Por Andrés Duque Alonso.
AHÍ tenéis dos derechazos de un principiante. Uno bueno y otro malo. Uno siguiendo las normas del bien torear y otro atropellándolas para degenerar en una antiestética ventaja”.
Ese derechazo visto de espalda podría firmarlo cualquier matador de ahora, y lo vemos desde hace mucho tiempo reproducido hasta la saciedad en las informaciones gráficas de todas las ferias. Es el pase de coger los toros cerca y llevarlos lejos. Porque, lo importante, no es “llevar a los toros”, sino “traerlos”.
Este es mi último artículo de esta temporada que lleva el emblema de quién fue uno de los más grandes escritores en todos los géneros, incluida la poesía. Sus crónicas se leyeron en todo el mundo. He querido acordarme de quién me apreció, y del que sabía que torear con ventaja practicando el toreo de perfil es dar una puñalada alevosa a la verdad de la buena tauromaquia.
Alfonso Navalón escribió esto en el semanario El Ruedo. Esos dos pases pertenecían a un principiante. No voy a ocultar su nombre porque junto a la censura vendrá el elogio: Andrés Duque, químico metalúrgico en ciernes, y que alternaba los libros para vestirse de luces. Las dos fotografías corresponden a su segunda novillada vestido de luces en la plaza de Bilbao. Andrés Duque, aprendiz de figura, aparece en una copiando a las figuras taquilleras, es decir, dando el pase de la alevosía, y en la otra está toreando: al menos lo intentaba.
Navalón apuntaba: “En el derechazo, el muchacho apunta el toreo verdadero. El novillo se arranca fuerte y lo lleva toreado en el centro de la muleta. Hay clasicismo en la figura. Hay armonía de piernas con la derecha adelantada y el talón izquierdo levemente levantado. Es un derechazo que, para firmarlo un gran torero, solo le falta estar un poco más de frente, pero por algo se empieza. Me complace recoger estos dos momentos de un soñador del toreo”. Continuaba: “En la pensión Barragués de Salamanca, dirigía el negocio la opulenta Juanita que al decir de las gentes, era la querida de don Cesáreo, el famoso cura de Valverde. En esa pensión de Juanita, vivían dos toreritos educados con aires distinguidos: Joaquín Bernadó y Victoriano Valencia. Al poco tiempo, llegó el venezolano César Girón y el mexicano Jaime Bravo, que venían a comerse el mundo. Y en medio de esta jauría de hambrientos de gloria, también estaba Andrés Duque, hijo del herrero de Alberguería de Argañán, que pronto se marcharía para Bilbao dónde se hizo ingeniero y se convirtió en la figura de los críticos vascos”.
Uno de los libros de Navalón sirve de maestro en lengua hispánica en la Sorbona de París.
El otro grande se llamó Joaquín Vidal que embriagaba a los lectores, aficionados o no. Sin despegar el porro de los labios, los chelis de la Puerta del Sol de Madrid se decían unos a otros: “¡Tronco! Pásame la crónica del Vidal”. “¡Oye!”, me comenta un día Vidal, “vete a El Corte Inglés y compra el libro El Toreo es grandeza;porque los libros no se regalan, se compran. En él estás tú y te llamas Angelito”. Estos fueron mis maestros. Maestros de ley que se fueron con tantas palabras mágicas aún en sus tinteros. En el alma permanece un hermoso patrimonio espiritual que acompaña cada día, a todas horas, y para toda la vida. Y los hay, algunos, que cobardemente han llegado a mancillar ese íntimo y universal bien cultural con brutal actitud… Y alevosía.
Y con la misma alevosía vendrá un rico mexicano de nombre Alberto Baillères a licitar por nuestra plaza de toros; bajo cuyo paraguas están Los Chopera y Juan Manuel Delgado Frías, conocido popularmente como Averías, parte responsable del actual desaguisado. Y viene el mexicano como si los de aquí no supiéramos gestionar lo nuestro, nuestro patrimonio cultural, nuestra tradición taurina. Señores, no hace falta su dinero, porque el dinero lo genera la propia plaza; hace falta saber gestionar, saber invertir, con cabeza y corazón;y para ello hay que romper vicios y no dejar que sigan los que han llevado nuestra plaza y nuestro patrimonio e identidad al fracaso. De este modo, nosotros seremos los responsables de su éxito, sin más interés que recuperar la gloria perdida. La plaza de Santander cambió para bien en ausencia de Los Chopera, tal como afirman los de la comisión cántabra. Y pregunten a las plazas de Córdoba, de Málaga, de Bayona… plazas en las que, por distintas razones, Los Chopera tuvieron tanta prisa, o se la dieron, en irse, como la tienen ahora en Bilbao para quedarse.
La Gestión Directa sería el modo perfecto de controlar y engrandecer el devenir de la plaza de toros. Hombres y mujeres universitarios de alto nivel formativo hay en nuestro Bilbao que, adictos o no a la tauromaquia, saben lo que es el marketing, la comunicación, la publicidad, la gestión, los objetivos… Porque la plaza es una empresa y no un cortijo donde mandan los de siempre. Eso forma parte del pasado. Y como en toda empresa, si el balance es negativo, se despide a sus directivos. Los tiempos son otros, los nuevos valores se imponen. Necesitamos personas poseedoras de ese don del bilbaínismo franco, serio y legal, dotado del gen del éxito. Esos genuinos modales de Bilbao que son únicos en el mundo. Urge recuperar la imagen de esta plaza cuyo desprestigio resuena desde hace años por los rincones de Sevilla, Salamanca o Madrid… Y esta es, señores, nuestra última oportunidad. Agur.
Publicado en Deia
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