viernes, 24 de agosto de 2018

CRÓNICA DE ZABALA DE LA SERNA DE LA SEXTA CORRIDA DE BILBAO

ESTRATOSFÉRICO

petardo de El Parralejo

ZABALA DE LA SERNA
El Mundo




Pase de pecho de Antonio Ferrera al cuarto toro de descomunal cabeza CULTORO

Una corrida descomunal, desigual, destartalada, vacía y mala arruina el debut de la ganadería en Vista Alegre. El curtido oficio lidiador de Ferrera llama la atención en otra tarde para el olvido.

Desde el mediodía, tras el tradicional apartado, que en Bilbao se vive como un rito, sólo se hablaba en las redes sociales y foros taurinos del "imponente trapío" de la corrida de El Parralejo. Con ella debutaba en Vista Alegre Pepe Moya. El porte de sus criaturas quitaba el hipo. Es cierto. Como un susto. Una presencia estratosférica. Por su cuajo y alzada unos -como primero y segundo, tanques de la acorazada Brunete-; por sus testas destartaladas otros -como los desproporcionados cuarto y quinto, dignos de otros espectáculos-; por su fealdad alguno más -como el zambombo sexto-; por no ser ni chicha ni limoná aquel otro -como el simplón tercero-. El "imponente trapío", que decían, fue realmente la ceremonia de la confusión. Un totum revolutum del mal gusto. Una hoguera de las vanidades en la que arderá ahora mismo Moya como titular del hierro. Y Rafael Molina como asesor áulico. Y toda su cohorte de palmeros.

Confundieron Bilbao con algún pueblo torista. La categoría del toro bravo es otra historia. No humilló ni uno. Ni galopó. Ni hubo verdadera bravura. Ni atisbo de clase. El prometedor debut degeneró en un fracaso estrepitoso. Cuando no había tantos eufememismos para definir una corrida, se resumía como mala. Y punto.
El viejo cinqueño pasado de Antonio Ferrera lucía una culata de caballo de Rubens. Altón y zancudo pero estrecho de sienes. La lidia de Ferrera fue un primor de orden y concierto. Exacta la colocación en cada momento. La precisión para salir y entrar de la liza y dejar y sacar del caballo al toro. Que no descolgó nunca. La fijeza y la obediencia como materia prima. El veterano extremeño se dobló con él en la apertura de faena. Para conducirlo más que para obligarlo. A su altura le planteó las cosas. En su derecha se defendía. El recorrido escaso demasiado pronto. Con el freno de mano echado. Y así, cuando AF le propuso la izquierda, no había apenas viaje. En corto y asomando media muleta, apuró. Siempre con la madura y seria torería por estandarte. Un bajonazo ensució su cabal hacer.

El curtido oficio de Antonio Ferrera sería de nuevo digno de admiración. La amplísima cuna del destartalado cuarto levantó una ovación... Un metro de pitón a pitón. Por detrás era otro toro. Sin remate ni riñones. Ferrera le cambió los terrenos cuando apretó y echó las manos por delante. Y en posición de brega lo gobernó hasta una media genuflexa de estampa antigua. Las fuerzas y el poder no habitaban el extraño cuerpo -no precisamente alto- del toro. Que amagaba con humillar de modo muy limitado. Blandito y condicionado. El aire de la faena recobró las imágenes de los tipos currados en mil capeas. Lo de la capea léanlo más por el funo que por el magisterio del maestro de Extremadura. Que lo pasaba, lo sobaba, le graduaba las alturas y andaba con él con una suavidad orteguiana.Veinte años y treinta y cuatro cornadas para hacerse con toda la enciclopedia del saber. El extenso metraje acabó otra vez sin rúbrica con la espada. Y de nuevo AF saludó una ovación.

La alzada y la altura de agujas del toraco que estrenó el lote de Miguel Ángel Perera -¿cómo se enlotó?- apuntó ya de salida la querencia de toriles. Donde terminaría la lidia. Descabalgó del caballo a Francisco Doblado. Que agarró una segunda vara superior. Renqueaba el parralejo de una mano, mal trotaba sin tranco. Por la esclavina -por donde embestía- ensartó con sus puñales en el capote de Javier Ambel. Y escarbó en banderillas. Perera lo trató a favor de obra. A su aire en la primera serie de derechazos; ligado y con la muleta por debajo de la pala del pitón en la siguiente. Ésa que tanto le dolió en su triste fondo. La pérdida del celo -si alguna vez lo tuvo- destapó por completo su manso ser. Y se desentendió totalmente. Basculando siempre hacia el punto de partida. Media estocada sin efecto acarreó un calvario con el descabello. No tanto como el quinario que la descomunal cabeza del quinto preñada de malas ideas le hizo pasar. Una prenda. MAP no tuvo otra que abreviar con aquel marrajo que olía la sangre y tiraba con toda su artillería. La sabia afición bilbaína no lo entendió. Y la pitada adquirió injustos decibelios.

Ginés Marín se enfrentó con facilidad al tercero de escaso perfil que soltaba la cara con movimientos sincopados. Y también con la fealdad andante que reunía el amorfo y gordo último. También se embiste como se es: desaborío, arrítmico, cambiante. Ginés cumplió con el tiempo de estar delante. Y, como en el anterior, recetó una estocada en su sitio. Suyas fueron las verónicas de la estratósferica corrida. Proporcional al petardo de El Parralejo.



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