José María Manzanares. Otra cosa.Licenciado era hermano del ya inmortalizado toro de El Juli el pasado San Isidro. De aquel otro que devolvió a Juan del Álamo a la órbita en 2017. Hizo honor a su reata sin las excelencias de sus hermanos. Sin ese tranco más o esa bravura desbordante. O con un punto último ausente en la embestida. Manzanares siguió fiel a la línea cómoda y holgada de esta temporada. Ni fluye ni está fino. No pisa el terreno, ni el acelerador.Compone el vacío, rellena el hueco con empaque, sin ajuste alguno. Los pases nacen y mueren sin alma, robotizados.
Prácticamente igual surgió la faena con el estilizado quinto, estrechito de sienes y cuerpo, generosísimo el cuello. Hecho para descolgar. Y descolgó y repitió con vibración. JMM lo citaba desde las islas Cíes. Y así es muy difícil. El toro amagó un par de veces con irse, faltó en su buen fondo duración. Pero completó el lote de mayor y mejor nota. Como se preveía por la mañana en los pronósticos de las cuadrillas. Cobró una estocada delantera de efectos retardados y la posibilidad de la oreja se esfumó. Con una y una que no amarró, al menos hubiera maquillado su momento a ojos del vulgo.
La pareja menos óptima cayó en manos de El Juli. Las escasas fuerzas del toro que abrió plaza condicionaron todo. Embestía a saltitos de pura impotencia. Una bondad ayuna de poder que Juli trató con mimo, en busca del recorrido ausente. Incluso extendió el metraje. El refrendo del acero no llegó. Cuando pincha Julián, la trayectoria periférica del volapié queda muy en evidencia. Agarró, sin embargo, la oreja del brutote cuarto con un estoconazo rinconero. A la embestida manejable y desentendida en su tramo de despedida le dio el ritmo del que carecía. Faena de recursos técnicos y ambición para no marcharse en blanco.
Esa ambición que constituyó también la clave de la última obra de Roca Rey con un sexto que embastecía el conjunto. Y que se movió como era. Sin clase ni celo. El torero le buscó las vueltas con más trabajo que brillo. Y redujo espacios. Y le sacó espaldinas como conejos de la chistera. Aseguró el trofeo con un espadazo caído. La faena grande ya había sido. Cuando rugió San Roque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario