lunes, 13 de agosto de 2018

MORANTE DE LA PUEBLA, EL GUARDIÁN DE LAS VIEJAS ESENCIAS Gonzalo I. Bienvenida / El Mundo

 

La cadencia de media verónica de Morante de la Puebla, en la Maestranza en abril de 2013 JOAQUÍN ARJONA
Cierra la serie el más completo intérprete del lance soñado. Su arte es un museo de tauromaquias añejas. Sólo él tiene la llave. Así ya nadie torea. Es el último genio.

Cierra la serie el genio contemporáneo de la verónica. El que aúna todos los valores de la tauromaquia clásica. El más completo capotero de la historia y, al mismo tiempo, el más bohemio. Ha quedado escrito que la verónica es el lance de los elegidos. Cuando Dios quiere torear a la verónica se encarna en Morante de la Puebla. Dentro de la trayectoria de José Antonio ha habido tres toreros distintos. Los tres geniales, auténticos, puros. Una trinidad dividida por la maduración del cuerpo y del alma. Porque, en el caso de Morante, es el cuerpo entero el que torea. Compone una imagen inconfundible, llena de sentimientos que afloran de una forma personal en cada testigo. ¿Cuántos toreros son capaces de despertar esas sensaciones?

José Antonio Morante (La Puebla del Río, 1979) tiene la llave del corazón del toreo. Su personalidad extravagante, introvertida, singular, eclipsa en ocasiones la luz deslumbrante de su tauromaquia. Hubo un primer Morante -que descubrió Leonardo Muñoz, el padre de Emilio Muñoz, maestro de Triana- que perseguía la estética. Gracioso, pinturero, con buenas formas. En aquel inicio, Morante, más que alimentar su vocación, iba enriqueciendo su instinto natural ante el toro. La improvisación. Las verónicas surgían entonces encajadas, arrebatadas. El pellizco de otras épocas resucitado en sus muñecas. Esa etapa de deslumbramiento y llegada a la cima del toreo se desarrolló entre la alternativa (Burgos, 1997) y el año 2004, su primera retirada. El profundo desánimo tras torear sin éxito seis toros en solitario en Las Ventas y un serio trastorno psicológico le llevaron a dejar temporalmente lo que más amaba. Viajó a una clínica a Estados Unidos para tratarse. Se llevó un capote y una muleta, que voló al viento como parte de la terapia.

Volvió al toreo 11 meses después tras derrotar al toro más duro al que se ha enfrentado y que todavía hoy asoma sus puntas cuando baja la guardia el torero. El desaliento le llevó a retirarse también en 2007, tras otra actuación en solitario en Madrid, y esporádicamente en agosto de 2017.

La segunda etapa de la verónica de Morante de la Puebla alcanzó su plenitud en una tarde que ha pasado a la historia por la forma en la que manejó el capote el cigarrero. Zabala de la Serna tituló en aquella ocasión: "Y Morante despertó al dios de la verónica". Inmortalizó al toro Alboroto de Juan Pedro Domecq en una absoluta lección de arte que los que la vivimos jamás podremos olvidar. De tabaco y oro, Morante tanteó las embestidas de salida. El clarín cambió el tercio con la sensación de que la tarde iba a continuar entre el desencanto. Con los picadores ya en la arena, Morante dio el pecho al juampedro y paró el tiempo con toda la expresión de su alma. El toro venía toreado desde delante, el de la Puebla corría sus brazos a su alrededor hasta soltar la embestida más allá de la cadera. El recital con el capote continuó: chicuelinas al paso unas y por sevillanas otras, revoleras, detalles, pero Morante se había dejado algunas verónicas más en el tintero. Ahondó en su interpretación perfecta. Emocionó en otro quite bello al que se sumó un grado mayor de temple. A diferencia del primer Morante veroniqueador, éste es capaz de reducir hasta tal punto la potencia del toro que lo hipnotiza con sus vuelos.

Aquella plenitud de Morante con el capote no ha vuelto a ser repetida por nadie. Ni siquiera por él. Supone un hito en la historia de la tauromaquia: 21 de mayo del año 2009. Se trata del compendio perfecto de todos los artistas que lo han expresado todo con la capa, desde Curro Puya a Rafael de Paula (quien le apoderó en 2007).

La tercera etapa de Morante con el capote es la actual, con la cumbre de una media que regaló en Sevilla en 2013 y que ilustra estas líneas. Cuando le preguntaron a Juan Belmonte por qué había creado el remate de la media verónica, dicen que contestó con guasa trianera: "Para ahorrarme la otra media". Morante, hermano del Baratillo, devoto de la Reina del arenal -la más trianera de Sevilla-, esculpió una media belmontina en La Maestranza a pies juntos que todavía dura. La media de Morante fue entera, no se ahorró nada. Tuvo la dimensión de una verónica y la profundidad que sólo da el alma. En los últimos años, Morante ha cuajado grandes obras con el capote. Probablemente más que con la muleta. Para Lorca, no todos los toreros tenían duende. Sólo aparecía en los momentos de mayor brusquedad, sin explicación, como en la salida del toro cuando es Morante el que lo recibe.

Hoy, su verónica es con las manos más altas, acompañada por el pecho, de influencia joselitista. Y más natural que las de sus épocas anteriores, pero inspirada por el mismo duende lorquiano.

La tauromaquia vive hoy la presencia de Morante como un oasis de clasicismo. Los que más admiramos al genio de De la Puebla le reprochamos su falta de compromiso en los momentos clave de su carrera y, sobre todo, la escasa nómina de triunfos rotundos en los grandes escenarios. El arte no entiende de eso, quizá no le haga falta para ser eterno. En esta época en la que los toreros muestran cada tarde su valor y su capacidad de dominio, sólo Morante es capaz de emocionar a través de la belleza. El único que enamora con su toreo.

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